“Estamos jodidos con mi paisano Zapatero”, escribe un lector de El Confidencial esta misma semana. “Lo conozco mucho personalmente, porque tomé vinos con él por el Barrio Húmedo leonés y más de una vez viajamos juntos en coche, con otros diputados, desde Benavente a Madrid. Nunca dio la impresión de ser muy listín, pero lo que siempre me admiró fue su condición de gorrón recalcitrante: José Luis ni ponía coche, ni hacía ademán de pagar el peaje, y mucho menos sacar la cartera si teníamos que visitar una gasolinera. Todos pagábamos menos él. Alguno se descaraba y le afeaba la conducta, pero el tío se hacia el distraído y hasta la próxima. Y si te lo encontrabas en el bar del Congreso, se escabullía para no tener que invitarte a un café. Nada de nada. Y nunca. Un caso de libro de no saber andar por la vida. De modo que estamos superjodidos, Jesús, porque si éste tiene que arruinar España para seguir en el machito, lo hará, no te quepa la menor duda”.
Más allá del valor de lo meramente anecdótico, el relato pone en evidencia un rasgo definitorio del carácter de un h
ombre preocupado por sí mismo y su carrera, con desprecio de todo lo demás. Un hombre todo ambición, desde luego, pobremente pertrechado, en lo que a cualificación intelectual y experiencia profesional se refiere, para la tarea de presidir el Gobierno de un país desarrollado, a quien de pronto el edificio se le ha venido encima o tal parece. Y a nosotros con él. Habían repetido hasta la saciedad que nunca llegaríamos a tasas de desempleo del 20% de la población activa. Ya la hemos rebasado. Un país donde
20 de cada 100 personas que quieren trabajar no pueden,
es un país enfermo, aquejado por graves problemas estructurales y obligado a movilizarse frente a una situación que cualquier sociedad libre calificaría de emergencia nacional. Ahora, el eslogan oficial que el aparato de
agitación y propaganda de Moncloa ha empezado a expender en plaza pública es que nunca llegaremos a los 5 millones de parados. Ojalá acierten, por una vez, aunque todo apunta a que a final de año estaremos por encima de ese nuevo tope.
Si el Gobierno Zapatero fuera tan bueno gestionando la economía española como lo es mintiendo y/o enmascarando la realidad, España sería el país más rico del mundo y los españoles nadaríamos en la abundancia.
El mismo miércoles en que se conoció “por error” la EPA del primer trimestre del año,
la agencia Standard & Poor's volvió a rebajar el rating de España un grado, desde AA+ hasta AA, manteniendo, además, la perspectiva negativa para la deuda pública de nuestro país, lo que indica que podría haber nuevas rebajas en el futuro, un movimiento que sigue a la decisión de la misma agencia de degradar hasta el nivel de bono basura la deuda griega y portuguesa. El mundo empresarial y financiero español vive desde entonces en una permanente sensación de pánico. “
Esto se va a la mierda”, es la expresión más oída estos días en labios de gente muy principal. Sería interesante, por eso, conocer lo que el Banco de España sabe sobre la salida de capitales al exterior, aunque tal vez sea mejor no mentar la cuerda en casa del ahorcado. Como viene ocurriendo con un Gobierno de indigentes como el que preside Rodríguez Zapatero, lo peor es que esto se veía venir. Y también lo que está por llegar.
El Tesoro Público como pozo sin fondo
Lo hemos reiterado en esta columna casi hasta la saciedad. Desprovisto desde la entrada en la UE del mecanismo del tipo de cambio como palanca amortiguadora de los
shocks de oferta y de demanda a los que se enfrentaba la economía española tras el estallido de la crisis,
el Gobierno tenía que haber acometido de urgencia, ya en 2008, el saneamiento integral del sistema financiero, particularmente en lo que al subsector de Cajas se refiere, como requisito ineludible para que el crédito hubiera vuelto a fluir hacia particulares y empresas. De forma paralela o inmediatamente después, en todo caso en 2009, el Ejecutivo tendría que haber acometido un plan de ajuste drástico del gasto público, enviando a los mercados un mensaje de austeridad imprescindible para seguir contando con su confianza a la hora de financiar un déficit público que se te ha ido de las manos porque, José Luis, siempre pensaste que el Tesoro Público era una especie de pozo sin fondo (
de un superávit de las cuentas públicas del 2,7 pasamos en un santiamén a un déficit del 11,4), del que se podía tirar
ad aeternum para satisfacer el apetito de subsidios de los grupos que te sostienen en el Poder. Y, finalmente,
tendría que haber acometido un plan liberalizador integral, basado en esas reformas estructurales por las que viene clamando cualquier profesional de la Economía desde hace tiempo, entre ellas, pero no solo ella, una reforma laboral que ayude a crear puestos de trabajo, no a destruirlos, asunto, José Luis, al que se opone frontalmente tu ministro de Trabajo en la sombra, el señor Méndez.
