Atreyub
En busca y captura
(Thunderbolt and Lightfoot, 1974)
Debut de Michael Cimino el cual quedará siempre un tanto oculto al venir después "El Cazador" (película que le dio la fama absoluta) y "La puerta del cielo" (que se la daría pero por otros motivos). En este caso "Un botín de 500.000 dólares" es un filme un tanto irregular, sin un sello distintivo por parte del director, pero que dentro de lo que cabe no es un mal filme a fin de cuentas gracias, sobre todo, a ese aire que destila que recuerda a las producciones Malpaso. A Cimino, según se cuenta, lo descubrió Eastwood cuando reescribió parte del guión de "Harry el fuerte" y de esta forma dándole la oportunidad de dirigir. El actor, que ya se le podía considerar un actor con peso fuerte en la industria, creía contar con el protagonismo absoluto en un filme típico de atracos. Lo que nadie contaba es que fuese Jeff Bridges, el que le acabase siendo el protagonista convirtiendo a Clint en más de una ocasión en un secundario.
La película es un cúmulo de géneros y a los cuales Cimino no sabe cómo tratarlos o darles el enfoque adecuado. Para empezar estamos ante una especie de road movie sureña, donde los vastos campos de maíz son el primer escenario de una persecución alocada, bien ejecutada y que sirve como carta de presentación tanto de Thunderbolt (Eastwood) y Lightfoot (Bridges). De ahí pasamos a que la película se torna una buddy movie sin pretensiones, dejando que las personalidades dispares pero bien avenidas de los dos protagonistas vayan formando tándem. El primero es un ladrón que está de vuelta de todo donde Clint realiza uno de sus típicos roles a los cuales tenía acostumbrado al espectador y el segundo es un viva la vida que no hará otra cosa que recitar refranes y frases con moraleja que son a su vez su forma de ser y que a medida que avanza el metraje van formando un binomio bastante atractivo.
El problema radica que el género principal, el cine de atracos, tarda muchísimo en hacer acto de presencia. Y no por estar impacientes si no porque Cimino como guionista se pierde. Cree que agenciarle casi dos horas a la película va a hacerla más potente o mucho más seria cuando el humor un tanto infantil y la indefinición por bandera hacen que la película vaya dando bandazos en la primera mitad. La presencia de George Kennedy y Geoffrey Lewis como antiguos compinches de Eastwood siempre es una ayuda pero no la salvación (cítese las escenas donde cada uno de ellos trabaja para poder costearse el palo final) en la primera mitad, no así en la segunda que es donde sí son personajes clave. Tampoco ayuda la presentación de una América rural enrarecida como ese lunático con animales en el interior del coche y que aún intentando entender la idiosincrasia de una cultura poco (o nada) aporta a un tono ya de por sí confuso.
Pero es el último tercio el que por fin logra mantener el pulso firme, jugando de forma excelsa con el suspense y la milimétrica puesta en escena donde cada escena está puesta al servicio de un ritmo, montaje y cinematografía ejemplar. Cada actor funciona como un reloj y Cimino logra las escenas más llamativas (la voladura de la caja fuerte es quizás la más recordada de la película). Al igual que la brutalidad con la que trata el personaje de Kennedy a Bridges deparando una crueldad digna de Peckinpah (sin ir más lejos, aunque la película no verse sobre él, podría decirse que cierto aire o aroma a western seco pulula en el ambiente). Son los últimos minutos los que recompensan por completo las carencias (absolutas) de todo lo visto anteriormente hasta la llegada del atraco: la llegada a un destino no previsto, ese destino que encierra de por sí un funesto desenlace, consiguiendo plasmar que no hay felicidad para los perdedores. Cómo la vida juega con la felicidad (efímera) de creerse vencedores.