301, 302, de Park Cheol-so
Dos mujeres anónimas que viven en apartamentos contiguos del mismo edificio se definen por sus más que peculiares y disfuncionales relaciones con la comida. Una es divorciada y está obsesionada con cocinar platos muy suculentos; la otra, en cambio, es una escritora anoréxica incapaz de meterse nada en el cuerpo sin expulsarlo a continuación. Cuando se conocen, entablan una malsana relación en la que se pone de manifiesto tanto la incapacidad de ingerir nada como de aceptar el rechazo... y en la que se juntan, literalmente, el hambre con las ganas de comer.
Esta oscura producción coreana es previa a la moda que tendría lugar poco después y marca los inicios de la difusión de esta cinematografía, al menos en lo que a cine de género se refiere, pues la propuesta alterna con cierto sentido de lo grotesco, como sería lo habitual, el drama con el terror, el thriller y algo identificable como un cierto humor perverso, o eso quiero creer. Historia de mentes patológicas que esconden traumas, pasados difíciles que irán emergiendo a medida que se afianzan unos lazos en un entorno de extrema modernidad e higiene, pero que no puede evitar la soledad de los individuos. Se sucede un presente de investigación policial en torno a una desaparición con varios niveles de pasado que ayudan a entender lo que ha ocurrido, en una película irregular, a ratos expositiva, a ratos tremendista y pasada de rosca en cuanto a sordidez, lograda a medias, aunque con bastante interés y riesgo en sus ideas, en su afán de provocación… si es que no se trata de simple idiosincrasia de esta gente que, sin embargo, tanto shockea a los occidentales.
Son muy tardo-ochenteros, y por tanto muy de su tiempo, tanto la banda sonora como la puesta en escena, con entornos de diseño, predominando los colores intensos, como el rojo del interior de una carnicería, aunque entiendo que es intencionado ese aspecto con fecha de caducidad. La narración se torna indigesta (tachán) por el modo en que se insertan los flashbacks, en forma de bloque dentro del relato principal, con esa molesta sensación de poca fluidez y de interrupción, que frustra la parte más claustrofóbica y polanskiana y hace pensar en que esto mejoraría con un mejor timing y sentido narrativo. Se arroja una mirada a la condición de la mujer coreana actual (actual de entonces, años 90), independiente o bien subordinada al varón, tanto da, pues son los alimentos los auténticos protagonistas; cargados de implicaciones, de presencia constante, ya sea durante su preparación o consumición, entre lo apetecible y lo ligeramente nauseabundo, el caso es que los seres humanos son también comida, producto y negocio (aquí la modernización imparable del país, los billetes sucios de sangre), cuando no simples números, algo susceptible de ser igualmente consumido sin más pese a su buena y saludable apariencia. Matrimonio e infidelidad, por un lado, frente a infancia, familia y abusos inconfesos, por otro. Culpabilidad, amor y ausencia de amor, sexo relacionado directamente con la cuestión alimenticia, espejo lo uno de lo otro… tal cosa es lo que termina de rematar la faena, con un descabellado desenlace, terrible del todo aunque de una implacable, inevitable lógica, la atroz e incluso previsible consumación de los deseos de ambas.