Carta a tres esposas
Tres amigas que salen de excursión reciben una carta que las trastorna por completo; supuestamente una conocida se ha fugado con uno de sus maridos, y no tienen manera de saber con quién de ellos.
Gran ejercicio de escritura de guión, de perfecta estructuración en varios actos bien definidos, así como de precisa descripción de un puñado de personajes (tres parejas acomodadas) desarrollados mediante un hábil y constante diálogo. Comedia dramática que funciona como una intriga sentimental en toda regla, reservándose para el final la solución del enigma mientras explora las consecuencias de un cierto “american way of life”, de la importancia de las apariencias y la amenaza que supone para la pureza de los sentimientos. La misteriosa voz en off de la autora de la carta es la de un fantasma que vertebra la acción, pero a quien nunca llegamos a ver (no es casual que esté involucrada Vera Caspary, de cuya pluma surgiera la
Laura de Preminger), puro mcguffin para describir una inquietante realidad; la de los débiles cimientos que sustentan el matrimonio.
Como obra de teatro el texto es ejemplar, como cine la cosa cambia, pues es evidente el carácter literario y actoral del asunto, con una sucesión de flashbacks un tanto rígida que recuerda a capítulos o actos. La ambientación, tan atemporal, mero escenario por donde desfilan unos seres que en el fondo no son mejores ni peores que cualquiera. A destacar un Kirk Douglas irónico y simpático en medio del plantel femenino (otra cosa es creerse que un profesor gane menos que una escritora de tercera), o la grata secundaria cómica que es la chacha... por no hablar de la visionaria mala leche con el tema de la radio, tan relevante entonces, y la prostitución de cualquier principio a cambio de una sola ley; la de lo útil y lo vendible. A tener en cuenta, por último, la importancia del adulterio... de unas implicaciones para la época mucho más graves que en la actualidad.