El infierno verde, de Eli Roth
Entusiasta recuperación del cine exploitation caníbal de la mano de este gañanazo, puro horror gore con abundante sangre e higadillos al por mayor. Cumple en su función, tan primaria, de ofrecer espectáculo morboso y gratuitamente cruel para el enfermizo disfrute del espectador, con la desfachatez de incluir cuestiones serias como la mutilación genital siguiendo el espíritu de aquel género “mondo”.
No inventa nada, añadiendo un poco de aventura selvática como aderezo a los extraños y horribles ritos de una tribu antropófaga perdida de la jungla peruana. Previamente, unos veinte minutos de Guiris Idiotas por el Mundo, con ese punto tan Roth de cateto fascinado por los rincones del mundo que no son América, peligrosísimos a la par que seductores. Muchos clichés rancios y galería de estereotipos: el fumeta, el friki pagafantas, los zorrones, etc. dispuestos a diñarla horriblemente, aunque sabemos que las chicas buenas y castas siempre tienen un plus de posibilidades de supervivencia en estos films. Cuando empieza el show lo hace a lo grande, con algunas muertes cómicas de puro cafres y estúpidas (lo de las aspas del avión, sublime, por no hablar de las simpáticas hormigas asesinas) y al menos un par de secuencias para asquear y poner de los nervios razonablemente logradas, sin que falte homenaje puntual y sin rubor a Deodato. La realización es torpe y se nota muy cutre por momentos, aunque al menos los escenarios parecen reales y nuestro amigo tiene buen ojo para la belleza femenina (sin lucirla demasiado aquí).
Pero cuidado, porque Eli además de ser un depravado es un artista que aspira no sólo a remover estómagos, sino conciencias… la peli se alza en alegato burdo en extremo, aunque no exento de razón, contra el despiadado hombre moderno que destruye insaciable la naturaleza virgen en busca de recursos. Eso por un lado, pues el grueso de la crítica no va dirigida sino al activismo de los niños pijos universitarios y de familias pudientes, de los que van a salvar el planeta después de hacerse la correspondiente foto para sus redes y calmar sus conciencias; el líder carismático de esta gente viene a ser el villano de la peli y una alimaña peor aún que los caníbales, odioso y caricaturesco. Incluso disfrazándose de antisistema no es sino uno de los principales engranajes de ese sistema para el que todo es pura carnaza con la que mercadear, incluidas las causas nobles, siendo principal herramienta, junto con el deseo de mirar, el sentimiento de vergüenza de la gente blanca del primer mundo. Tras una serie de giros argumentales, por otra parte, más que previsibles (el nene de la flautita, que es hasta un poco cursi), se produce una cierta comprensión o identificación de la prota con ese lado salvaje; una forma de justicia poética la de una violencia mezclada con algo de culpa y ocultación (nada creíble, por otra parte, tras semejante baño de sangre de la pobre muchacha…), sin embargo, esas perversas lógicas capitalistas travestidas de lo contrario continúan reproduciéndose. Habló de putas la Tacones, señor Roth...