Me da muchísima pereza escribir sobre esta película y aclarar tantas cosas, sobre todo cuando noto que estamos viendo muchos aspectos desde ópticas diferentes. No, claro que el falso realismo, la cámara en mano o los desenfoques no los inventó Spielberg. O ese estilo sucio del que se habla. Y sí, claro que Pedro Costa es mucho más clásico que Spielberg o Zemeckis. Todavía recuerdo cuando se tildaba de fordiana a War Horse. ¡Madre mía!
Volvamos a Godard:
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What does Schindler’s List mean to you in this context?
It means nothing. Nothing is shown, not even the story of this interesting German, Schindler. The story is not told. It is a mixed cocktail."
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Since your return to cinema in 1979, there has been a renewed emphasis on cinematic beauty. It seems you link this closely to a notion of cinematic mystery.
Yes. Most of the time there is no mystery at all, and no beauty—just makeup.
Schindler’s List is a good example of making up reality. It’s Max Factor. It’s color stock described in black and white, because labs can’t afford to make real black and white. Spielberg thinks black and white is more serious than color. Of course you can do a movie in black and white today, but it’s difficult, and black and white is more expensive than color. So he keeps faithful to his system—it’s phony thinking. To him it’s not phony, I think he’s honest to himself, but he’s not very intelligent, so it’s a phony result. I saw a documentary, not a good one, but at least you get the real facts about Schindler. [Spielberg] used this man and this story and all the Jewish tragedy as if it were a big orchestra, to make a stereophonic sound from a simple story.
Well, he doesn’t give you historical fact—
He’s not capable. Hollywood is not capable. In fact, I’m not capable of doing the picture I should be able to do. I’m capable of aiming for it and making part of it, two-thirds or sometimes nine-tenths. Spielberg is not capable of doing
Schindler’s List the way a regular director, not a genius but a director like William Wyler—who was able, just after the war, to make
The Best Years of Our Lives, which today, when you see it, you’re amazed by the fact that in Hollywood some honest people and good craftsmen were able to reach someone. Cinema as a whole has greater potential than the Wyler picture, but he was 100 percent his potential. Today, that has disappeared. If there was a race, William would do the 100 yards in twelve seconds; Spielberg would do it in two minutes."
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One of the main points of Hélas pour moi is that while narrative is vital to the well-being of civilization, it is inadequate as a medium for recording and communicating fact and truth.
I missed just the same in
Hélas pour moi, but since I’m a little better than Spielberg, the picture is better. But commercially it’s not as good. I missed the point. The picture arrived at the end completely different from the way it started."
Interview: Jean-Luc Godard - Film Comment
Y a Rivette:
"De la abyección - Jacques Rivette
Jacques Rivette sobre el film
Kapò (Gillo Pontecorvo, 1961) y publicado en Cahiers du Cinéma, nº 120, junio de 1961
"Lo menos que se puede decir es que, cuando se acomete una película sobre un tema como este (los campos de concentración), es difícil no proponer previamente ciertas cuestiones; pero todo transcurre como si, por incoherencia, necedad o cobardía, Pontecorvo hubiera decidido descuidar planteárselas.
Por ejemplo, la del realismo: por múltiples razones, de fácil comprensión, el realismo absoluto, o el que puede llegar a contener el cine, es aquí imposible; cualquier intento en este sentido será necesariamente incompleto («por lo tanto inmoral»), cualquier tentativa de reconstitución o de enmascaramiento irrisorio o grotesco, cualquier enfoque tradicional del «espectáculo» denota voyeurismo y pornografía. El director se ve obligado a atenuar, para que aquello que se atreve a presentar como la «realidad» sea físicamente soportable para el espectador, el cual no puede sino llegar a la conclusión, quizá inconscientemente, de que, por supuesto, esos alemanes eran unos salvajes, pero que, al fin y al cabo, la situación no era intolerable, y que, si los prisioneros se portaban bien, con un poco de astucia o de paciencia podían salir del paso. Al mismo tiempo, cada uno de nosotros se habitúa hipócritamente al horror, este forma poco a poco parte de la costumbre y muy pronto integrará el paisaje mental del hombre moderno; ¿quién podrá la próxima vez extrañarse o indignarse ante lo que, en efecto, habrá dejado de ser chocante!
