Numerosos estudios han confirmado que la pornografía actúa como una droga en nuestro sistema nervioso. Cuando una persona se expone a contenidos sexuales que le excitan y experimenta placer por ello, se activan las mismas áreas corticales que en el consumidor de cualquier droga. De esta forma, nuestro cerebro se va acostumbrando a esa dosis de placer y cada vez necesitará una dosis mayor y más frecuente para generar en la persona el mismo efecto. Así, quien comience visualizando contenidos sexuales realistas y saludables, cada vez necesitará exponerse a estímulos más impactantes, duros, novedosos y llamativos, para que el cerebro pueda producir los mismos niveles de excitación y placer que al principio. Este es el proceso por el cual cualquiera puede desarrollar una adicción a la pornografía, repercutiendo significativamente en salud sexual y mental de la persona que la padece.
La pornografía que lleva consigo estas características también puede causar graves problemas de comportamiento sexual. Al igual que el cerebro se acostumbra a esas escenas duras y novedosas que tanto excitan y placer generan, la persona necesitará interiorizarlas en su repertorio sexual y hacerlas realidad. Esto lleva al hombre a adoptar actitudes y conductas antisociales, siendo más agresivo, punitivo y coercitivo con las mujeres, menos atento a sus preferencias sexuales así como más insensible ante el dolor y el sufrimiento de las víctimas de violación, llevando incluso a fantasear, excitarse y desear llevar a cabo alguna conducta coercitiva. Las mujeres, por el contrario, corren el riesgo de normalizar e interiorizar numerosas prácticas consideradas agresiones graves para sí mismas.