Cada vez resulta más evidente que aquí están discurriendo dos juicios paralelos, simultáneos e impenetrables entre sí. El primero corresponde al mundo real, que llamaremos juicio A, en donde el Estado Español, mediente el tribunal correspondiente, acusa a unos reos de graves delitos contra el estado de derecho imputados de sedición/rebelión, y otros cargos accesorios relevantes no menos graves, como prevaricación y desobediencia reiterada. Para ello cuenta con unos fiscales y una acusación popular que en esta fase del juicio, interpela a una larga lista de testigos.
El segundo juicio, que llamaremos B, corresponde al mundo cuántico-schödingeriano, en donde un autoproclamado Estado Catalán acusa a las fuerzas de seguridad de una potencia extranjera de brutalidad policial contra su pueblo inocente, juguetón y maravilloso. En este estado cuántico, cuyo poder ejecutivo son los reos del juicio A, se valen de sus fiscales -que son los abogados defensores del juicio A- para interrogar incisivamente a los acusados, que son los testigos del juicio A.
Todo esto discurre sin el menor percance, ya que coexisten en dimensiones distintas, que no se intersectan ni se influyen entre sí. De modo que si uno se pone a ver la transmisión del evento y cae en el momento en que transcurre el juicio A, podrá ver a los fiscales y a la acusación siguiendo una estrategia más o menos común que intenta dilucidar cuál fue el alcance de la maquinación golpista, en la que la sustracción de una fuerza policial de su cadena de mandos constitucional, es un aspecto relevante para determinar la gravedad de las acusaciones. Así las cosas, los interrogatorios se centran en estas cuestiones: ¿se negó apoyo a las fuerzas policiales estatales? ¿hubo desobediencia y dejación de funciones? ¿Se intentó entorpecer o neutralizar la acción policial? ¿se violaron los protocolos de actuación? ¿hubo colaboración con los golpistas? y cosas de ese tenor.
Pero si uno arranca en un momento en el que transcurre el juicio B, verá a los fiscales del autoproclamado estado catalán (los abogados defensores) interpelar a los acusados (los testigos) siguiendo una estrategia unánime, cuya meta es la demostración de que hubo una intolerable, mesetaria, fascista y holocáustica violencia policial contra ese pueblo pacífico y maravilloso; cuyo veredicto, obviamente, no puede ser otro que España es un país increíblemente fascista, opresor, imperialista, colonial, atrasado, violento y antidemocrático; veredicto que por supuesto es ideológico y está decidido de antemano, como no se cansan de ventilar sus acólitos. Así las cosas, los interrogatorios se centran en esas cuestiones: ¿ha sido usted muy muy malo? ¿arrastró a ese viejito por los pelos? ¿la gente cantaba el virolai? ¿zurró usted a medio mundo porque les tenía manía? ¿se había usted aseado esa mañana u olía mal para agredir a sus víctimas? ¿Les pisoteó usted la merienda? y cosas como ésas.
Constatadas estas dimensiones paralelas, conviene hacer una pausa para remarcar un par de cosas interesantes. La primera es que el juicio A, tiene como objetivo impartir justicia en una causa nacional especialmente grave, de modo que su alcance es autoclausuratorio: una vez que se dicte sentencia, habrá terminado. Pero el juicio B es de otro tipo, podríamos decir que es un meta-juicio, ya que su función es trascenderse a sí mismo y, al contrario que el juicio A, su utilidad comenzará cuando ese juicio acabe. Su función es proyectarse al resto del mundo esperando que su veredicto se convierta en clamor y se revierta contra la mesetarísima Ejjpaña, que arderá para siempre en las llamas del averno de los justos.
Hasta aquí todo muy bonito, y uno podría, en ésta pos-moderna, pos-racional y pos-objetiva era de relatos equivalentes y epistémicamente indiferenciables, pensar que bueno, que cada quién se lo asa y se lo come a su subjetivo gusto, y que es tan válido ir por la vida caminando por el piso o flotando por el aire, que al final más da, que todo es lo mismo y todo es igual.
Sin embargo, como yo tengo una vocación irrefrenable de ser desagradable y fascistamente racional; pregunto:
¿No creen los señores abogados defensores de Narnia que tanto insistir con los cánticos, los brazos levantados, las meriendas, el virolai y los claveles, están dejando meridianamente claro que esa conducta, que se repitió exactamente calcada en dos mil puntos de votación en todo el territorio catalán, es precisamente lo que demuestra que se trató de una conducta completamente concertada y preconcebida mediante directivas centralizadas, lo que refuerza la acusación del estado y la presunción de rebelión?
¿No creen los señores abogados defensores de Narnia que tanto insistir con la holocáustica violencia policial, está dejando meridianamente claro ante todo el país -y presumiblemente ante los organismos supranacionales a los que está dirigido el metajuicio B- que ante el escenario planteado por esa masa convocada a la rebelión, la actuación policial fue notablemente comedida, al punto tal de que entre cientos de miles de manifestantes en más de dos mil centros de votación, apenas puedan contarse como mucho unas decenas de heridos leves, lo que convierte esa jornada de actuación policial en casi modélica en términos internacionales?
Y así varias preguntas más. Pero resulta que se ha hecho muy tarde y tengo que ir a cenar, así que me gustaría preguntarles a esos seres cuánticos (a todos, reos y abogados defensores) si realmente creen que el juicio real es el B. Porque viéndolos, estoy empezando a convencerme de que aún no se han enterado que han sido convocados al juicio A.