"ED WOOD" LA PASIÓN DE CREAR
El director estadounidense Tim Burton, tras Eduardo Manostijeras , saltó a la fama de los círculos cinéfilos como prototipo de director fuera de norma , con pronunciada voz propia y un arsenal imaginario prometedor. Una apreciación justa.
Pero esta interesante película fue sobrevalorada (...) A Burton para destaparse, le hacía falta algo tan simple como bajarse de la reverencia beata a lo fantástico y a la mitología del cómic - cuyo signo está bien donde está: sobre un papel y no sobre una pantalla de, como apuntalan los ejemplos de Dick Tracy, Superman y otros negocios de cine mediocre montados sobre estupendos cómics - y salir del halago al capillismo. Es decir: poner pie en tierra firme , que es donde paradójicamente resulta más difícil mantener el equlibrio en una pantalla. Eso es lo que hace en Ed Wood .
El resultado es un espléndido poema fundido en un espléndido documento a su vez convertido en un espléndido relato, al mismo tiempo divertido y grave, cómico y trágico, empapado de la verdad que hay siempre debajo de toda ficción genuina. Es decir: una película imaginativa, no fantástica; directa, no retórica; serena, no retorcida; original, no originalista; clásica, no posmodernucha; ideada y elaborada a la altura de la mirada de la gente y no de los ojos de los que se proclaman, por encima de la gente, de exquisiteces de parroquia de iniciados.
La historia verídica - con sus verdad multiplicada por la sencillez y la pasión con que Burton pone con poderosas imágenes en blanco y negro un relato admirablemente compuesto en un guión que equilibra y dosifica con tacto y amor la delicada enormidad que narra- de la relación profesional y la amistad personal entre Ed Wood, un joven director del Hollywood marginal de los años cuarenta y cincuenta, entusiasmado con su oficio, pero inhábil ejerciéndolo, y Bela Lugosi, el formidable histrión húngaro, creador dos décadas antes de Drácula y por entonces leyenda viviente a la deriva, convertido en un despojo humano amargo, abandonado, mísero y sostenido por el orgullo y la morfina, es al mismo tiempo la oscura crónica de un mundo rastrero, prosaico y desquiciado; y la luminosa metáfora de la pasión de crear.
Ingenio desatado
Ni el más mínimo vuelo retórico: ingenio desatado sin la menor caída en esa forma menor de imaginación que llamamos "fantasía". Cine integral, de infrecuente pureza en los tiempos que corren, en el que Burton se deshace de su hojarasca de fabricante de objetos de consumo audiovisual masivo y se queda consigo mismo, perplejo frente al gozoso y doloroso espejo de su tarea de director de películas. Y moviendo con pudor- para que, mientras actúa, sea y se sienta libre- los hilos de de una tremenda y maravillosa marioneta viviente: el brochazo de gran guiñol que Martin Landau - que ya dio un aviso de su talla en Delitos y faltas compone ahora al reconstruir la agonía de Bela Lugosi con una fuerza y una capacidad de arrastre que asombran.
Le dieron por hacer lo que hace aquí un Oscar: es poco. Si todo en este filme se mueve en el territorio de la inteligencia y la generosidad, Landau alcanza el de la alquimia.
Y una llamada de atención a una clave de esta hermosa humilde película: el encuentro del bondadoso y torpe Wood con otro cineasta loco, apasionado por su oficio, y considerado, al revés que él, el mejor del mundo, pero como él desterrado a los basureros de Hollywood: Orson Welles. Se resume casi todo, en esta leve, irónica y vigorosa escenita, que abre de par en par la conmovedora médula moral de un filme que, junto a otro norteamericano, Balas sobre Broadway , convierte a 1994 en fecha natal de dos obras con toda la pinta de imperecederas.
Ángel Fernández Santos , el país, 4 de junio de 1995