Respuesta: Nuestras críticas favoritas. (De aspirantes a cineastas)
Subo el hilo, que me apetece poner una crítica.
Crítica de Starship Troopers escrita por Jordi Costa y publicada en catalán en el diario "Avui" en febrero de 1998. Os la traduzco:
CASADOS CON LA MUERTE
Paul Verhoeven ha logrado una posición única y privilegiada dentro del cine contemporáneo: mientras que a los ojos de algunos es la viva imagen de la estulticia cinematográfica -la expresión máxima de un cine zafio, obvio, de gusto pésimo, feo- a los ojos de otros es uno de los creadores en activo más inteligentes. Verhoeven se ha ganado el privilegio de parecer imbécil en un contexto -la gran indústria americana del cine- en que ser listo no está visto precisamente como una virtud. Starship Troopers -como, anteriormente, Showgirls- ilustra perfectamente esta estrategia de creador capaz de ser dos personas en una, de hacer obras insultantemente lúcidas bajo la piel de lo que podríamos llamar "arte estúpido" y de articular, en este caso, un discurso de extrema izquierda bajo un primer nivel de lectura de demagogia ultraderechista.
El cineasta holandés, que en un film como El cuarto hombre ya exploró las posibilidades de la superposición de mensajes -a veces contradictorios- en una sola imagen, ha concebido su adaptación de la novela de Robert A. Heinlen como una auténtica carga de nitroglicerina ideológica con caparazón de superproducción para el gran público. El film funciona a muchos diversos niveles, a parte del obvio homenaje a la ciencia-ficción más paranoica de los 50 que transformaba el enemigo interestelar en metáfora obvia de (pretendidas) amenazas más cercanas. Verhoeven impone el formato del cine de propaganda más totalitario -utilizando el recurso de la interferencia narrativa que ya había adoptado en RoboCop, en herencia del "Batman Darknight" de Frank Miller- para proponer un juego refinadísimo: sirviendo el discurso fascista en su literalidad más brutal y agresiva, el cineasta consigue un ejercicio de humor negro radical y despiadado que no esconde su condición de espejo perverso enfrentado al presente de la historia americana.
Tan ácida como los monólogos de Gila sobre el universo militar -el Gila capaz de bordar frases de la altura de "¡me habéis matado al hijo, pero lo que me he reído!"-, Starship Troopers propone, además, una ridiculización frontal de los códigos de comportamiento de aquellos especímenes de adolescente americano que el espectador europeo ha conseguido de la mano de series como Sensación de vivir y derivados: viendo el film resulta razonable cuestionarse si Verhoeven informó a sus actores hipermusculados sobre la dimensión irónica de su mirada. Hasta qué punto parece sincera la unidimensionalidad de los personajes que encarnan.
Finalmente, Starship Troopers, película que no parece impresa en celuloide sino en una destilación de bilis y mala leche, delata que no todo en Verhoeven es rencor y humor cínico: el film es también una carta de amor -esta vez sincero y sin doble fondo- a los lugares comunes del cine de aventuras más grande. La utilización de clichés como el castigo militar, el funeral no en alta mar sino en el espacio exterior y el sitío del fuerte -auténticos ejemplos narrativos del cine de piratas y del western- puntúan el sentido del humor salvaje del conjunto con notas puntuales de melancolía hacia un género que, definitivamente, pertenece al pasado.
Pero el aspecto decisivo que convierte el último film de Verhoeven en una experiencia arrolladora es su capacidad de abrir nuevos territorios cinematográficos a... la belleza. Auténtica catedral de la animación infográfica aplicada a un film de imagen real, Starship Troopers incluye un buen número de escenas de masas protagonizadas por insectos más letales -y más bellos- que la más harmónica "mantis religiosa", que proporcionan al ojo del espectador el inexplicable placer estético de contemplar un cuadro barroco de batalla campal en movimiento. Más allá de la socarronería del cineasta, de su escatología lúdica y de su discurso ideológico atrevido, lo que hace del film una experiencia irrepetible es, paradójicamente, su capacidad para crear belleza. No se crean quién intente disuadirles de descubrir este lingote de oro empastado de fango.