El expreso de medianoche es otra historia. Pero la película de Forman es impecable. Volví a verla hace dos unos años y me pareció tan memorable como la recordaba. Creo que, junto con Corredor sin retorno, es una de las dos películas sobre instituciones mentales que más me han conmovido.
El film, además, funciona perfectamente en las dos lecturas. Se puede ver como un patético retrato del ambiente en que se mueven los enfermos mentales, de cómo la sociedad no trata de reinsertarlos sino que los aisla aún más a base de medicación para que no molesten más que lo imprescindible (hasta que llega uno más listo que los listos oficiales); pero también es una alegoría del trato que un estado totalitario, à la Orwell, dispensa a sus miembros y cómo reacciona cuando alguno se niega a plegarse a las normas (y de eso Milos Forman sabía un rato).
La tensión que se va acumulando entre los personajes de Fletcher y Nicholson, la antipatía mutua, el sarcasmo que éste utiliza para socavar el poder de la enfermera jefe (lo que más le revienta es que haga reir a los otros internos, mucho más si es a su costa), demuestra una maestría en el director difícil de superar. La conclusión no por esperada resulta menos impactante. Y todo ello rodeado de unos secundarios de lujo como Vincent Schiavelli, Brad Dourif, Danny DeVito, Chistopher Lloyd...
No soy muy partidario de los Oscar ni de lo que representan, pero es una de las pocas veces en que una película obtiene los cinco galardones principales (guión, film, director, actor y actriz principales) y no puedo poner ningún pero.