Estar o no estar en la cumbre
La reunión de Nueva York puede ser casi tan importante como las conferencias de Yalta y Postdam
Enric Juliana | 23/10/2008 | Actualizada a las 01:07h
Arnold J. Toynbee, filósofo de la historia y adversario del determinismo marxista, escribió que la historia avanza en espiral. Todo vuelve sin regresar. José Luis Rodríguez Zapatero lo está experimentando estos días. Vuelve ahora a su despacho el gran golpe de efecto con que inició su primera legislatura: la fulminante retirada de las tropas españolas destinadas en Iraq, que tantos aplausos cosechó en abril de 2004. Que nadie ahora se eche atrás: la gran mayoría estuvo (estuvimos) entonces con Zapatero.
George W. Bush se va y en la hora del adiós le devuelve la pelota al díscolo español. La Casa Blanca anunció ayer que la inclusión de España en la cumbre del 15 de noviembre en Nueva York para la reconducción del sistema financiero internacional es muy difícil, porque otros países que no pertenecen al G-8 (EE.UU., Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadà y Rusia) y al G-5 (China, India, Brasil, México y Sudáfrica), también querrían estar presentes. En una cumbre con muchos más participantes, la obtención del consenso aún sería más difícil, argumentan los norteamericanos.
Jarro de agua fría para el presidente Zapatero, que ayer por la mañana obtuvo el apoyo de Nicolas Sarkozy, horas después de que el presidente de la República Francesa hubiese dado por hecha la exclusión de España de la cumbre de Nueva York.
El presidente español no ceja y como explica hoy Juan Carlos Merino en "La Vanguardia", recorrerá 35.000 kilómetros en una semana (Madrid-Pekín-Madrid, para la cumbre Asia-Europa, y Madrid-El Salvador-Madrid, para la cumbre iberoamericana) en busca de más apoyos. Brasil y México pueden ser dos bazas importantes.
No nos engañemos. La reunión de Nueva York no es la convocatoria de unos Juegos Olímpicos. Ese encuentro puede ser casi tan importante como las conferencias de Yalta y Postdam, en las que se decidió el destino del mundo en 1945. Y en el G-8, o se está, o no se está. José María Aznar intentó que España pudiese ingresar en el selecto club de los países más ricos del mundo y no lo consiguió pese a sus óptimas relaciones con la Administración Bush.
La actitud del presidente Zapatero es encomiable, merece apoyo y poca demagogia, pero tiene un punto de quijotesca. Cuando las cosas se ponen serias, los españoles tienen (tenemos) una cierta tendencia al quijotismo. ¡Aquí estoy yo! Le pasó a Aznar con su sueño de una alianza preferente con Estados Unidos cuando la primera potencia se disponía a refundar el mundo con la invasión de Iraq. Y, con distinta vestimenta ideológica, le ocurre ahora a Zapatero, cuando algunos hablan –muy exageradamente- de una inminente refundación del capitalismo. Todo vuelve, sin regresar.
Si España no está en Nueva York, no se va a hundir la Península Ibérica. Pero la expectación creada abollará al Gobierno. La política es siempre un juego de expectativas. Tras haber generado la idea de que España está en el puente de mando de la emergencia internacional, la exclusión de Yalta-2 tendrá costes, en un momento en que el Gobierno necesita grosor, calado y calibre político para afrontar la crisis.
(Sarkozy apoyó ayer a Zapatero, 24 horas después de dar por hecho de que España no acudiría a Nueva York. El sí de Sarkozy, pronunciado posiblemente cuando en el palacio del Eliseo ya se conocía el veto de la Casa Blanca, tiene valor político. Un punto más en el haber de Francia. Sí, Francia manda mucho en España).