Harkness_666
Son cuatro
Enrique V
Lejos queda la época en la que el ahora mercenario Branagh buscaba su sitio como nuevo Orson Welles, es decir, joven y ambicioso actor, cineasta, adaptador y genio en ciernes... Sus primeros pasos en la dirección los da llevando a imágenes una de las obras históricas de Shakespeare con mayor contenido patriótico. La historia del rey Enrique V y su conquista del trono de Francia es la historia de un hombre que debe olvidar a sus amigos para asumir sus reales obligaciones, que debe abandonar la vida galante para llegar a ser el implacable monarca que la nación necesita para alcanzar su destino legítimo. Los amigos de antaño, encabezados por el simpático Falstaff, son cosa del pasado. Hay dos mundos separados, la vida popular, ajena a la alta política, y la soledad del poder... y es Enrique quien asume el difícil reto de unirlos, de ahí el épico discurso del día de San Crispín previo a la batalla de Azincourt, que culmina con la victoria inglesa y la unión dinástica.
Superproducción hecha con pocos y aprovechados medios, así pues, con una realización encomiable. La batalla final sería impensable hoy, con planos fijos, ralentís y sin agitar la cámara, lo más impresionante junto con la banda sonora de Patrick Doyle. Una lástima de final-pegote, alargado hasta el empacho, con ese ligoteo con la francesa que es del todo espantoso... (anda que no hubiera quedado bien un desenlace con el himno y el plano-secuencia de Branagh con el niño a cuestas). No hay tendencia alguna a la modernez, salvo por la inclusión de un narrador (Derek Jacobi) que ya estaba en la obra original y que funciona cual maestro de ceremonias. Por lo demás, es Shakespeare para lo bueno y para lo malo; entre lo segundo, unos interminables diálogos y monólogos literarios que dan lugar a una forma híbrida, artificiosa y un tanto empalagosa, de representación teatral y narración audiovisual. Como las lentejas, o lo tomas o lo dejas.
Con muchos momentos memorables, una propuesta llevada a cabo con arrojo y con irregular resultado.
Lejos queda la época en la que el ahora mercenario Branagh buscaba su sitio como nuevo Orson Welles, es decir, joven y ambicioso actor, cineasta, adaptador y genio en ciernes... Sus primeros pasos en la dirección los da llevando a imágenes una de las obras históricas de Shakespeare con mayor contenido patriótico. La historia del rey Enrique V y su conquista del trono de Francia es la historia de un hombre que debe olvidar a sus amigos para asumir sus reales obligaciones, que debe abandonar la vida galante para llegar a ser el implacable monarca que la nación necesita para alcanzar su destino legítimo. Los amigos de antaño, encabezados por el simpático Falstaff, son cosa del pasado. Hay dos mundos separados, la vida popular, ajena a la alta política, y la soledad del poder... y es Enrique quien asume el difícil reto de unirlos, de ahí el épico discurso del día de San Crispín previo a la batalla de Azincourt, que culmina con la victoria inglesa y la unión dinástica.
Superproducción hecha con pocos y aprovechados medios, así pues, con una realización encomiable. La batalla final sería impensable hoy, con planos fijos, ralentís y sin agitar la cámara, lo más impresionante junto con la banda sonora de Patrick Doyle. Una lástima de final-pegote, alargado hasta el empacho, con ese ligoteo con la francesa que es del todo espantoso... (anda que no hubiera quedado bien un desenlace con el himno y el plano-secuencia de Branagh con el niño a cuestas). No hay tendencia alguna a la modernez, salvo por la inclusión de un narrador (Derek Jacobi) que ya estaba en la obra original y que funciona cual maestro de ceremonias. Por lo demás, es Shakespeare para lo bueno y para lo malo; entre lo segundo, unos interminables diálogos y monólogos literarios que dan lugar a una forma híbrida, artificiosa y un tanto empalagosa, de representación teatral y narración audiovisual. Como las lentejas, o lo tomas o lo dejas.
Con muchos momentos memorables, una propuesta llevada a cabo con arrojo y con irregular resultado.
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