Sumándose a la decepción de los teóricos marxistas que no habían logrado romper las lealtades del proletariado para con sus respectivos países antes y durante La Gran Guerra, pronto se vio que los trabajadores de una y otra nacionalidad, tampoco después del armisticio, respondían a la incitación de los agitadores comunistas para que unieran sus fuerzas en pos del ansiado ‘paraíso-del-proletariado-sin-fronteras’. Añadamos que los intelectuales marxistas del momento jamás culparon de tan estrepitoso fracaso a la propia ideología ni al ejercicio en wishful thinking que todo aquello había sido, achacándolo en cambio a la cortedad de miras de los trabajadores.
De un tal planteamiento emergió todo lo que a continuación aquí se glosa.
De entre aquellos teóricos, Georg Lukács, en Hungría, y el sardo Antonio Gramsci, en Italia, asumieron la labor de introspección necesaria para explicarse y explicar a los suyos qué había fallado en la praxis de la teoría marxista en la Europa Occidental.
En 1919, nuestro hombre llegó a la conclusión de que el verdadero y acaso único obstáculo para la aplicación real y efectiva de los principios comunistas en Europa era… ¡la mismísima cultura occidental!