«La fiesta que nos dimos a cuenta del euro la estamos pagando ya con una cesión de soberanía», leí hace días en un artículo de un diario económico. Y me acordé del cuadro de Velázquez La rendición de Breda, más conocido como Las lanzas, que ilustraba un libro de historia de España que yo estudié cuando era (más) joven. En el cuadro se ve a Justin de Nassau doblando ligeramente la rodilla ante Ambrosio Spinola para entregarle las llaves de la ciudad tras 11 meses de asedio. El general holandés, efectivamente, cedía la soberanía de la ciudad, de su Ejército y de sus habitantes al general español.
¿Es esto lo que han hecho nuestros políticos este verano? Me parece que no. Todo el entorno de las políticas ante la crisis económica se ha desquiciado un tanto, en lo político y en lo ideológico. Los mercados, nos dicen, nos están quitando nuestro Estado del bienestar; los alemanes están sometiendo nuestra soberanía económica a sus intereses… El argumento viene bien a muchos. Los políticos tienen una excusa para hacer lo que saben que deben hacer: nosotros no queríamos, dicen, pero nos obligaron los mercados, la Unión Europea o el FMI. Y los ciudadanos podemos rebelarnos, porque no es algo que hayamos elegido nosotros, sino que es un robo de nuestra soberanía perpetrado por unas oscuras fuerzas exteriores.
Pero nuestros problemas no se arreglarán si no reconocemos la verdad, aunque esta no nos guste. Para empezar, como dice la frase que he reproducido al principio de este artículo, nos dimos una fiesta con el euro. Sin la moneda única no habríamos tenido los años de prosperidad que acabaron en el 2007, nuestros costes financieros habrían sido mucho mayores, las empresas no habrían tenido los altos beneficios y la expansión que tuvieron, las familias no habríamos tenido el consumo elevado y la oportunidad de comprarnos una casa nueva… El empacho de ahora es, en parte, consecuencia de la comilona de entonces. ¿Nos engañaron? No lo niego, pero también nos dejamos engañar. ¿Que usted no se benefició? Bueno, pero pregúntele a unos cuantos millones de españoles.
Y el que sufre el empacho pierde su soberanía para seguir comiendo, al menos mientras le duren las molestias. En nuestro caso, hemos de reconocer que nunca tuvimos la soberanía que ahora decimos que nos están quitando. Gastamos más de lo que teníamos, y nos creíamos dueños de todo. Pero no lo éramos: vivíamos del crédito. Y ahora nos exigen que cumplamos nuestros deberes como deudores.
Podemos pedir ayuda a nuestros socios europeos, pero, lógicamente, ellos piden también garantías de que no despilfarramos el dinero. ¿Una pérdida de soberanía? Yo más bien diría que es el reconocimiento de una limitación que ya teníamos y que no quisimos reconocer. Podemos interpretar la actitud de la señora Merkel como un intento de controlar la política económica española, pero me parece que, más allá de su interés en que no suspendamos pagos, en que compremos sus máquinas herramientas y pongamos nuestros hoteles a disposición de sus ciudadanos en vacaciones, a los alemanes no les preocupa demasiado lo que haga nuestra ministra de Economía. No somos tan importantes.
Lo que sí le preocupa al Gobierno alemán es otra cosa, y es bueno que lo sepamos porque, nos guste o no, él tiene que dar las garantías para nuestra deuda. Al final, los alemanes tienen que ayudar a sus socios griegos, irlandeses, portugueses, italianos y españoles, pero piensan que todos nosotros somos manirrotos y descuidados, y no quieren que sus ahorros se dediquen a sostener a esos derrochadores del sur. De modo que el Gobierno alemán necesita mostrar a sus votantes que sus socios del sur han prometido enmendarse y lo están haciendo. Eso es lo que nos pide la señora Merkel. ¿Es esto una pérdida de soberanía para nosotros?
Porque si consideramos que sí, que es una pérdida de soberanía, podemos rebelarnos, del mismo modo que usted y yo podemos negarnos a pagar nuestras deudas o a cumplir la ley. Pero entonces atengámonos a las consecuencias. Que para el país serían la posible (¿probable?) quiebra del sistema financiero, el colapso de nuestra economía (o poco menos) y, ahora sí, de verdad, la pérdida de buena parte de nuestro Estado del bienestar. ¿Que no es esto lo que nos dicen nuestros políticos o nuestros ideólogos? Claro, porque a los ciudadanos no nos gusta. Pero… la verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero.
Bueno, no sé por qué me he metido en este lío sosteniendo argumentos políticamente tan poco correctos. Bueno, sí lo sé. Llevamos ya cuatro años de crisis, la crispación ha ido aumentando, y seguimos confiando en las medidas parciales: que suban los impuestos a los ricos, que cambien tal o cual contrato laboral, que no reduzcan el gasto sanitario, que las exportaciones se recuperen… Y, mientras, seguimos peleándonos por los principios: que no nos quiten el Estado del bienestar, que los mercados no nos impongan su ley, que Alemania no robe nuestra soberanía… Quizá va siendo hora de que pidamos a nuestros políticos que cambien su discurso…