Nada se ha hecho en este sentido. Todo sigue pendiente. Al dramatismo de la coyuntura, el Ejecutivo ha respondido con actuaciones populistas, fragmentarias e incoherentes, una política no solo ineficaz para combatir el desplome económico, sino incapaz de insuflar la imprescindible confianza en los agentes económicos sobre una pronta recuperación. El resultado del aumento del binomio gasto/déficit público no solo no ha servido para aminorar la trayectoria bajista del ciclo, sino que ha creado, además, una situación lesiva para la recuperación de la economía, cuya financiación se traducirá en una reducción de los recursos disponibles para el sector privado, lo que a su vez generará un efecto contractivo adicional. Por si esto fuera poco, la acumulación de deuda pública y privada en un entorno de recesión y de restricción crediticia amenaza con cerrar a cal y canto los flujos de crédito internos y externos a la economía española. En ausencia de un giro radical de la política fiscal, España se enfrenta a una crisis de deuda, esto es, a una eventual suspensión de pagos técnica como ya sucedió con el Reino Unido en 1976 y ahora mismo amenaza a Grecia.
El dead line está ya muy cerca: el mes de julio.
¿Dónde está el problema? En la desconfianza radical que se ha instalado entre inversores, analistas y mercados en general sobre la capacidad del Gobierno Zapatero para hacer frente a la situación. Le ha costado, cierto, pero
el ancho mundo ha terminado por darse cuenta de la calidad del paño que los españoles guardábamos en el arca de Moncloa. Arranque de un artículo aparecido en
France-Soir el 14 de marzo pasado: “Han tardado seis años en descubrir que detrás de la sonrisa de Zapatero sólo había un mal gobernante, pero los principales líderes europeos ya conocen al presidente español, al que dan de lado y consideran un político dañino para España y para Europa”. La rebaja del
rating de la deuda española significa, de entrada, que va a ser más difícil refinanciar esa deuda, y además a un mayor coste. Y que tanto las Administraciones como las empresas, por no hablar de los particulares, van a tropezar con creciente dificultades para conseguir crédito y van a tener que pagarlo mucho más caro.
Un grado de cinismo difícilmente soportable
Entre refinanciaciones y créditos nuevos, España necesita emitir este año deuda pública por importe de 215.000 millones. ¿Quién la comprará? ¿A qué precio? El Gobierno había anunciado para este viernes
un magno plan de recorte del gasto en la Administración del Estado. Era un buen punto de partida
para calibrar hasta qué punto el insensato que nos Gobierna estaba concernido por la situación y decidido por fin a tomar medidas drásticas. A la hora del almuerzo, sin embargo
, la montaña del Consejo de Ministros parió, por boca de las dos vicepresidentas, un ratón paticorto y bobalicón: suprimir 32 altos cargos y reducir en 29 el número de empresas participadas por el grupo SEPI y los ministerios, todo ello para ahorrar… ¡16 millones de euros al año! Definitivamente esto no tiene remedio.
Carente de voluntad política para afrontar el ajuste necesario, prisionero como es del voto más radical y menos dinámico de la sociedad, José Luis Rodríguez Zapatero es incapaz de gestionar una crisis como la que padecemos. Estamos gobernados por un necio, irresponsable y dogmático, y solo cabe esperar el milagro de un adelanto de las generales -cuanto antes mejor-, y pedir a los mercados que se apiaden de nosotros.
Y blindarse ante la sensación creciente de falta de respeto. Cada día resulta más difícilmente soportable el grado de cinismo que exhibe el Ejecutivo a la hora de tratar de enmascarar la situación. “Son medidas rotundas” (
De la Vega el viernes, al referirse a los 16 millones de marras). “No es el momento ya de hablar de crisis económica" (
Elena Salgado). Es evidente que un Gobierno, cualquiera, está obligado a transmitir serenidad y confianza aun en las condiciones más difíciles,
pero de ahí a tratar a los gobernados como tipos obtusos a los que se puede manipular a placer media el abismo que separa la vergüenza torera de la indecencia más absoluta. T
odo en este Gobierno es embeleco. Cartón piedra. Propaganda. Herederos de aquel príncipe Potiomkim, capaz de tomar las medidas necesarias para que los territorios que la emperatriz
Catalina II visitaba (caso de un célebre viaje a la Crimea recién anexionada en 1787) pareciesen más ricos y poblados de lo que eran en realidad, llegando incluso a construir falsos pueblos. También a nuestra castiza Isabel II le engañaron con algo parecido. En la España del 2010 todos somos tratados como Catalina II por su Grigori Potiomkim. Con
Garzones como reclamos y conflictos civiles que ganar setenta años después de perdidos. Y mucha legislación radical: Ley de Igualdad de Trato, Ley de Libertad Religiosa… Es lo que se nos viene encima, lo que nos espera de aquí al final de la Legislatura. Lo que sea necesario para enmascarar su incapacidad para sacar al país del atolladero.