¿Qué hace un gallego a la mitad de la escalera?
Los buenos amigos y los mesurados sin más, cuando alguien les dice que provienes de gallegos y que encierras buenas razones gallegas en tus pies (y castellanas de Cedillo), prestos preguntan, como si fueses Edipo después de visitar la efigie, qué hace un gallego en mitad de una escalera, ¿sube o baja? Que nadie fue capaz de darles razón de la respuesta nunca.
No respondí ni he respondido nunca. No por no comprender la respuesta, que se hallaba en mi inconsciente, sí porque la había olvidado a causa de que me crié con el sabor de América en la boca, la música de Fleetwood Mac en los oídos, con mi querida Irlanda en los ojos y los Sex Pistols por bandera.
Mas el otro día me acordé de la respuesta a la pregunta de si un gallego en mitad de una escalera sube o baja. Y fue el día que alguien me dijo que era incomprensible para su mentalidad que Finisterre, ese trozo de carne de Dios en lo más occidental de España, hubiere votado mayoritariamente al PP y no a otros partidos, tras la desgracia del Prestige. Como no le surgía ninguna explicación repudiable, recurrió al viejo tópico de que esto era propio del alma de los gallegos, que nunca se sabe si vienen bien o si van al poniente, porque efectivamente, siempre vamos yendo (“imos indo”, que se dice na nosa língua).
¿Qué hace un gallego a la mitad de una escalera? La respuesta es siempre sube, nunca baja, nunca mira hacia atrás, así que no hace nada, porque detrás sólo queda la pobreza, el olvido y la emigración.
Que las clases rurales gallegas fueron las grandes olvidadas por Franco y por los señoritos de ciudad (Coruña, Santiago, Vigo), que señalaban como “aldeanos” y “paletos” a los paisanos por falar na nosa língua, ellos, que hoy son más nacionalistas que Castelao y Rosalía juntos y votan progresista siempre (que hasta por no parecer gallegos aldeanos y paletos o por ser más gallegos hablan una suerte de gallego aportuguesado e ininteligible para los gallegos “aldeanos y paletos”) y sólo tuvieron miseria y olvido y un barco a Buenos Aires o a Baracaldo un tren (las otras dos provincias llenas de gallegos aldeanos y paletos. Los señoritos de ciudad emigraban a Madrid, se conformaban con ser el lacayo del lacón y el orujo del señorito madrileño de dodgedart y buenas intenciones)
Un gallego en mitad de una escalera siempre sube, adelante sin mirar atrás, que el pasado no merece ni una sola lágrima y el futuro siempre es mejor, aun siendo malo, que lo que se deja atrás, que es desasosegante: el olvido franquista y el esquilmamiento socialista. No inventéis que un gallego echará de menos su tierra, os habéis equivocado.
Qué bien lo dijo Celso Emilio Ferreiro, “allí donde haya un carballo, allí Galiza”, cuando volvió a España y un amigo mío de cafés en Madrid le preguntó su opinión sobre las autonomías.
O si queréis, que un gallego va conociendo la morriña antes de volver a su lugar y en mitad de una escalera tiende a preguntar “¿a ónde se vai pra coller o tren?”
Un gallego en mitad de una escalera siempre sube a su morriña, siempre baja a su terruño.
- Bien, vale, pero, ¿sube o baja?
- Depende, digo, de si huye o retorna.