Marion Le Pen (Francia, 1989) era (es) por derecho propio de los grandes rostros de la política francesa. Tras años de batalla política contra la socialdemocracia y las corrientes globalistas, la sobrina de
Marine Le Pen abandonó el antiguo Frente Nacional para fundar el
Instituto de Ciencias Sociales, Políticas y Económicas, un órgano con el que pretende combatir el dominio cultural de la izquierda.
“Este nuevo instituto superior privado tiene como vocación la formación de los futuros dirigentes políticos y económicos, en respuesta al lavado de cerebro intelectual y a las carencias de la enseñanza que constatamos, actualmente, en las escuelas encargadas de formar a nuestras élites”, sentencia Le Pen.
La líder política francesa responde a las preguntas de
elDebate.es en un momento crucial para el futuro de la
Unión Europea, que el próximo mes de mayo celebrará unos comicios que marcarán el sendero a seguir por Bruselas.
– Los medios de comunicación intensifican los epítetos para describir y desacreditar el ascenso de una derecha alternativa europea. Uno de los más utilizados es: “populista”. ¿Qué abarca este término?
Detrás de la palabra “populista” está la palabra, que va por delante, de “pueblo”.
El populismo del pueblo es una respuesta legítima al elitismo de las élites. Es una reacción de las poblaciones a un “sistema”. En Francia, este “sistema” refleja un consenso ideológico compartido por una gran parte de los dirigentes políticos, de los grandes responsables económicos y la casi totalidad de los medios de comunicación. Un consenso ideológico que está en contradicción, de manera cada vez más violenta, con la experiencia y la vida diaria de los pueblos europeos.
Detrás de este consenso tenemos, entre otros, la apología del multiculturalismo y la inmigración, la utopía del “dulce comercio” irregular defendido como modo ideal de organización de las relaciones humanas, la globalización financiera como motor de prosperidad, el fin de la singularidad de los pueblos en pro de una humanidad compuesta de “homo economicus” intercambiables, la apología ilimitada de los “derechos individuales” convertidos en tiranía de las minorías en respuesta al miedo permanente de la “tiranía de la mayoría”. Y, detrás de todo esto, el desprecio, apenas disimulado, hacia la democracia.
Una periodista francesa,
Elizabeth Levy, utiliza una fórmula contundente a este respecto: “Populismo es el nombre que la izquierda da al pueblo cuando este ya no le conviene”. El pueblo no le conviene a las élites: demasiado conservador, demasiado apegado a su modo de vida, a sus raíces, a sus tradiciones, demasiado poco convencido del concepto de “start up nation” defendido por Emmanuel Macron. Por consiguiente, se tacha de populistas a todos los que acarician “los bajos instintos del pueblo”. Lo que da a entender, de paso, que la élite sólo tiene instintos elevados…
Si quiero dar una definición más académica,
el movimiento populista es polimorfo, relativamente reciente en el debate político y, por lo tanto, difícil de definir. Sin embargo, el fenómeno populista tiene precedentes. Si tuviéramos que aplicar los criterios actuales a situaciones pasadas, es evidente que ¡Charles de Gaulle habría sido incluido entre los populistas! Hay varias características que parecen repetirse sistemáticamente: un jefe carismático, la oposición a una casta de élites, el apoyo de las clases populares, la defensa de una democracia ideal y pura contra una democracia sesgada principalmente por el sistema representativo.
Detrás del populismo está también la palabra “política”. El populismo es un retorno de la política como respuesta a la visión técnica y puramente económica de la organización de las sociedades, llevada a cabo por dirigentes que son más gestores de poca monta que gobernantes.
– En el transcurso de una reciente entrevista, Steve Bannon vaticinó que dentro de unos años, en Europa, sólo habrá movimientos “populistas”, tanto en la derecha como en la izquierda. ¿Piensa usted lo mismo?
