Agente 007 contra el Dr. No, de Terence Young
La primera incursión de James Bond en el cine serviría para plantear el esquema básico que se repetiría, se perfeccionaría y a veces se empeoraría en las entregas posteriores. Nos presenta al icono y funciona quizá como destilado de lo que son, de lo que representan las películas del agente secreto más famoso del mundo. Es decir, una pura aventura molona, hiper-violenta y sexual con un macho idealizado que lucha contra los malos en entornos exóticos mientras un inagotable desfile de tías buenas cae rendido a sus pies… James, y aquí Connery, con una inigualable presencia que destila encanto rancio (pero encanto, al fin y al cabo), es el hombre perfecto, muy viril a la par que refinado, algo insolente y desde luego con recursos. La fórmula ideal para que el espectador quiera ser como él, con sus armas, trajes, vehículos, y para que la espectadora se enamore de él. Como película puede decirse que conserva aciertos, pese a lo viejuno y tirando a acartonado, y que es capaz de sacar partido a las cuatro pesetas con que fue hecha; la localización jamaicana es única y no nos movemos de allí, pero al menos cambiamos de escenario, con un tercio final de odisea selvática con el héroe y sus dos comparsas; el amigo negro y tonto, la mujer despampanante y un poco tontuela e inocente… el color contrastante de las vestimentas de estos tres, por cierto, difícil que sea más de tebeo.
Una sensual Ursula Andress es aquí la “chica Bond”, convertida con su bikini y su cuchillo en una imagen mítica de la saga y de la cultura pop, homenajeada por Halle Berry (y de qué manera) décadas después… que esté metida con calzador en la peli (literalmente era una que pasaba por allí) pues es casi lo de menos. Nuestro amigo Bond sobrevive a todo lo que le echen (sicarios malvados, un intento de asesinato con tarántula de por medio…) y lo hace como quien no quiere la cosa; son peligros poco reales, tontorrones, con su punto de partida de misterio con suspicacias y sospechosos en ambiente cerrado. Luego tenemos al Doctor No, un nombre de villano que no es tanto un nombre como apenas una pura enunciación. Que antes de ser ese arquetipo del genio maligno, con su guarida, sus ayudantes y su plan rocambolesco, pasa por ser una simple voz (bien manejadas las expectativas, su lenta presentación, con algunos planos bien tirados y buen oficio narrativo), por una completa deshumanización (tiene rasgos orientales y está mutilado físicamente), rodeado además de cierta mitología (custodiado por un dragón, nada menos). Y es que es un film tan naif que roza lo onírico, tan de su tiempo que esto supone una virtud añadida, con el célebre tema jazzístico-guitarrero sonando constantemente, por cierto, y sin adulterar con ningún tipo de arreglo.