Casimiro García-Abadillo
Nunca antes, ni siquiera durante los convulsos tiempos de la Gürtel y los papeles de Bárcenas, el PP había estado en una situación tan crítica. Miles de militantes, millones de votantes, España entera mira lo que está ocurriendo sin dar crédito a este espectáculo de autodestrucción.
No beneficia a nadie, ni siquiera al PSOE o a Vox, que a corto plazo pueden estar frotándose las manos, que el primer partido de la oposición, un partido de Gobierno que ha participado, junto al Partido Socialista, en la consolidación de una democracia sólida y madura, a pesar de sus defectos, esté a punto de saltar en mil pedazos. Si el PP no se salva, habrá un corrimiento hacia la derecha populista, y la polarización que ya vivimos se agudizará aún más, haciendo irrespirable el clima político.
Lo que nos jugamos no es, por tanto, la supervivencia de una organización, sino el futuro de nuestra democracia. Ese es el reto al que nos enfrentamos.
La causa del desastre tiene su origen en una descarnada lucha por el poder. Los fines y los medios utilizados hablan por sí solos de la catadura moral de los responsables de este desaguisado. Por ello hay que exigir responsabilidades y pedir, exigir, a los máximos responsables de la dirección del PP,
Pablo Casado y su
número dos,
Teodoro García Egea, que presenten su dimisión cuanto antes para que el partido resuelva la crisis en un Congreso extraordinario y elija una dirección que le devuelva a la sensatez y la cordura.
El intento por parte de Génova de dar carpetazo al asunto archivando el expediente abierto a
Díaz Ayuso es una salida en falso. No es creíble que ahora Casado diga que cree la versión de la presidenta de la Comunidad de Madrid tan sólo unas horas después de haberla puesto a los pies de los caballos
en una entrevista con Carlos Herrera.
Vayamos a los hechos:
- El empecinamiento de Génova en no convocar el Congreso de Madrid es muy anterior a la aparición de las sospechas sobre el contrato intermediado por el hermano de Isabel Díaz Ayuso.
- No hay, por tanto, una relación de causa efecto entre la sospecha de posible corrupción y la negativa de Génova a que Díaz Ayuso liderase el partido en la Comunidad de Madrid. Más bien al contrario, Casado y García Egea utilizaron la información que tenían en su poder, más bien escasa, para forzar a la presidenta de la Comunidad a que diera un paso atrás en favor del alcalde de la capital. En los meses de septiembre y octubre pasado, le plantearon abiertamente un chantaje.
- Para darle algo de sustento a su amenaza, el secretario general del PP encargó un dictamen externo a un conocido abogado para que estableciera los posibles ilícitos penales en la contratación del hermano de Díaz Ayuso. Según el dictamen al que el viernes hice referencia en El Independiente, el único delito que podría derivarse de dicha contratación y del cobro de un dinero por un trabajo de intermediación era el de tráfico de influencias. Sin embargo, como reconocen las fuentes cercanas a esa investigación, no existe a día de hoy ni una sola prueba de que Díaz Ayuso interviniera en la contratación de la compra de material médico para la Comunidad.
- No existe tampoco una prueba documental de que Tomás Díaz Ayuso ingresara en su cuenta una cantidad cercana a los 300.000 euros, cosa de la que le ha acusado el presidente del PP en la entrevista a Carlos Herrera en la Cope, «mientras morían 700 personas al día», recalcó.
- Casado negó en dicha entrevista que el PP hubiese contratado a una empresa de detectives, pero, según ha reconocido el dueño de la misma, personas de dicho partido solicitaron insistentemente unos servicios que él se negó a prestar «por ser ilegales».
- El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, dijo el pasado jueves que daba crédito a la versión de Ángel Carromero de que no tenía nada que ver con el espionaje al entorno de Díaz Ayuso. Sin embargo, el director de Coordinación de la alcaldía de Madrid dimitió horas después de que el alcalde saliera en su defensa. ¿Por qué? Al parecer, unas grabaciones hechas subrepticiamente demostrarían que Carromero ha sido el artífice del intento de espionaje.
- En lugar de intentar atajar el vendaval que se avecinaba, tras conocerse en la noche del miércoles, a través de El Mundo y El Confidencial el descubrimiento de la trama para espiar al entorno de Ayuso, Casado convocó una reunión de urgencia en Génova, que se prolongó hasta altas horas de la madrugada, y a la que asistieron algunos miembros del comité de dirección del PP, para intentar desvincular al alcalde y portavoz del partido de dicha operación.
- Algunos miembros de la cúpula del PP le advirtieron hace días a Casado del peligro que representaba ir a un enfrentamiento abierto con Díaz Ayuso y le pidieron que destituyera a García Egea, a quien se atribuye la paternidad de dicha estrategia. Pero el presidente del PP decidió mantener la confianza en su número dos.
Ahora, después de todo lo que ha ocurrido, intentar poner paños calientes es inútil. Por eso es insuficiente el pacto que ha ofrecido Casado, que, por cierto, tuvo que dar marcha atrás este sábado y aceptar las explicaciones de Díaz Ayuso sin que ésta tuviera que tragar con ruedas de molino. Ofrecer ahora un pacto es absurdo. Una hemorragia interna no se detiene con una tirita.
En cualquier organización las irresponsabilidades se pagan. En poco más de dos semanas, el PP ha pasado por la humillación de que la reforma laboral se aprobase gracias al voto de uno de sus diputados (3 de febrero); por unos resultados electorales que se han quedado muy lejos de las expectativas en Castilla y León (13 de febrero), y, finalmente, el lamentable espectáculo de que la dirección del partido levante sospechas de corrupción sobre la que es posiblemente su líder regional más valorada. ¿Se puede hacer más estropicio en menos tiempo?
El PP tiene que actuar sin esperar al mes de julio, fecha prevista para el próximo Congreso. Una solución sería la convocatoria de un Congreso extraordinario. La otra, un golpe de mano desde la dirección, tal y como sucedió con
Pedro Sánchez en el Comité Federal del 1 de octubre de 2016.
Los barones del PP (todos excepto López Miras) han mantenido un elocuente distanciamiento en la ofensiva de Génova contra la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ahora deben dar un paso al frente. Los paños calientes no sirven de nada.