A Felipe González... y a los españoles
Josep Antoni Duran I Lleida 2 SEP 2015 - 10:25 CEST
El domingo 30 de agosto,
Felipe González publicaba en EL PAÍS su artículo-carta
A los catalanes. Le tengo afecto personal y siempre le he agradecido su respeto y atención. Es lógico que no coincidamos en todo. En el propio artículo me parece sobrante la alusión a la aventura alemana o italiana de los años treinta del siglo pasado. Además de poner en bandeja la crítica fácil y permitir fijar la atención en el dedo y no en la luna que este señala, hiere innecesariamente sentimientos de muchos, incluidos los míos. Por cierto, hace menos de un mes que un miembro del Gobierno de Mas dijo que España era como la desaparecida Alemania comunista, y nadie le criticó. Pero las posiciones e ideas del expresidente del Gobierno cuentan en España, en Europa, en América Latina y en otras partes del mundo. De ahí la importancia de sus opiniones sobre el delicado momento que vive Cataluña con la apuesta de una parte de ella por la ruptura y desconexión con España.
Por ello me propongo comentar algunas de sus reflexiones desde el recordatorio de mi genética política. La dimensión de Felipe González hace innecesario recordar la suya. Soy, por encima de cualquier otra circunstancia, alguien formado en las ideas del personalismo comunitario. No hay nación sin personas. Ante todo sitúo la persona, su dignidad y su razón de ser colectiva. Desde esa primera base me siento modestamente orgulloso de haber contribuido aunque sea mínimamente al progreso económico, político y social de Cataluña y de toda España. Una España que me gustaría distinta en muchos ámbitos. Entre otros, desearía que el reconocimiento de la diversidad como riqueza compartida, a la que se alude en el citado artículo, permitiera una plasmación real de su pluralidad nacional, cultural y lingüística. Llevo el proyecto europeo en mis entrañas políticas y precisamente por ello, si antes nunca fui independentista, ahora, cada día que pasa, soy más consciente de las interdependencias a las que Cataluña debe adaptarse desde las interconexiones que impone la globalización.
Y finalmente, y no por ello menos importante, he procurado hacer del diálogo la divisa principal de la política. Felipe González habla en su artículo de entendimiento. Este siempre es necesario y ahora más que nunca. Diálogo, pacto y transacción. Tras la muerte de Franco, ¿no fuimos capaces de entendernos? ¿Estamos ahora en peor posición de salida? Sinceramente, creo que no. Durante años he sumado mi voz a lo que fue Convergència i Unió para reiterar que con la Constitución de 1978 y la aplicación de nuestro primer Estatuto, Cataluña ha vivido los años de mayor progreso económico, social y de autogobierno desde su milenaria existencia. Nunca me he arrepentido de defender y votar ese marco institucional. ¿Ha habido cambios significativos? Sí. No pocos errores de unos y de otros han hecho posible que la situación haya mutado notablemente. Un cambio en el terreno de las realidades. Y también en el de las percepciones a menudo manejadas por los sentimientos y no por la razón.
La voladura del catalanismo moderado que representaba CiU es malo para toda España
Siempre he dicho que nos equivocamos con el nuevo Estatuto. No lo hicimos bien en Cataluña. Fue un error hacerlo sólo con una de las Españas. También el PSOE se equivocó. Ya antes nos equivocamos gravemente al garantizar la última legislatura del presidente Pujol con el apoyo de un PP que tenía mayoría absoluta en las Cortes. Pero el error más grave lo protagonizó el PP con su campaña en contra. Un cúmulo de errores que concluyó con la sentencia del Tribunal Constitucional y especialmente con el sainete vivido en el seno de esa alta magistratura a raíz del bloqueo político para la renovación de algunos de sus miembros. Pero de hecho, y eso es lo que hoy cuenta, en el imaginario catalán sólo permanece la realidad de una sentencia, que la mayoría no ha leído pero ha sido esgrimida como la prueba del algodón de la exclusión y ruptura del marco constitucional.
En este sentido, cobra fuerza la dialéctica acerca de quién dejó a quién: ¿la Constitución a Cataluña o Cataluña a la Constitución? Esto ha sido amplificado en los últimos cuatro años por leyes como la que hizo José Ignacio Wert, procesos de recentralización, discriminación en inversiones y una financiacion injusta. Ahora mismo la reforma exprés otorgando capacidad sancionadora al TC no va a resolver el problema de fondo. Duele en el corazón de quienes buscamos diálogo oír del candidato del PP que se acabó la broma. ¡Por Dios, que no estamos en un salón del viejo Oeste a la espera de quien levanta más la voz! Por eso no puedo permanecer insensible cuando leo elogios al artículo de González de quienes practican el inmovilismo que él denuncia y acuden a los tribunales presentando recursos ignorando que la política no se hace a golpe de sentencias o interlocutorias.
El camino es llegar a reformas pactadas que garanticen los hechos diferenciales
En su carta-artículo, el que fuera presidente del Gobierno advierte de los riesgos y costes de la independencia. Conviene dejar claro —en contra de tesis sostenidas por quienes, instrumentalizando la unidad o la secesión, sólo reconocen efectos adversos para los otros— que la independencia es negativa para todos. ¿Para Cataluña? Sí. ¿Para España? Por supuesto, ¡también! ¡Y para la Unión Europea! Llevo tres años reclamando la atención del presidente del Gobierno en sede parlamentaria advirtiendo que llegaría la Declaración Unilateral de Independencia. Esta no tendrá efectos jurídicos en el marco europeo o internacional, pero sí efectos económicos y sociales para todos. ¿O acaso el repunte de la prima de riesgo sólo afecta a los catalanes? Todos los españoles deberían exigir diálogo de sus gobernantes, que es lo que Felipe González llama entendimiento. Hace pocos meses los independentistas aplaudieron una declaración del Parlamento de Dinamarca sobre Cataluña. Simplemente instaba al Gobierno de Cataluña y al del Estado a dialogar democráticamente y llegar a un acuerdo. Ese y sólo ese es el camino: llegar a reformas pactadas que garanticen los hechos diferenciales.
Felipe González no cree en la ruptura de España. Tampoco yo creo que Cataluña se rompa. Pero sí me preocupa el desgarro en una y otra. Y el que se produzca entre ambas. Nos conviene una masa crítica que orille a la insignificancia a quienes desde España hacen irresponsablemente votos para que los catalanes se vayan de una vez y a quienes, desde Cataluña, desprecian al resto. La voladura del catalanismo moderado que representaba Convergencia i Unió es una mala noticia para toda España. Por eso, algunos, contra viento y marea, intentamos reducir al máximo posible el alcance de la orfandad.
Lamentablemente, confrontar Cataluña con España o a esta con Cataluña da réditos electorales. Sólo veo una manera de avanzar, y es superando la ignorancia en este debate. E ignorancia no es no conocer o saber de las cosas: la ignorancia que permite esos réditos es la que no quiere conocer o saber esas cosas. A Felipe González y a todos los españoles incumbe acabar con ella.
Josep Antoni Duran i Lleida es presidente del Comité de Govern d'Unió.