- En las distancias cortas es donde Peter Jackson se crece. Vista hoy en sesión de noche en 2D y las secuencias de batalla me han recordado cuando en cierto álbum de Superlópez, el dibujante para ahorrarse el tener que dibujar las páginas de las peleas de Súper contra los malos, se calza una viñeta impagable en la que simula un montón de páginas cogidas con un clip todas de puñetazos mientras reflexiona:
"si total todas van de lo mismo". Necesito un segundo visionado, pero me ha parecido que el supuesto plan oscuro oscurísimo de distraer a elfos, hombres y enanos con un primer ataque de orcos a la espera de un segundo ejército maligno de tres pares de narices y tropecientos soldados que los aplastaría completamente nunca llega a realizarse. Se intuye la llegada de esas tropas que van a ser el no va más pero al final es como cuando en
"Noche de Fiesta" José Luís Moreno te anunciaba que iba a salir a escena una primera estrella internacional y después acababa siendo Francisco para cantar: "¡Valenciaaaaa!".
La cámara va saltando de aquí a allá en pleno refrito de ataques diversos, en plan videojuego de la guerra civil americana de los años 90 o de las películas japonesas de guerra épicas, de esas que van colgando cartelitos sobre la pantalla para explícate quién dirige cada ejército, de qué clan es, quién es su Shogun, etc. Es decir, que Peter Jackson nos pone un montón de gente dándose de palos todos a la vez sin que en ningún momento nos quede claro quiénes son ni quién los dirige. No sé si el presupuesto se les acabó para el diseño de los gusanos cometierras que parecen sacados de una entrega de
"Temblores". Por un momento esperaba ver a Kevin Bacon en camioneta cruzando el campo de batalla gritando recortada en mano:
"They're under the goddamn ground!". Aparecen un instante y después ya no se les vuelve a ver.
Pero he empezado diciendo que en las distancias cortas es donde recuperamos al mejor Jackson. El que pide a gritos volver a historias más íntimas como en su maravillosa
"Criaturas Celestiales". Le vemos asomar en el momento en que brevemente Thorin se olvida de su locura al descubrir la bellota que Bilbo oculta en su mano y toda la tensión que el rey acumula se libera para recordar la vida sencilla basada en el hogar y la tierra. Thorin sonríe y recuerda, recuerda su juventud y apostaría que también los buenos momentos que ha pasado con los suyos a pesar de los largos años del destierro. Un descanso en el trabajo en la fragua, una pinta con sus amigos... todas esas pequeñas cosas que ha olvidado al recuperar el oro de Erebor.
Le vemos también en el instante en que Thranduil se encara con Tauriel y le replica que qué sabrá ella del amor, cuando ésta acusa a su rey de desconocerlo completamente. Conocemos la pérdida que el monarca tuvo de su esposa y con esta pincelada y sus conversaciones finales con ella a la muerte de Kili y con Legolas (
"hay un montaraz que parece destinado a hacer grandes cosas en el futuro")
, se nos humaniza y nos gana como no lo había logrado hasta el momento. Al menos a mí, este personaje que me pareció terriblemente antipático en la entrega anterior, ahora se ha convertido en uno de mis favoritos y hubiese deseado ver más de ese Thranduil cercano más allá de su máscara de soberbia.
Hay destellos de ese gran Jackson en la que para mí es mi momento 10 de la película: cuando Bilbo y Gandalf están sentados tras la batalla. Ambos hechos migas. Magulladuras a troche y moche. Ninguno habla. Gandalf torpe, muy pero que muy torpemente ¿a propósito quizá? prende su pipa, mientras Bilbo se le queda mirando de un modo cómico que me recordó los grandes silencios humorísticos de Laurel y Hardy, cuando
"El Flaco" (Gandalf en esta ocasión) se ponía a hacer algo con muchísimo ceremonial y
"El Gordo" se le quedaba mirando con incredulidad. . Todo lo mejor de Ian Mckellen y Martin Freeman, todo lo que es el personaje de Gandalf, el gran mago dotado de fabulosos poderes que sin embargo es más humano que la mayoría de los hombres, está concentrado en ese instante tan trivial en el que Jackson nos regala un plano impagable de ambos camaradas y en el que sobran las palabras de diálogo.
Le sigo viendo en la despedida final de Bilbo junto a Balin:
"Despídeme tú de ellos" y Balin responde:
"¿Por qué no lo haces tú mismo?" y les vemos en fila preparados para decir adiós al que primero fue un saqueador y ahora es todo un amigo:
"Mi casa siempre estará abierta... pero la próxima vez entrad sin llamar". Le sigo viendo en el envejecimiento de Martin Freeman cuando sosteniendo el anillo se convierte en Ian Holm.
Son pinceladas, apenas apuntes de mimo y esmero a un universo que no dudo Jackson ama de todo corazón, pero que se pierden en un revoltijo de batallas, corre corre que te pillo, corto, pego, monto que se me acaba el tiempo y tengo que improvisar como si fuera un novato. La locura de Thorin en el gran salón de Erebor mientras imagina que literalmente se lo traga el suelo de oro, pide a gritos un acabado más pulido o la delirante secuencia en la que en medio del ataque de Smaug a la que se supone gran Ciudad de Valle, se da la circunstancia de que la barca de la familia de Bardo pasa junto a su padre y al mismo tiempo junto a la otra barca donde está escondida la flecha negra, el niño coge la flecha y se la da a su padre todo a la vez (eso es lo que se llama suerte loca), me recordó al
"gran" campamento ruso de Indiana Jones IV y que al final no era mayor que el recibidor de mi casa...
. La gran incógnita es qué ofrecerá la versión extendida. Yo voto por un auténtico remontaje (para aligerar la sensación de que a veces la trama es lenta con ganas y otras vuela, a base de un abuso de tijera) como ya hiciera en
"La Comunidad del Anillo".
El viaje ha terminado. Han pasado 13 años desde la primera vez que vimos a un gruñón Bilbo Bolsón hacer planes para una última aventura. Seis películas y la sensación de que algo se ha perdido por el camino. Los orcos y criaturas de las profundidades son más espectaculares que nunca gracias a las nuevas tecnologías, pero han perdido la sensación de realidad de los comienzos. Son como esos zombis del cine actual, que atacan en tropel como si fueran la marabunta. Por ello, me quedo con ese Bilbo recogiendo lentamente el cuadro de sus familiares del suelo y comenzando a poner orden poco a poco en su maltrecha casa, a salvo de los rapiñadores de la Comarca, que con todas esas nuevas batallas cogidas con un clip, todas de puñetazos mientras reflexiono:
"si total todas son de lo mismo".