Pilar Rahola, 8 horas, 6 minutos y 14 segundos
Rubén Arranz
Llámenme raro, pero les prometo que no hay señal alguna de parafilia en la actividad que he desarrollado hace un rato, que es la de leer
la columna el viernes en La Vanguardia de
Pilar Rahola. Confieso que ha merecido la pena sólo por esta frase: “Es evidente que las huestes del
trumpismo que asaltaron el Capitolio han roto con esas reglas y que el gran reto del país es doble:
recoser la fractura de la sociedad, brutalmente partida en dos, y lograr que la masa ingente que
ha abandonado las instituciones vuelva a ellas”.
Se podría decir que es la típica oración que debe leerse con la respiración contenida, pues la firma
la musa televisiva del independentismo, a la que es de suponer que le traicionó el subconsciente. O las prisas. De lo contrario, se hubiera percatado de que al sustituir los términos
trumpismo y Capitolio por independentismo y Parlament la frase tendría el mismo sentido.
Porque lo que ocurrió aquel 27 de octubre de 2017 en
Cataluña no dista mucho de lo que acaeció en Washington D.C el 6 de enero. Quizás la mayor diferencia es que los 'insurrectos' de Barcelona no llevaban un
casco de bisonte. Y, bueno, que eran mucho menos valerosos, pues crearon un trampantojo alrededor de la declaración unilateral de independencia para tratar de evitar las consecuencias legales de la gamberrada. Y, en fin, su líder puso pies en polvorosa tras todo aquello.
Rahola, radical y bien pagada
El radicalismo es como el mal aliento: muchas veces, lo perciben primero aquellos a los que tienes enfrente que uno mismo. A Rahola se le suma además
esa soberbia que se esconde tras su vehemencia, que es la que le permite sentar cátedra sin sonrojarse sobre extremos ideológicos que no tienen sentido alguno, que son los que tratan de buscar rasgos identitarios en una zona de España que no se diferencia culturalmente más de lo que pueda separar a un sahagunense de un astorgano.
La fórmula funciona, eso sí, pues su voz se ha convertido en una de las más escuchadas dentro de la Cataluña contemporánea y
de las más autorizadas dentro del independentismo, cosa que debería llamar a una profunda reflexión.
Según un reciente informe del Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC), Rahola fue la tertuliana que más veces apareció en
TV3 durante los primeros meses de la pandemia. Lo hizo en un total de 37 ocasiones, en las que gozó de un tiempo de palabra de
8 horas, 6 minutos y 14 segundos. El siguiente con más protagonismo fue Antoni Bassas (
Ara), con 23 y 3 horas, 27 minutos y 30 segundos.
Hasta dos de los cinco consejeros de este organismo han señalado en los últimos tiempos la desmesurada presencia de esta tertuliana en la televisión pública catalana, pero sus palabras no surtirán efecto, pues la pluralidad, e incluso el maquillaje, no son importantes cuando la causa es la defensa de los intereses de esa ultraderecha catalana que todavía controla TV3 y que es la heredera de
Jordi Pujol, cuya ala más radical está pastoreada hoy por
Carles Puigdemont.
Precisamente, criticaba recientemente una de las consejeras del CAC -Carme Figueras- la abundancia de mensajes en TV3 en los que, la pasada primavera,
se culpaba a Madrid de la situación de Cataluña . La afirmación puede ser definida incluso como 'inocente', pues es precisamente la actitud que han mantenido durante décadas los nacionalistas que han gestionado esta comunidad autónoma.
Lo han hecho porque saben que el mesianismo no es el único ingrediente que necesitan para respirar. También requieren agitación y odio. Y, en eso, Rahola es una fuera de serie. Por eso,
Vicente Sanchís le ha puesto un púlpito para que se suba cuando quiera. Que no falte
brocha gorda, verdulería y fundamentalismo en la Cataluña del
procés. La que está encabezada por
gente de paz que, al contrario que los 'golpistas' del Capitolio, nunca se manifestaría en contra de la legalidad vigente. Ni mucho menos de la Constitución.
Ay, ay, ay...Rahola.