Me esperaba una cosa rara y onírica y en su lugar me he encontrado un ejercicio de serie B que lo mismo recuerda a Spielberg que a Carpenter, con casas encantadas, invasiones y posesiones de fuerzas misteriosas… bastante simpático, pese a las inclinaciones psicodélicas de este hombre (para un servidor, un eterno quiero y no puedo de director). Cuando la cosa se inclina por lo más gamberro y “de género” es cuando más sale ganando, pero cuando intenta trazar un paralelismo entre la desintegración familiar y ese “cáncer” alienígena (¡metáfora!) que destruye la naturaleza pura y la corrompe, ni de coña logra alcanzar altura dramática, ya que juega con unos clichés más que sobados; familia que se muda al campo para superar ciertos traumas pasados, niño siniestro que ve/oye cosas, hermanos mayores adolescentes y rebeldes… incluso creo haber pillado una denuncia medioambiental que no va a ningún lado, amén de unas simbologías cabalísticas y rituales que parecen estar ahí porque le molan al Stanley, quien por cierto no duda en recurrir a sustitos y a efectismos (como lo del cuchillo).
En el lado positivo, momentos de malsana incomodidad (todo el tinglado mutante con la madre y en niño, para mear y no echar gota) y unos encantadores efectos especiales psicotrónicos para plasmar ese mal indefinido y multiforme, que lo mismo se manifiesta en presencias tipo OVNI como con efectos más artesanales, con homenaje a La cosa incluido. Ayuda lo suyo un soundtrack muy evocativo y malrollero, alguna idea visual inspirada (la cámara acercándose al crío en shock), mientras que el tercio final tira directamente de delirio y la lógica ya como que da un poco igual… la voz en off literaria que abre y cierra, por cierto, destila mucho amor por el maestro de Providence. Nuestro amigo Nicolas Cage no puede faltar, emulando a Jack Torrance y convirtiéndolo todo en un chiste, diría que intencionado (hasta bromas con su pelazo se permite), protagonizando mágicos instantes, como cuando es atacado por un lefazo maligno, o el momento en que pierde los papeles como sólamente él sabe hacerlo (parece que lo tuviera estipulado por contrato). Y alpacas, muchas alpacas.
Un desbarajuste de cuidado, aunque tiene su gracia.