Haciendo balance de la saga, la verdad es que supone una buena muestra de la evolución del cine palomitero durante las últimas décadas, con sus más y sus menos, pues si bien son películas que son siempre más de lo mismo, no pueden evitar ser diferentes y deudoras de la moda del momento, que inevitablemente suele ser una reacción a lo anterior.
La primera no la contaría porque aún no hay saga y sería más bien la obra de un director concreto. La segunda, sin embargo, es muy del cambio de milenio, con Matrix muy reciente; una obsesión muy marcada por epatar, por ser molón y macarra, con tics tan reconocibles como los ralentíes, el cuerazo, las motos, las gafas de sol, un protagonista guaperas y forra-carpetas... y en general, todo muy hortera y trasnochado, y ya lo era entonces (pero ¿y lo que nos molaba en su momento?).
La tercera nos trae la moda del realismo y la seriedad, en la línea de los Bourne y Greengrass; cámara en mano, planos muy cerrados, contraste estético entre oscuridad y luces (los “flares” de este hombre)... y una apuesta por humanizar al personaje y mostrarnos su vida privada. El malo yo lo veo como una especie de agente del caos, es decir, todo un precedente del Joker de Nolan (además de dar puto miedo, hay una escena parecida de amenaza y tortura, y el tío como si nada).
La cuarta tira ya del rollo nostálgico y autoconsciente, en realidad. Vuelve a la maestría visual de los inicios, y la historia es un puro “une la línea de puntos” porque el espectador sabe al dedillo lo que va a ver, y cada vez cuesta más sorprenderle. De ahí la conversación de Cruise y Renner entre los trenes, o un chiste (Cruise “autodestruyendo” la cabina de teléfonos, al no hacerlo ella misma) que solo tiene sentido si el espectador conoce lo de “este mensaje se autodestruirá en...”.
Y en cuanto a estas dos últimas, falta tiempo para verlas en perspectiva, pero apuesto a que beben de los superhéroes, su grandilocuencia y sus universos cinemáticos interminables... que esa es otra, la continuidad hoy día parece fundamental para enganchar a un espectador más aficionado a las series que nunca; otro guiño es lo del llavero que lleva ella, que no es ni más ni menos que... una puta pata de conejo.