Lapidario articulo de Luis Sanchez Merlo , sintetiza más bien un responso ante un ataud...
Alguien, con discernimiento, ha dicho: “A nadie le apetece ir a la playa con sus hijos y toparse con cruces, que sólo sirven para crear un clima de confrontación”. Cabe preguntarse si, después de cambiar sus domicilios las empresas, se irán los turistas. El temor de los hoteleros es que la guerra de cruces en las playas acabe espantando a los turistas y cuando las familias planifiquen las vacaciones, busquen otras alternativas costeras.
El turismo representa el 12 % de la economía catalana. Su oferta supone alrededor de un 22% del total de la española. El volumen total de visitantes ronda los 36 millones, de los cuales un 14% procede del resto del Estado.
Quienes, tal vez queriendo imitar las cruces de Dunkerque, tuvieron la ocurrencia de sembrar de cruces las playas del litoral gerundense, no sé si habían visto la película de Spielberg, “Salvar al soldado Ryan”, pero desde luego no repararon en que con determinadas cuestiones sensibles de la historia europea contemporánea no se juega. Sobre todo con aquellas que tienen que ver con los símbolos de la Segunda Guerra Mundial.
Junto a los que se salvaron en el milagro de Dunkerque (330.000 soldados franceses, británicos, belgas y holandeses), fueron miles los que murieron y su recuerdo ha quedado grabado para siempre en un memorial, en forma de campo de cruces, ordenado alfabéticamente. Un interminable mar de cruces blancas. Cada día, al caer la tarde, resuena en el aire una salva en memoria de los caídos.
En el cementerio militar americano reposan 9.387 soldados (entre ellos los dos hijos del presidente Roosevelt) caídos en la batalla de Normandía. En el cementerio inglés hay sepultados 4.648 cuerpos de combatientes británicos y canadienses, así como un monumento en memoria de los 2.092 soldados de la Commonwealth muertos durante la batalla del desembarco de Normandía, que nunca tuvieron un entierro. En el cementerio alemán se alzan las cruces negras, en recuerdo
de los 21.500 soldados alemanes caídos (la mayoría tenía entre 18 y 21 años).
En la apoteosis de la rebeldía, los soberanistas que buscan la notoriedad y la internacionalización del conflicto, no dudan en seguir viciando la convivencia en Catalunya y procuran extender el malaise social y fomentar la confrontación en las zonas más proclives a la ruptura con España. En este empeño, se han dedicado a sembrar cruces amarillas en la arena de las playas con inscripciones, “Democracia”’ y “Libertad”, que pretenden simbolizar “la muerte de la democracia en el Estado español”.
La iniciativa, en protesta por el encarcelamiento de los políticos que declararon la independencia de Catalunya, rompe, una vez más, la neutralidad de los espacios públicos que el procés separatista viene poniendo en cuestión desde sus comienzos. El Gobierno central ha pedido “neutralidad” en la gestión del espacio público, pero ‘¡que si quieres arroz, Catalina!’. Aunque la utilización de estos espacios no es nueva, está llegando a niveles que podrían hacerla insoportable para la población.
Porque lo que aquí está en cuestión no es sólo la ofensa que supone la apropiación de símbolos y lo ridícula que resulta la equiparación entre lo simbolizado en uno y otro caso, sino la convivencia. Con la llegada de las cruces a las playas se ha enrarecido el ambiente, se intensifica en el entorno social la misma presión que envenenaba hace años el País Vasco y han aparecido los primeros enfrentamientos verbales, los empujones y los heridos. Y con ellos, las denuncias.
Los vecinos acabaron a gritos por las cruces. Una mujer, que reprochaba a un grupo de independentistas, “una cosa es política y otra que los niños piensen que esto es un cementerio”, se dedicó a quitar de una de las playas las cruces, y esto generó un enfrentamiento con quienes continuaban colocándolas. Después de ser agredida verbalmente y rodeada en manada para tratar de intimidarla, la heroína solitaria gritó: ¿Qué se piensan, que es esto un cementerio?“.
Algunos han querido justificar la colocación de las cruces como “un acto simbólico”. Otros opinan que “sería más adecuado regularlo, a fin de saber quién pone ciertas cosas en el espacio público, para después obligarles a retirarlo o cargarles el gasto de hacerlo”. En todo caso, esperamos que quienes “campan con impunidad” y “buscan la confrontación” tengan que afrontar las posibles consecuencias legales de su actuación.
El president legítim, que no desaprovecha ocasión, desde Berlín ha denunciado el “fascismo unionista”, en línea con la regidora de uno de esos pueblos: “en la playa hay espacio suficiente para que haya cruces en apoyo a los políticos presos y para cualquier otra expresión política”. El resultado no puede ser otro que el enfrentamiento entre partidarios y detractores de la independencia, como muestran las imágenes de tensión en los vídeos que han circulado.
Quienes han ideado esta escenificación quizás hayan sentido la necesidad de rememorar el discurso de Churchill, “We shall fight on the beaches”: “Lucharemos en las playas, lucharemos en los campos de desembarco, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos”.
Lo peor de la iniciativa es desviar la épica, mediante el castigo a los que no están de acuerdo. En democracia resulta inadmisible esa punición que consiste en publicar datos personales en las redes sociales (nombres, matrículas y domicilios), seguirles hasta sus casas, destrozar sus vehículos o mandarles misivas amenazantes. Estas prácticas condujeron a los horrores de la guerra y solo pueden anticipar una división irreconciliable.
Nada sería peor que Europa tenga que volver a enfrentarse a los nacionalismos excluyentes que socavan sus libertades y que se vea forzada a la supresión de estas nuevas cruces, que, a diferencia de las cruces plantadas en Dunkerque, representan el fanatismo y la xenofobia.
Utilizar las playas, que deben mantenerse neutrales, para exteriorizar una protesta y, como consecuencia, expeler a la gente de
su lugar de ocio, es un golpe bajo al turismo, tan importante para Catalunya. Pero es, sobre todo, contribuir a hacer la convivencia insoportable.
Cruces en la playa