El ministerio del miedo
Un paciente de un sanatorio psiquiátrico (Ray Milland) obtiene la libertad en el momento en que las bombas caen sobre Londres y se desata una conspiración de agentes nazis infiltrados, en la cual se ve enredado por una confusión. Cine hecho en plena guerra, que avisa del enemigo entre las propias filas y en la que puede percibirse la dura realidad del conflicto como algo normalizado (los toques de queda, el metro como refugio de los ataques aéreos…). La muerte ronda a la vuelta de la esquina, como un pasado envuelto en sombras y en dudas morales que acecha a nuestro héroe. Se oculta, bajo una apariencia humanitaria en sus fines, un mal latente y escurridizo, formando una red capaz de torcer y manipular a su antojo. Las fuerzas de la ley se vuelven indistinguibles de las de esa malignidad, pero finalmente se sabrá la verdad de un hombre íntegro. El final feliz, introducido con cierta brusquedad y que actúa como gag, rompe con la fatalidad, el desencadenarse la pesadilla por puro azar. En el fondo, tras un argumento enrevesado y desde luego disparatado, gracias al cual nos hacemos partícipes de la misma paranoia (desde el principio ves que no puede ser todo tan simple)… es una película de buenos y de malos, como corresponde a su vocación propagandística, aún con sus giros de tuerca, incluso con tema polémico como es el de la eutanasia.
Pero donde sale ganando este título en apariencia un poco tapado y que incluso el propio director despreció, disputas con la productora mediante, es como ejercicio de dirección colosal, aportando la personalidad visual del alemán a un guion que parece más bien un reciclaje hitchcockiano de falsos culpables, espías, mcguffins a cada cual más tontorrón (secretos gubernamentales escondidos nada menos que… dentro de un pastel), incorporando apuntes románticos y cómicos, como el de ese investigador borrachuzo que no pinta demasiado. Se lleva la acción a un territorio expresionista, incluso sobrenatural (una sesión de espiritismo, uno de esos inquietantes ciegos engañosos, perseguido por un paraje gótico…), en la línea de esas fuerzas siniestras, del todo entregada a un sentido espacial que no desperdicia un solo plano. Una sucesión de secuencias compuestas con una plasticidad y un esmero insólitos, jugando con la geometría, el montaje, los contrastes lumínicos y las siluetas (esos tiroteos en medio de la oscuridad), o con una cámara que a veces realiza un movimiento justo pero revelador, colándose incluso algún que otro efecto deformador… juraría que también hace un uso expresivo del sonido y del silencio. Y Milland, un tipo muy versátil y capaz de encarnar a alguien ingenuo y muy normal, sin que le falte un lado turbulento.