En cualquier caso, esto está ocurriendo en todo el mundo y no sólo en Europa. Trump es tachado de populista. Bolsonaro es tachado de populista. Numerosos países demuestran que la visión estrecha y sectaria de una cierta élite occidental cosmopolita ha sido superada por los grandes desafíos de nuestro mundo. Sin embargo, este ascenso de los populismos puede tener, en mi opinión, ciertos límites. Los populismos de derechas y de izquierdas no tendrán siempre la capacidad de comprenderse para encarnar una verdadera alternativa y, así, ganar las elecciones.
Tomemos el ejemplo de Francia: los medios de comunicación han identificado dos populismos, a saber: el de izquierdas de
Jean-Luc Mélenchon y el de derechas de
Marine Le Pen. Si bien estos dos movimientos se entienden en parte en su crítica a la Unión Europea y, por lo tanto, en lo que está en juego en relación a la soberanía de las naciones, esto no basta para desembocar en una “convergencia de luchas”, por utilizar una expresión que le gusta a la izquierda. De hecho, la soberanía es el “continente”, el medio de acción. Pero este continente sólo es útil si es puesto al servicio de un “contenido”, es decir, de una visión de la sociedad, de una visión del hombre. Sobre este contenido no hay una visión común entre el movimiento de derechas de Marine Le Pen y el movimiento cripto-comunista, LGTB, comunitarista, pro-inmigración de Jean-Luc Mélenchon. Para poder entablar negociaciones y constituir un gobierno duradero, es indispensable que estos movimientos llamados soberanistas o populistas no se encierren en la única (e indispensable) defensa de las clases populares, sino que deben conseguir la alianza de las clases populares y las clases medias en lo que respecta a la defensa de la identidad, una política social justa, una economía asentada y los valores fundacionales.
– La Unión Europea parece más frágil que nunca. Macron, Merkel y los partidarios de la línea oficial pierden, cada día, más apoyos, mientras que los movimientos euroescépticos se fortalecen en todo el continente. ¿Cuál es el futuro de la Unión europea?
Es innegable que ya no hay nadie que percibe a
Emmanuel Macron como el comienzo de un ciclo. Es el programa del mundo antiguo en las costumbres de la modernidad o, sencillamente, la luz que aún se proyecta en un astro que ya está muerto.
En lo que concierne a la UE: o se lleva a cabo una reforma profunda, un viraje propulsado por la combinación de una doble objeción económica y de identidad, o lo que tendremos es un hundimiento, probablemente doloroso, porque nada habrá sido anticipado. Con todo, si Francia, uno de los principales contribuyentes netos al presupuesto de la UE cambia de Gobierno en los próximos años, se puede instaurar una nueva relación de fuerza, principalmente con respecto a la política alemana. Por desgracia, los países del Grupo de Visegrado, aunque tienen una gran determinación sobre la cuestión de la inmigración, no tienen el peso político y demográfico suficiente para dar un vuelco a la política europea. Alemania tiene, por el momento, demasiadas ventajas de la UE para invertir la tendencia y tiene demasiados intereses financieros en juego, principalmente la deuda griega, para soltar el lastre presupuestario. Austria es muy cercana políticamente a Alemania. Por esto,
el futuro político y las relaciones de Francia, Italia y España son especialmente determinantes.
Este eje latino podría convertirse en el nuevo motor de la UE, sustituyendo a la pareja franco-alemana que no es más que un engaño. Entonces podríamos imaginar una organización europea centrada en los desafíos fundamentales y estratégicos que tenemos en común: regulación de la inmigración, proteccionismo económico respecto a los países emergentes y, sobre todo, China, supremacía digital frente a la hegemonía de GAFA [las cuatro grandes compañías tecnológicas: Google, Apple, Facebook y Amazon] y para proteger nuestros datos, un euro transformado en moneda de cambio frente al dólar para luchar contra la extraterritorialidad del derecho americano, etc. El resto compete a la subsidiariedad.
– Francia resume todos los problemas que afectan a Europa: unos dirigentes partidarios de la globalización, una política migratoria desastrosa y una islamización galopante. ¿Cómo se puede invertir esta situación?
