Die Nibelungen es, en efecto, una obra maestra. Yo prefiero la primera a la segunda parte, pero es una mera elección personal. Ambas poseen un valor incalculable y la segunda no solo alberga una de las más grandes secuencias de acción del cine mudo, sino de la historia del cine. Ver para creer. El maestro domina con mano firme cada espacio: las personas que lo habitan y los objetos que lo decoran, a la vez que retrata las relaciones de los personajes entre ellos y con las cosas que les rodean. Es, entre muchas otras cosas, una lección de cómo distribuir las fuerzas y relaciones de poder en escena, a través de un uso sublime de las formas geométricas y simetrías que se pueden formar dentro de un mismo cuadro. Mediante una particular mirada moral se transmite toda una forma de habitar el mundo. Una rígida mirada moral que se extiende al resto de su filmografía. No es casualidad que Rivette mencionara en Jacques Rivette. Le veilleur que cuando tuvo la oportunidad de entrevistar al genio alemán este solo le habló de moral y del efecto que esta tenía en la audiencia.
También posee una épica inabarcable. Una verdadera épica. La que confía en las miradas y construye un paisaje a través del ojo del cineasta que se extiende mucho más allá de lo que la profundidad del encuadre nos deja intuir. Porque en esta particular concepción de la épica existe, sin duda, el misterio. Y es en este misterio donde hallamos de nuevo todos los enigmas y claves secretas de una de las filmografías más férreas de la historia del cine. Baste atender a los ojos de Krimilda mientras estos arden en la pantalla.
También posee una épica inabarcable. Una verdadera épica. La que confía en las miradas y construye un paisaje a través del ojo del cineasta que se extiende mucho más allá de lo que la profundidad del encuadre nos deja intuir. Porque en esta particular concepción de la épica existe, sin duda, el misterio. Y es en este misterio donde hallamos de nuevo todos los enigmas y claves secretas de una de las filmografías más férreas de la historia del cine. Baste atender a los ojos de Krimilda mientras estos arden en la pantalla.
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