La democracia ha desaparecido y nadie sabe cómo ha sido. Europa inventó la democracia y la Unión Europea está pervirtiendo el funcionamiento de las instituciones democráticas en un proceso inaudito de toma de decisiones que, sustituyendo a la voluntad popular, no sólo no está resolviendo la crisis económico-financiera, sino que está amenazando gravemente los fundamentos del sistema político. Si Rousseau levantara la cabeza probablemente la Bastilla volvería a ser tomada por los rebeldes partidarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
España ha protagonizado esta semana el último episodio de supeditación de la voluntad popular a los criterios arbitrarios del absolutismo europeo. El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, se ha visto forzado a romper todas las promesas que hizo para ser elegido. El mismo trágala le fue impuesto también a su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero. Rajoy ahora, como Zapatero entonces, ha reconocido que las medidas adoptadas son lo contrario de lo que prometió, pero se justifica con dos argumentos terribles: "Las circunstancias han cambiado y tengo que adaptarme a ellas" y "los españoles hemos llegado a un punto en que no podemos elegir". De estas palabras se deduce que Mariano Rajoy ha accedido a hacer lo que le han ordenado desde Bruselas para que no le ocurra lo que a Berlusconi o a Papandreu. Si no hacía lo que le mandaban, lo quitaban de en medio y ponían a otro mejor dispuesto. De hecho, la red ya va cargada de especulaciones sobre quién podría ser el Monti español y, mira por donde vuelve a aparecer Josep Piqué en las quinielas, lo que, de paso, supondría un acontecimiento tremebundo para Artur Mas y el pacto fiscal.
El despotismo está rompiendo la razón de ser de Europa. La UE se puso en pie de guerra para que un determinado partido político perdiera las elecciones en Grecia, fue declaradamente beligerante contra una opción que luego consiguió más del 25% de los votos, apenas tres puntos menos que su opción teledirigida... El nuevo despotismo europeo justifica su legitimidad en la teoría de que sólo obedeciendo su dictado Europa vencerá la crisis, pero los hechos están demostrando que se trata de una enorme falacia. Ninguna de las medidas adoptadas en los últimos tres años y muy especialmente las de los últimos 30 días han dado ningún resultado. Todo ha ido a peor. Desde hace cuatro años los países van corriendo como los galgos detrás de una liebre mecánica que va exigiendo cada vez un esfuerzo mayor y nunca la alcanzan, pero en esa carrera interminable a ninguna parte, los países, como los perros del canódromo, se cansan, pierden energías, algunos quedan rezagados y los hay que ya no aguantan más... Si el absolutismo del Antiguo Régimen, que justificaba su legitimidad en un incomprobable derecho divino propició las revoluciones burguesas, ¿Qué ocurrirá con este despotismo comprobadamente arbitrario e incapaz? Quién sabe si no estamos sentados encima de un volcán a punto de entrar en erupción.