Excelence artículo, sintético, directo y nítido.
Hay en España una brecha generacional evidente en téminos de condiciones de vida y poder social. Pongamos algunos ejemplos sangrantes y fácilmente entendibles de esto:
Viejas de 85 años que llevan cobrando pensiones de más de 1.000 euros mensuales durante décadas sin haber cotizado en su vida porque se casaron a los 18 años o antes y se dedicaron a tener siete hijos y a cocinar y ver la tele. Y ¿por qué?, porque su pensión se calcula en base al sueldo de su difunto maridito. Un criterio absurdo, injustificado e insostenible económicamente hace ya muchos años.
Cantidades enormes de auténticos palurdos con el Certficado de Estudios Primarios franquista o. como mucho (los más intelectuales), con el ridículo Bachiller Elemental de la dictadura, enchufados desde los 16 años de por vida, por familiares igual de ineptos que ya estaban dentro, en todos los ministerios y ayuntamientos de este país, y que ahora, a punto de jubilarse, exigen una pensión de puta madre hasta que mueran a la edad aproximada de 90 años.
Hospitales y ambulatorios públicos donde durante décadas se metió sin ningún control a trabajar a muchísima gente a perpetuidad que muchas veces no sabía ni leer y escribir, en puestos como celador, telefonista, ayudante de farmacia…
Gente que se metía a trabajar como bombero o policía municipal con obesidad mórbida y muchas veces analfabetos.
Todos ellos acostumbrados a una estabilidad laboral absoluta combinada con una productividad bajísima, dos doblesueldos al año, en Navidad y Verano, mes de vacaciones pagadas más días de libre disposición, trienios, fuerte protección sindical y gremial, etc.
Y todo esto en el seno de plantillas laborales hipertrofiadas, con un ritmo de trabajo suave y relajado, y con un ambiente laboral y unas condiciones de trabajo infinitamente más agradables que las que se tiene que chupar cualquier pringado sobreexplotado y precario de generaciones posteriores.
Ello por no mencionar otros bienes y derechos que han sido negados, totalmente vetados, para las generaciones más recientes y de las que si disfrutaron nuestros padres. Por ejemplo, la vivienda. Hablemos de las cientos de miles de viviendas de protección oficial que se construyeron y otorgaron durante toda la dictadura y hasta mediados de los años ochenta: pisitos bastante resueltos de casi siempre tres habitaciones que se concedían a unos precios y en unas condiciones de pago comparativamente de ensueño, a veces con pagos simbólicos de unas pocas pesetas al mes por ser de ”Renta mínima” y que también disfrutó y siguen disfrutando estas vetustas generaciones de las que hablamos.
Y además, todo ello legitimado en el imaginario colectivo por una eterna fraseología popular elaborada de forma interesada y explotada hasta la náusea por estas generaciones. Unas generaciones criadas, amamantadas y sobreprotegidas por el franquismo, y que luego, a partir de 1.975, no se han preocupado más que de reacomodarse y autoblindarse socioeconómicamente hasta el sol de hoy.
Fueron hábiles hasta para consolidar el mito de que los sufridos y abnegados siempre han sido ellos, porque ”los tiempos de antes eran más difíciles”, ”no había los avances (tecnológicos) que hay hoy” y bla, bla, bla.
Es decir, que según esta gente, se vivía peor ”antes”, cuando te regalaban siendo un culocagado un trabajito relajado de por vida en un ministerio y su correpondiente sueldito fijo y sabroso, debido a la terrible tragedia de que no había ordenadores portátiles ni móviles, en cambio ahora alguien que tenga dos carreras y lleve en el paro cuatro años,tiene que considerarse un afortunado y un vividor, porque con la limosna que le dá su papaíto el enchufado para que no muera de inanición, puede comprarse una tableta de Apple, que están bien de precio, y mejor que se van a poner.
Resumiendo, es innegable la existencia en España de varias generaciones nacidas en los años cuarenta, cincuenta y sesenta que tradicionalmente han acaparado todos los derechos y bienes materiales y simbólicos de este país desde siempre, y en todos los estratos sociales, desde las capas populares hasta las élites dirigentes, y además con altanería y un repelente y odioso complejo de superioridad moral.
Unas generaciones que han venido gozando además de un protagonismo casi total en la vida pública de este país: no hay más que medir, por ejemplo, el tiempo que dedican los candidatos en las elecciones generales a perorar sobre las pensiones de los viejos,y a competir por ver quien las sube más, y el que dedican a hablar sobre el empleo o el acceso a la vivienda de los jóvenes. Todo ello por interés político, porque los viejos son un colectivo más dócil y manipulable electoralmente.
Lo peor es que la actitud de egoismo irresponsable que estas generaciones vintage han mostrado siempre para con las generaciones posteriores que las han de relevar, ha ido larvando en éstas últimas un resentimiento amargo y autoreprimido que, en ausencia de mecanismos de expresión o desahogo, se sublima en una especie de apatía cínica y desengañada, un asqueamiento exacerbado por la situación de crisis.
Ante toda esta realidad, pocas esperanzas, muy pocas, la verdad.