Amadeus
Biopic histórico con papeletas para el Oscar, muy bien contado pese al extenso metraje, que propone una visión de Mozart como héroe romántico, o músico independiente enfrentado a un sistema que le trata de criado, sometido a los designios de gente sin criterio, incomprendido incluso… un idiota místico, un sujeto peculiar en el que lo sublime y lo vulgar se unen (o cómo la genialidad puede ocultarse tras lo intrascendente, o incluso ridículo). La idea de enlazar fragmentos de sus óperas para pautar distintos momentos de su agitada vida obedece a la idea del artista que no puede evitar plasmar en su obra sus inquietudes más profundas (Las bodas de Fígaro y la peligrosa exaltación de lo popular, Don Giovanni y la pérdida del padre…). Espíritu libre y proto-rockstar, el sentimiento de culpa se sublima de una forma muy freudiana, con esa sombra espectral autoritaria que anuncia la muerte (la fidelidad histórica ya tal… pero pese a la polémica en este sentido, contábamos con ello). Viena como feria de las vanidades dieciochesca y mundo bullente de vida y color, de alegre prostitución de las artes en manos de la iglesia y la aristocracia, o un carnaval donde se mezclan lo principesco y lo barriobajero, tragedia y alegría de vivir… como en la propia película de Forman (otro acierto).
Un tanto grueso el tratamiento de los italianos como guardianes del buen gusto musical y reacción ante el desafiante cambio de paradigma que supone el joven Wolfgang. Porque si éste representa lo nuevo, Salieri es el establishment rancio, alguien bien acomodado a unas jerarquías (como la suya propia respecto a Dios) que sólo benefician a los segundones. Porque él sí que tiene talento, pero para acomodarse a las modas (el magisterio del estilo italiano), para ofrecer lo que los demás quieren oír, sin ir más allá. Paradoja brutal la de un hombre que quiere matar a Dios, la de odiar y querer arruinar aquello que más amas y mejor entiendes; el peor enemigo de Mozart acaba siendo su amigo más leal, lo que otorga grandeza tragicómica a un Salieri que es ya símbolo, icono pop (inolvidable final, reconociendo al fin su mediocridad, replanteando quién es el auténtico freak), un hipócrita reprimido que apenas insinúa su naturaleza en su pasión por los dulces. Como espectáculo suntuoso y de recreación de época, me sobran un poco las partes operísticas por ralentizar el desarrollo (aún siendo irreprochable este apartado), aún así, de lo más acertado el uso tanto de la música del biografiado como el montaje, según los recuerdos del narrador, con alguna que otra transición notable.