Es muy importante que los españoles entiendan que el presente de Francia puede ser su futuro si no reaccionan a tiempo:
desarrollo del islam radical en las periferias, sobre todo entre los jóvenes musulmanes; aparición del terrorismo islamista; secesión cultural de numerosas zonas del territorio; explosión de la violencia y de la inseguridad; riesgo permanente de revueltas urbanas.
La llegada masiva de una inmigración de bajo nivel socio-profesional aumenta la tensión en el mercado de trabajo y pone en peligro nuestro sistema social.
El desafío es nacional, pero también europeo. Todos somos interdependientes.
Una encuesta reciente, llevada a cabo por un periodista francés, Laurent Obertone, en su obra
La France interdite [La Francia prohibida], recuerda, partiendo de los datos de inmigración recogidos de los datos oficiales, que los franceses llamados “de ascendencia” serán una minoría en el territorio francés en 2040, y que los europeos de ascendencia lo serán en 2060 en el continente europeo. Dicho de otro modo, los pueblos históricos serán minoritarios en su territorio. Quiero recordar, además, que en la casi totalidad de los países donde el islam es mayoritario ya no hay separación entre lo religioso y lo político, que se aplica la sharia y que las minorías son reducidas al estatus de dhimmi, es decir, a nivel de subciudadanos. Sólo una voluntad política realmente firme y coordinada entre europeos permitirá que evitemos este escenario.
– El debate sobre la inmigración divide al continente. Merkel y Macron defienden una política de acogida por motivos económicos y humanitarios. Sin embargo, los hechos demuestran que no han dudado en adoptar algunas de las medidas exigidas por los movimientos de la derecha alternativa…
En realidad, esto es falso. Detrás de un alarde de relativa firmeza, el Gobierno de Macron ha hecho aprobar leyes cada vez más permisivas respecto a la inmigración y ha aumentado el presupuesto destinado a la acogida de los migrantes. Como prueba de ello,
Macron ha firmado recientemente el pacto de Marrakech, cuyo contenido es una serie de compromisos para acoger cada vez más emigrantes con mayores derechos. El peso demográfico y, por lo tanto, electoral, de las poblaciones de inmigrantes, el temor (fundado) de ver a Francia incendiada por revueltas ultraviolentas, el poder que tienen las redes del islam radical en determinados barrios (a menudo financiadas por dinero que viene del extranjero) y la ideología en la que caen, todo ello está llevando al Gobierno francés a comprar, incluso a corto plazo, la paz social en lugar de enfrentarse a los problemas, muy graves, de cohesión nacional que conlleva una inmigración masiva.
– Por ahora, España parecía ajena a estas cuestiones, pero la aparición de VOX -que acaba de entrar en el Parlamento regional andaluz- demuestra que también nosotros tenemos que afrontarlas. ¿Cree usted que España está madura para que llegue al poder partido de estas características, como ha sucedido en otros países europeos?
Sigo con mucha atención lo que está pasando en España. Me impresionó mucho el éxito del mitin de VOX. ¡Miles de personas! Esto ya casi no se ve, en esta proporción, en Europa occidental. Parece que los españoles patriotas y olvidados han encontrado, por fin, su altavoz.
Estoy convencida de que VOX puede entrar de manera impactante en el Parlamento europeo y, así, contribuir a reajustar su mapa político. Los españoles tienen -y tendrán- que enfrentarse a los mismos desafíos vitales que nosotros a medio o largo plazo. Es imperativo que unamos nuestras fuerzas para defender nuestro patrimonio inmaterial (histórico, cultural…), material y natural (nuestro medio ambiente) ante una globalización incontrolada que se ha convertido en una máquina de uniformar, empobrecer y contaminar.
– El próximo mes de mayo los europeos están llamados a renovar el Parlamento europeo y se anuncia un gran avance de los movimientos patrióticos y euroescépticos. ¿Qué veremos?
