Marvel se lanza a por la vertiente cósmica y semidivina de los superhéroes tomando como base la psicotronía comiquera de Kirby y el resultado es una propuesta hipertrofiada, pretendidamente autoral y que no acaba de funcionar ni siquiera en aquello en que el estudio suele tener buena mano, como la dinámica de grupo, el buen equilibrio de los personajes o las bromas a modo de sana ironía. Exceso y ambición por todas partes en una trama que cubre prácticamente la historia entera, con al menos una decena de nuevos héroes y unos flashbacks que se remontan a miles de años; se necesita una habilidad narrativa que ninguno de los implicados demuestra tener y acaba surgiendo un engendrito.
A ratos es una cosa pulp de la hostia, a ratos es pastelosa, con unos muriendo sin que nos importe gran cosa y un clímax donde estallan unos conflictos a última hora que hasta entonces habían sido nulamente trabajados. Es como muy ñoño todo lo que rodea las interacciones de estos “eternos”, y de golpe y porrazo se echan una mierda terrible en cara como si nada. Es esa artificialidad y poca credibilidad lo que lastra, quizá por introducir tanta información a presión, pero les pasaba algo parecido con el reciente chino de los anillos. Parece que estuviéramos ante una presentación infinita de peña hasta el final, con esa muda que sale en el último momento, otros desaparecen porque sí (el Nanjiani ese)… puntos clave son expuestos a modo de explicación-pegote, mientras que la diversidad de escenarios es un poco gratuita (la directora se va a rodar una secuencia mínima a Montana sólo porque le gustan los caballos y los atardeceres). Mucho metraje que cunde muy poco, con un numerito de Bollywood por la patilla, un Jon Nieve que aparece y desaparece como el Guadiana... para lo que no deja de ser en su base una intriga con una muerte, un enigma (los misteriosos poderes regenerativos) y varias vueltas de tuerca.
Un poco burda la teoría de la creación de los mitos (nos los enseñan, literalmente), como del progreso técnico como algo preexistente, dirigido y susceptible de acelerarse o ralentizarse. Son innegociables unos villanos digitaloides de pacotilla que motivan unos combates monótonos, escasamente imaginativos y poco variados. El auténtico malo obedece a esa virilidad gélida, poco empática y consecuentemente servil con el poder sin contradecirlo, frente a una feminidad comprensiva y cuestionadora de un orden cosmológico patriarcal. Y sí, aquí entraría la tan denostada ideología de lo que podría verse como una gran metáfora pro-aborto cuyas consecuencias ya veremos cómo las arreglamos en futuras entregas; entre el niño y la madre, salvamos a la madre (la tierra, y por ende, la especie humana). Pero no nos engañemos, entre la concienciación y vender muchas entradas es esto segundo lo que importa, pues el ratón Mickey nos quiere tantísimo a las minorías que no tiene problema en colar una relación gay, o un polvo, siempre y cuando sean escenitas concretas y fácilmente recortables para no perjudicar el estreno en Rusia, países árabes, etcétera. Y si se trata de indignarse, más indignante debería de ser el tufazo anti-hispánico que desprende esto, el recurso a la leyenda negra y el uso torticero al máximo del término “genocidio”; nos tendremos que comer con patatas esta lamentable y falaz moda instaurada entre la burguesía liberal-progresista, aunque curiosamente es también una peli muy pro-familia, con alguna alusión cristiana (“la verdad os hará libres”) que te deja todo loco; o no tanto, porque sabemos que el humano animal tiene su condición destructora e inclinada hacia el mal, pero también su libre albedrío que le convierte en especial y único, susceptible de escapar a cualquier cálculo por trascendental que sea... incluso al de Kevin Feige.