Cabalgando hacia el Frente Popular
Amando de Miguel
No es por alarmar, pero recuerdo con el clásico que "la Historia se repite a veces como farsa". La pedantería de la cita viene a cuento porque cunde ahora la sensación de que, en medio de una
España ingobernable, asoma la amenaza (o la oportunidad y la gloria para otros) del Frente Popular de 1936.
Son indiscutibles las
diferencias estructurales entre la España de los años 30 y la actual. Entonces destacaba numéricamente la clase de los míseros jornaleros del campo. Hoy sobresale el amplio y heteróclito estrato de las clases medias urbanas; aunque propietarias, son las que pagan mayormente los impuestos, hoy mucho más elevados que en la época republicana e incluso que en el régimen franquista.
Sin embargo, hay rasgos más sutiles que permiten razonar sobre la actual tendencia a una especie de nuevo Frente Popular; que ahora, naturalmente, no se podría llamar así, sino Frente Progresista o algo por el estilo. Se asienta sobre la
sólida hegemonía cultural de la izquierda progresista en España. Es una dominación tan sofocante que incluso el Partido Popular (el equivalente formal de la CEDA del periodo antebélico) asume algunos de los artículos de la fe progresista. Por ejemplo, hace poco el Gobierno del PP con mayoría absoluta no se atrevió a derogar la ominosa Ley de Memoria Histórica. No fue menos cobarde y miserable la aceptación de la llamada
ideología de género, que se impone por todas partes, incluso en las escuelas. Así se podrían registrar docenas de atentados progresistas con los que el PP ha transigido sin rechistar. Lo ha hecho a cambio de las migajas de poder político que le han concedido los progresistas hegemónicos.
El Frente Popular de 1936 significó una extraña alianza entre socialistas, comunistas, republicanos y nacionalistas vascos y catalanes. El equivalente hodierno del comunismo es
Unidas Podemos y todas sus confluencias, afinidades y secesiones. La versión actual de los nacionalismos es la camada de partidos de querencia separatista, implantados ya en distintas regiones. El resultado es la desintegración de la nación española. La palabra
España ya solo se emplea para denigrar "la España franquista".
En 1936 los que no comulgaban con las ideas del Frente Popular eran tachados de "fascistas" y convertidos en blanco de exterminio. Hoy se tiende a una operación similar, solo que el fascismo parece algo remoto y solo se maneja como una licencia semántica.
La mayor proximidad entre las dos situaciones que digo, históricamente tan distantes, es que en ambos casos la izquierda hegemónica entiende que
la derecha carece de legitimidad para gobernar. Dentro de la derecha, el mayor desprecio se dirige contra Vox, la bestia negra de casi todo los medios de comunicación y el único partido que reivindica abiertamente la idea de la nación española. La hegemonía progresista, aunque parezca mentira, prescinde bonitamente de la idea de España. En el mejor de los casos la convierte en "el Estado". En su día fue un acierto terminológico de los separatistas que se ha ido aceptando poco a poco por el resto de la banda progresista.
Al igual que en 1936, y por razones algo distintas,
España se nos ha hecho ingobernable. Obsérvese la repetición actual de voces como "bloqueo", "colapso", "fragilidad", para describir los intentos de formar un Gobierno estable después de no sé cuántas elecciones. No digo que al final vayamos a desembocar hoy en una guerra civil, porque el Ejército no es lo que era y porque no existe la violencia generalizada de los años 30. Se trata, pues, de una farsa benévola.
Lo malo no es que nos amenace ahora una caricatura del Frente Popular de 1936. Siempre se pueden superar las tendencias históricas. Lo peor es que
España lleva ya un año bajo la férula del Gobierno más incompetente de la historia contemporánea de nuestro país. Claro que lo peor siempre puede empeorar; baste con que el Gobierno del PSOE coloque a algunos miembros de la Unidas Podemos en algunos altos cargos donde se maneje mucho dinero. Lo pésimo es que muy poca gente se ha dado cuenta del desaguisado político en el que nos encontramos todos metimos.