Crónica negra (o “true crime”, que mola más) de la historia de EEUU, o un “gótico americano” en torno a la destrucción inadvertida del pueblo Osage que vuelve a ser un film ambicioso; una especie de romance trágico y desgraciado, pero sobre todo un noir, en cuanto a trama intrincada y abundante en información y nombres, también un western, del que hereda espacios y lugares (obvio) pero también cierta mitología en cuanto a la construcción de una nación, y no faltan ramalazos de cine fantástico en torno a las creencias, visiones y modos de vida de los nativos, pues el conflicto principal se presenta casi como si de una maldición se tratase, con una trama de paranoia doméstica que es digna de un film de vampiros.
Los indios son a veces seres algo misteriosos e inescrutables, otras se presentan con los rasgos del “buen salvaje” de Rousseau, seres inocentes que son corrompidos por la ambición, el materialismo, el dinero... mientras que el hombre blanco es el mismo diablo que trae el progreso a cambio de las almas de todo un pueblo. Sin embargo, las cosas son como son: nadie dice que no fácilmente a semejante tesoro caído del cielo, y son los Osage, la población más rica de la tierra, quienes se lo deben todo a aquellos que les han traído el desarrollo y la prosperidad, el pretendido intercambio cultural y el lujo que permite calmar conciencias, como en una distopía o mundo del revés que encubriera una realidad bastante más amarga y terrorífica, donde lo peor es lo que ocurre bajo cuerda y apenas es un secreto a voces.
El protagonista, aparte de ser escoria rabiosamente humana (cobarde, manipulable, mentiroso...), es, en su recorrido iniciático, un individuo muy limitado de quien desconocemos hasta dónde llegará, tanto en la lealtad como en el amor hacia unos u otros (aquí el modelo sería “La heredera” de Wyler)… unas intenciones que incluso para él mismo son poco claras, y al final es un pobre cabrón. En cuanto a ella, único asidero de dignidad y de humanidad para el espectador, que se pasa la película sufriendo lo indecible, corresponde tal vez a ese carácter reservado de su estirpe, quizá viendo en él algo que nadie es capaz de ver, al menos hasta el desengaño final, que también es un desengaño colectivo. Y luego estaría el cacique, que lejos de ser el maligno, sólo es el vecino amable y el benefactor de la comunidad; el mal presentado desde una mediocridad casi cómica, que regaña, castiga y sermonea cual padre a sus hijos descarriados, con esa azotaina que estaría entre lo truculento y la bufonada. Padre, pero de un sistema de corrupción asentada y normalizada en cada orden, que lejos de ser la excepción, es lo que rige un país desde sus orígenes, donde no hace falta que haya grandes villanos; sólo tipos sin conciencia, perdedores y patéticos en extremo, que se venden por nada. No es raro, por lo tanto, que tras la aniquilación racial sistemática asome la patita el KKK, el brazo fuerte y más evidente, siempre del lado de los terratenientes y de las clases acomodadas que realmente tienen la sartén por el mango.
Me falla el no profundizar tanto en el papel del FBI en todo esto, una pata de la película que se queda un tanto coja. Es, por lo demás, película con grandes encuadres al estilo de un cine épico y añejo, pero también íntima, de conversaciones en butacones y de primeros planos, donde los efectos digitales se han reducido y se percibe un trabajo bastante artesanal y físico (esa carrera de coches) y de reconstrucción de escenarios, como ese pueblo del oeste que ha ido evolucionando desde el puesto avanzado de facinerosos en busca de fortuna a algo mucho más parecido al típico barrio residencial estadounidense para la clase media.
A destacar siempre algún juego con el montaje y el off, la banda sonora bluesera que alcanza una dimensión machacona e insidiosa… y lo que da sentido último, que no es sino una denuncia social muy directa de la barbarie, un matiz político, solo que realizado a través de una ficción dentro de la ficción; cine mudo con sus intertítulos, un libro de historia ilustrada, y por último, la pura representación desnuda de un “caso célebre” por un grupo de rapsodas, con nada menos que el propio cineasta/historiador del cine/de América interpelando directamente a la platea… en un ejercicio de memoria a la vez que de inevitable diálogo del propio cine con su tradición; un medio quizá para descubrir, interpretar y enfrentar la herida y el trauma, preservar lo humano más allá de las barreras que imponen el tiempo y la historia.