Despúes de leerme esta locura de hilo (historia viva del foro) dudo que pueda aportar gran cosa a lo ya dicho, pero ahí quedan de todos modos mis impresiones.
Conclusión de la peculiar trilogía de PTA sobre los Estados Unidos del siglo XX y propuesta de enorme riesgo por parte de un tipo con una identidad marcada, aunque cada película que haga parezca más bien un mundo cerrado y completo en sí mismo; artilugios muy estilizados (aún sin parecerlo) y de múltiples capas en los que resulta fácil perderse (a veces demasiado), que nos transportan a una época a través de una perfecta ilusión de montaje, encuadre, iluminación etc. y una cuidada ambientación. Aquí, una reinterpretación del noir que sigue siendo noir con todas las letras, con un tipejo hablando con gente de todo pelaje para llegar al fondo de Dios sabe qué; con mil nombres propios y toneladas de información que un espectador cada vez más confuso debe ir asimilando… Un Sueño eterno pasado por LSD que, en lugar de ir desenredándose, opta por volverse más demencial. Para mí ha sido como escalar una montaña y me he rendido más o menos a la mitad (hasta ahí, genial). Si a esto le añadimos el tono cómico y el disparate (con momentos de brutal sinsentido, como lo del viaje con la tal Japónica), el tema conspiranoico que involucra barcos fantasma, clínicas dentales y centros terapéuticos de desintoxicación… apaga y vámonos (unido ésto a que nos vendieron un Lebowski 2 y… no).
Crónica de una década muy concreta pero también de nuestro tiempo, la odisea de un colgado que nos representa a todos, en la que parece imposible entender nada (y cuando acertamos a comprender el modus operandi de los “malos”, resulta ser una chorrada digna de Mortadelo y Filemón). Arquetipos descarados de detectives, mujeres fatales, empresarios turbios, etc. en un mundo que ya no es lo que fue ni lo será (la América post-Vietnam y la utopía hippiesca desmoronada… y con ellas, todas las certezas sobre la realidad); no puede descartarse la influencia de la droga en la percepción de nuestro particular héroe. Los personajes principales parecen atados por relaciones muy contradictorias, como la mezcla de amor y desengaño que siente Sportello hacia su ex, un espectro del pasado… por no hablar de Bigfoot, que viene a ser su némesis, representante de todos los valores conservadores y contrarios al protagonista, y sin embargo, no puede evitar ser su único amigo; quizá el infiltrado (Owen Wilson) sea el único inocente y que aún puede salvarse, por ser quien tiene algo sólido y auténtico (su familia). Por si esto fuera poco, tenemos a la tal Sortilège, observadora y narradora externa que añade una nueva capa de irrealidad sobre lo que ya de por sí es una empanada mental.
Comedia pulp y absurda, por lo tanto, que oculta un trasfondo más amargo de lo que parece, en torno a unos individuos tristones e infelices, fuera de su tiempo. Contada, por cierto, sin el menor exhibicionismo formal y sin concesiones a la molonidad más aparente. Queda, por último, la referencia al “vicio inherente”, metáfora muy literaria, tópico de la novela negra que sirve para explicar el meollo de la historia (se me ocurre La llave de cristal de Hammett, por ejemplo); supongo que relacionado con algo que no puede evitar romperse, la inevitable fuerza del destino, tan habitual del género.