El fin del sistema de la transición: Hacia el suicidio del PP (1)
Sede nacional del Partido Popular
Por Enrique de Diego.- En medio de una crisis económica pavorosa, que el Gobierno edulcora con mentiras estadísticas, y de una enervante moderación social, asistimos al fin del sistema de la transición, del que su última o penúltima etapa es el suicidio del PP.
La primera crisis del turnismo juancarlista ha asolado al PSOE, que ha quedado reducido, en medio de una patente crisis de liderazo, a tres regiones: Asturias, Extremadura y, sobre todo, Andalucía. Mientras el resto languidece o decae. La irrupción de Podemos ha descolocado y desconcertado al PSOE, al tiempo que ha deglutido a Izquierda Unida. La desafección hacia lo que yo bauticé como casta ha eclosionado por la izquierda. Es muy probable, dado el apoyo mediático recibido por Pablo Iglesias, que el PP y ciertos poderes fácticos económicos consideraran positivo el surgimiento de los “frikis” para deteriorar al PSOE y situar al PP como el único valedor de la estabilidad del sistema, perpetuando su hegemonía. Si ha sido así, y lo parece, la estrategia ha fracasado de medio a medio.
Las encuestas, hasta el momento, marcan una especie de triple empate entre PP, Podemos y PSOE, con algunas que sitúan en primera posición a Podemos y las más, en primer lugar al PP, pero muy lejos de la mayoría absoluta y siempre por debajo del 30%. El PP ha quedado atrapado en el inane liderazgo de Rajoy que, salvo agredir fiscalmente a su electorado y mostrar una tolerancia superlativa con la corrupción, ha mostrado una sobresaliente inoperancia.
El entorno de Rajoy había generado el mito gallego de un dominio esotérico de los tiempos políticos. Tan soberana estupidez, se basaba en el hecho de que Rajoy había perdido dos elecciones con un cuarta fila como Zapatero hasta que la nación harta le dio un poder hegemónico. Es decir, Rajoy había sabido esperar a que cayera la fruta madura, cuando simplemente no había hecho nada, había sesteado. La otra cuestión, más garbanceramente pragmática, era precisamente esa hegemonía política con un botín electoral impresionante, por gobierno, autonomías, diputaciones y ayuntamientos, que, sin recorte alguno en ese punto en tiempos de austeridad, ha situado a ese partido en completa dependencia, mediante el sueldo, de ese liderazgo inexistente.
Rajoy ha sido incapaz de tener una gestión eficaz, pues lo hace en beneficio de la casta, al dictado de Angel Merkel, pero también de modular los tiempos políticos. Ha sido incapaz, por ejemplo, de designar a los candidatos con suficiente antelación, quizás, por ser piadoso, confiado en que se trata de marcas acreditadas, pero sin caer en mientes de que con ello ha transmitido una imagen de debilidad hacia esos candidatos, algunos de los cuales, han estado prácticamente mendigando la confirmación, poniéndose en evidencia.
El PP, como partido, ha languidecido. En algunas regiones de España, especialmente sensibles, como Cataluña y Vascongadas está en trance de desaparecer, mientras sus feudos están claramente cuestionados, como es el caso de Madrid y Valencia. Si bien sus lacayos, altamente desacreditados como papagayos, lanzan sus herrumbrosas campanas al vuelo cada vez que se conoce una encuesta en la que el Partido Popular se sitúa como el más votado, en las próximas elecciones municipales y autonómicas eso es claramente insuficiente. Por de pronto, no le permitiría gobernar en casi ningún sitio, con lo que la generalidad del partido perdería el empleo. Pero incluso ese es el escenario más negativo pues tampoco le permitiría regenerarse, abocándole a espirales luchas intestinas.
Esta situación claramente crítica no está siendo denunciada por nadie dentro del PP, pues el partido es obediente a un Rajoy sin iniciativa, que en muchos aspectos recuerda el patetismo decadente de Carlos II, el hechizado. El PP se encamina así a su fracaso sin textura vital, ni debate, ni dignidad.