Es un tiradísimo especial de nochevieja para el que ni siquiera han logrado reclutar al reparto completo original y cuyo metraje está cantosamente plagado de insertos de la primera película. A lo mejor es que la buena era Lilly. Nostalgia, autorreferencialidad máxima, todo según nuestra incipiente nueva era del blockbuster, pero es que hasta esto hace falta hacerlo bien y no es el caso, pues tiene el mismo grado de sutileza que un golpe de mi polla en tu cara. Es tan obvio, tan obsceno, que no tiene ni gracia, por no decir que noto más complacencia que autoparodia en esa mirada frívola a la industria del entretenimiento y su necesidad de seguir explotando el filón, que remite a La nueva pesadilla de Wes Craven, con la peli haciendo hincapié en su propia condición de secuela innecesaria pedida por Warner, a la que se menciona directamente.
Como espectáculo visual es muy malo, contado de pena, con atropello y sobredosis de información, de explicaciones constantes y empacho de CGI, y lo más criminal es que las peleas son confusas y están filmadas como el orto. El interés por los nuevos personajes es cero, la cursilería y la vergüenza ajena alcanzan masa crítica cuando irrumpen esas máquinas bondadosas (más perturbador este concepto que cualquier nueva Matrix malvada). O cuando aparece esa niña ya crecidita en Lothlorien y nos cuelan un combo ultracliché de “mataron a mis padres” + carita compungida que es de traca y dura como cinco segundos sin que vuelva a tener la menor importancia… un aplauso. Sin comentarios el puto Merovingio, para semejante memez no hacía falta que lo resucitasen a él también, siguiendo esa senda meta-irónica que a Lana le viene demasiado grande y que prácticamente le estalla en la cara, o un pasarse de lista de manual. Con palabros como “empoderamiento”, “no binario”, etc. metidos ahí porque molan y no porque se reflejen especialmente en lo que vemos.
Me despertó del sopor un final, con ese plan y ese clímax, donde lo que ocurre consigue importarme algo. La grandilocuencia imperante es muy de las hermanas, con esa jerga pseudo-intelectual tan de pacotilla mezclada con poses y actitud cani, esos aires de estar contando una cosa muy grande, muy profunda, aunque esté a un nivel de 1º de la ESO y sea de una enorme ingenuidad. Como la de una filosofía antisistema nada creíble, impulsada desde el mismo núcleo del liberal-progresismo burgués estadounidense que pretende ser la “izquierda” actual. Las ausencias interpretativas, muy cutremente justificadas; además, el problema es que no hay fan service posible desde el momento en que no tienes a los actores.
Muchas ideas jugosas, eso sí, aunque desaprovechadas y perdidas entre la diarrea visual, verbal y argumental: el malo de opereta es un “psicoanalista”, ahí esta señora tiene toda la razón. Smith como alter-ego no tan distinto del héroe, aunque con otros fines. La guerra interna de las máquinas. El acomodamiento hippiesco-vegano-trashumanista de esa rebelión humana que opta por una coexistancia antes que por volver a una guerra. Las personas como entes deseantes cuyos temores y anhelos frustrados de cuarentones insatisfechos y adictos tecnológicos (como el espectador medio) sirven de inmejorable combustible para seguir engrasando el sistema. Articular la trama en torno a Neo y Trinity, en este sentido, con sus vidas falsas y su autoengaño, es quizá la única idea feliz y ajustada a nuestra actualidad inmediata. Pero ni siquiera se es capaz de dar a un personaje tan querido e icónico como el de Carrie Ann-Moss un momento de lucimiento a la altura, aunque sea de cara a la galería… Eso que en realidad es lo que más esperábamos (ellos dos repartiendo hostias) nos llega a última hora y mal. Eso por no decir que, al fin y al cabo, la historia de amor es la cosa más hetero y convencional del planeta.