Acabo, la semana pasada, de tener una reunión de vecinos que no acabó a ostias, pero sí a gritos, de milagro. Un vecino hace unos días gritaba a moco tendido a unos que hacían una fiesta, sin excesos, a las 12 de la mañana. Esta mañana, en la tele, un representante de los jubilados que han llegado a Madrid defendía su posicionamiento, indignado y con la voz alta, casi a gritos. Hoy otros dos vecinos discutían a gritos con el dueño de un bar que van a inaugurar al lado de casa, un buen chaval que se ha dejado todo lo que tiene, porque no le quieren dejar abrir. Me han pitado, lo hacen a diario pues conduzco como el culo, a gritos desencajados. Hijo de puta, me han dicho. Qué tendrá que ver mi madre con cómo conduzco. Veo a los animalistas que gritan, a los que defienden el cambio climático gritando e insultando, a los que gritan contra el G7 ,el 9 o el 20 y , ostias, todo el mundo se pasa el puto día con una ira interior, con los ojos inyectados en sangre, escupiendo bilis y espumarajos de saliva y gritando. Alguna toxina, bacteria o virus ha entrado en el riego sanguíneo y está infectando a los seres humanos. Si no no se explica tantas ganas de gritar. La única que ha dejado de gritar es mi mujer y empiezo a estar preocupado.