Las cicatrices de Drácula (1970): Si la anterior entrega (El poder de la sangre de Drácula) oficiaba como película-puente entre las buenas del ciclo Drácula de la Hammer, y las medianías que venían, con Ralph Bates robando escenas sin pudor a un desganado Christoper Lee, con esta nueva entrega solo se confirma lo peor, y ya sin un Bates que nos alivie el visionado.
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Las cicatrices... parte de un argumento interesante (el ya clásico pueblo acosado por Drácula decide por fin, hacer frente al conde, y pagan por ello un precio terrible), pero tras el prólogo, lo mejor de la película, se le da el protagonismo a tres sosainas tan faltos de carisma, que nada se puede hacer. Así, Simon y su mujer, Sarah, parten en busca del aventurero y desvergonzado Paul, hermano de Simon y amante de Sarah, que huyendo de uno de sus líos de faldas ha ido a parar al castillo Drácula. El problema es que nos importa una mierda lo que le pase a un trío tan aburrido, y Lee le pone pocas ganas, aunque aquí podemos verle trepando por las paredes de su castillo, elemento de la novela poco usado en este ciclo.
Al menos tenemos a Patrick Toughton (el entrañable segundo Doctor Who) como Klove, eterno criado del vampiro que aquí se rebela por amor a Sarah, sin que venga mucho a cuento. Aunque el director, Roy Ward Baker, es responsable de algunos títulos recordados de la Hammer (Que sucedió entonces, Dr. Jekyll y su hermana Hyde, Las amantes vampiras) no consigue hacer nada para mantener el interés.
Viendo una película cuya idea de ser transgresora en enseñar un poco más de canalillo y alguna espalda femenina desnuda, estrenada 2 años antes de "La última casa a la izquierda", a 3 años de "El exorcista" o a 4 años de "La matanza de Texas", Las cicatrices de Drácula representa el estado de la Hammer, y de una forma de entender hacer cine fantástico en aquel momento, como Bruce Willis en El sexto sentido: muerto sin saberlo.