MUNDIAL 2022
El Melillazo
Vimos envejecer a Luis Enrique en directo como la hierba que crece en las películas de Rohmer. Cada gatillazo ofensivo de su España roma era una cana más en su cabeza confusa. Luis Enrique ha sido siempre un invento de los periodistas que nos aburrimos sin gente como él,
alguien de mediano talento como jugador y como entrenador que libra cruzadas aparatosas contra la prensa bajo nuestra mirada de curiosidad y nuestros murmullos de misericordia. Tuvo que ser Marruecos el país que bajara violentamente el telón de esta
farsa idiota que todavía puede ser más idiota si el asturiano se empeña en no dimitir hoy mismo. Ojalá conserve al menos el coraje final de asumir su fracaso estrepitoso, perfecto, inapelable. Ojalá no se enroque en el
chiringo corrupto de Rubiales para que podamos empezar a compadecerle.
La arrogancia es divertida cuando metes goles. Pero cuando tu equipo no divierte ni a las madres de los convocados; cuando tu selección no es capaz de meter un penalti en tres intentos o de empatar a Japón; cuando resulta más emocionante patrullar la valla de Melilla un martes de diciembre por la tarde que ver jugar a tu
combinado autonómico de niños vírgenes, entonces tu arrogancia no despierta interés ni en Covadonga. Vete a casa o al Atleti, que igual todavía te quiere, y libera a la Roja del
tedio que asesina nuestras tardes frente al televisor.
Nadie te entiende, Lucho. Lo poco que ganaste se lo debes a Messi y lo mucho que han estado dispuestos a regalarte tantos periodistas ilusionados con unas navidades exóticas en Qatar se lo pagas con desprecio digital y
decisiones alucinadas. Como quitar a Nico cuando era el único que atacaba, no fuera a incurrir por casualidad en el anatema del gol. Como no traer a Borja Iglesias, Aspas o Canales, no vaya a ser que el talento individual -ese que aún engancha a los niños a este juego cada vez más insoportable- arruine tu dogma colectivista de rondos sonámbulos, ese
vicio de pases entre eunucos inclusivos que mueven la pelota como una vieja desdentada se pasa una patata de carrillo a carrillo sin acertar jamás a tragarla.
Esta España cobarde, acomplejada y menguante está donde debe estar, que es en su puta casa. Su Mundial ha sido tan decepcionante como esperábamos pero como nos negábamos a aceptar.
Por desgracia la Selección no es el Real Madrid. Por desgracia
Luis Enrique y sus palmeros han querido apartarla todo lo posible del Madrid, de su calambre épico y su costumbre de gloria, y tanto han insistido que han terminado lográndolo: nada que ver.
Al menos Sánchez podrá ahora llamar a Mohamed y
canjear este fracaso por un par de meses sin problemas en la frontera. Que se encargue Marlaska.
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