Nunca hay nada escrito. Sin embargo, es probable que la actual mayoría se debilite más que nunca. Los partidarios federalistas de la UE han querido fortalecer el sentimiento de pertenencia europea uniformando la fecha de elección al Parlamento europeo en todos los países y lo que van a conseguir es, al contrario, reforzar a las oposiciones permitiendo que estas envíen una señal fuerte y generalizada. Ciertamente, veremos la constitución de nuevos grupos y se reorganizarán las relaciones de las fuerzas políticas. De ahora en adelante los países de Visegrado podrán tener, ciertamente, una voz más importante en Occidente y nuevos apoyos sobre las cuestiones identitarias con la llegada en masa de movimientos como la AFD en Alemania o VOX en España, la presencia de Lega en el Gobierno italiano, etc.
– La izquierda se apropió del poder cultural a partir de los años 70. Desde su entrada en política, usted ha hecho un llamamiento a responder en este ámbito: ¿por qué es tan importante? ¿Es el Instituto de Ciencias Sociales, Políticas y Económicas (ISSEP sus siglas en francés) un elemento de esta batalla?
En lo que concierne a Francia fue incluso antes de esa fecha, porque después de la Segunda Guerra Mundial el general De Gaulle confió el Ministerio de Educación y Cultura a los comunistas. Esto permitió a la izquierda instalar permanentemente su dominación intelectual y, por lo tanto, política, en todos los ámbitos de pensamiento: medios de comunicación, escuela, cultura. Con razón un célebre comunista italiano,
Antonio Gramsci, teorizó que las victorias culturales precedían a las victorias electorales/políticas. La derecha nunca tuvo en cuenta esta lección y abandonó el combate cultural dentro de la sociedad civil para llevar a cabo únicamente el combate electoral a través de las asambleas e instituciones. Fue un error. Un error que nosotros intentamos corregir a nuestro nivel con el ISSEP. Este nuevo instituto superior privado tiene como vocación la formación de los futuros dirigentes políticos y económicos, en respuesta al lavado de cerebro intelectual y a las carencias de la enseñanza que constatamos, actualmente, en las escuelas encargadas de formar a nuestras élites.
– En veinte años los movimientos alternativos europeos parecen ser menos nacionalistas y más abiertos a nuestra identidad común europea y a sus raíces cristianas. ¿Es factible que el ISSEP abra sedes en Europa para proporcionar una base intelectual común a las élites del mañana?
Creo que numerosos movimientos han sido caricaturizados como nacionalistas sectarios utilizando, como único pretexto, el hecho de que no adherían al gran sueño federalista europeo. Hoy en día, este sueño (y el negocio a él vinculado) se ha desmoronado ante el muro de la realidad. No se retuerce impunemente el brazo a naciones seculares para obligarlas a entrar en los esquemas de una organización sin alma, “tecnocrática”, incapaz de demostrar fuerza e independencia hacia las injerencias extranjeras.
No creo en una internacional soberanista según el modelo de la internacional socialista, porque precisamente
el soberanismo no es una ideología o una doctrina única que se impone a todos sin tener en cuenta las particularidades de cada país, sino que es más bien un pragmatismo.En cambio, creo en unos valores, me atrevería a decir en unos principios fundamentales, que constituyen nuestro caldo de cultivo de civilización común y que deben ser defendidos o desaparecerán. Creo que el origen cristiano de nuestras naciones es el origen de una parte no insignificante de estos principios entre los cuales podemos enumerar la laicidad, la separación de lo espiritual de lo temporal, el lugar de la mujer, el modelo democrático, la igualdad ante la ley, la atención a los más débiles, la libertad de la persona ante el Estado, etc. El ISSEP quiere construir poco a poco una red internacional. El objetivo es encontrar socios para crear, en un futuro, campus en otros países de la Unión Europea.
Marion Le Pen, a elDebate.es: 'Los españoles patriotas y olvidados han encontrado al fin su altavoz'