Entonces comprendemos que la fuerza de
Nuit et Brouillard (1955) procede en menor medida de los documentos que del montaje, de la ciencia con la que se ofrecen a nuestra mirada los crudos hechos, reales, por desgracia, en un movimiento que es justamente el de la conciencia lúcida, y casi impersonal, que no puede aceptar comprender y admitir el fenómeno. Se han podido ver en otras ocasiones documentos más atroces que los recogidos por Resnais; ¿pero a qué no puede acostumbrarse el hombre? Ahora bien, uno no se acostumbra a
Nuit et Brouillard; es porque el cineasta juzga lo que muestra, y es juzgado por la manera en que lo muestra.
Otra cosa: se ha citado en gran manera, por todas partes, y la mayoría de las veces de forma absurda, una frase de Moullet: la moral es una cuestión de travellings (o la versión de Godard: los travellings son una cuestión de moral). Se ha querido ver en ello el colmo del formalismo, cuando en realidad más bien podría criticarse su exceso «terrorista», por recurrir a la terminología paulhaniana. Obsérvese sin embargo en
Kapò el plano en el que Riva se suicida abalanzándose sobre la alambrada eléctrica. Aquel que decide, en ese momento, hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de inscribir exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo solo merece el más profundo desprecio. Desde hace algunos meses nos están calentando la cabeza con los falsos problemas de la forma y del fondo, del realismo y de la magia, del guión y de la «puestaenescena», del actor libre o dominado y otras pamplinas. Digamos que podría ser que todos los temas nacen libres y en igualdad de derechos. Lo que cuenta es el tono, o el acento, el matiz, no importa cómo lo llamemos: es decir, el punto de vista de un individuo, el autor, un mal necesario, y la actitud que toma dicho individuo con respecto a lo que rueda, y en consecuencia con el mundo y con todas las cosas. Lo cual puede expresarse con la elección de las situaciones, la construcción de la intriga, los diálogos, la interpretación de los actores, o la pura y simple técnica, «indistintamente pero en la misma medida». Hay cosas que no deben abordarse si no es con cierto temor y estremecimiento; la muerte es sin duda una de ellas, ¿y cómo no sentirse, en el momento de rodar algo tan misterioso, un impostor? Más valdría en cualquier caso plantearse la pregunta, e incluir de alguna manera este interrogante en lo que se filma. Pero está claro que la duda es algo de lo que más carecen Pontecorvo y sus semejantes.
Hacer una película es, pues, mostrar ciertas cosas, es al mismo tiempo, y mediante la misma operación, mostrarlas desde un cierto ángulo, siendo esas dos acciones rigurosamente indisociables. Del mismo modo que no puede haber nada absoluto en la puesta en escena, ya que en lo absoluto no hay puesta en escena, el cine tampoco será nunca un «lenguaje»: las relaciones entre el signo y el significado no tienen ningún valor aquí, y no desembocan más que en herejías tan tristes como la pequeña Zazie. Toda aproximación al hecho cinematográfico que trate de sustituir la síntesis por la suma, la unidad por el análisis, nos remite inmediatamente a una retórica de imágenes que no tiene ya nada que ver con el hecho cinematográfico, no más que el diseño industrial con el hecho pictórico. ¿Por qué esta retórica sigue siendo tan querida por aquellos que se autodenominan «críticos de izquierdas»? Quizá es porque, al fin y al cabo, éstos son antes que nada unos irreductibles profesores, pero si desde siempre hemos detestado, por ejemplo, a Pudovkin, a De Sica, a Wyler, a Lizzani, y a los antiguos combatientes del IDHEC, es porque la materialización lógica de ese formalismo se llama Pontecorvo. Piensen lo que piensen los periodistas express, la historia del cine no vive una revolución cada ocho días. Ni la mecánica de un Losey, ni la experimentación neoyorquina le afectan en mayor medida que las olas de la playa a la paz de las profundidades. ¿Por qué? Porque unos no se plantean más que problemas formales, y otros los resuelven todos con antelación al no plantear ninguno. ¿Pero qué dicen más bien aquellos que realmente construyen la historia, los que también llamamos «hombres de arte»? Resnais confesará que, así como tal película de la semana le interesa en su calidad de espectador, sin embargo es ante Antonioni ante quien tiene el sentimiento de no ser más que un amateur. Sin duda, Truffaut hablaría del mismo modo de Renoir, Godard de Rossellini, Demy de Visconti; y así como Cézanne, contra la opinión de todos los periodistas y cronistas, fue impuesto paulatinamente por los pintores, también los cineastas impondrán a la historia a Murnau o Mizoguchi..."
Hernán Weisz: De la abyección - Jacques Rivette