Speak no evil, Christian Tafdrup (2022)
Tras conocerse durante unas vacaciones en la Toscana, dos familias, una danesa y la otra holandesa, deciden juntarse unos días para pasarlo bien. Pero lo que los nórdicos desconocen es que se enfrentarán a una sucesión de momentos incómodos y de extraños comportamientos de sus nuevos amigos, que parecen ocultar algo turbio.
Propuesta de las que se dirían controvertidas, que encontrará rechazo por sus imágenes de impacto, y más aún por lo poco creíble de las situaciones que se presentan, con unos protagonistas totalmente idiotas y panolis, aunque en parte de eso trata el asunto. Con la dicotomía de norte frente a sur (los de arriba, serios, formales y civilizados, los de abajo, viscerales y granujas...), el material sirve para una comedia francesa de las de más de un millón de espectadores, pero en su lugar tenemos un thriller pausado que nos va llevando por caminos, como los apartados y rurales que vemos en el film, cada vez más sinuosos. En torno a la amistad, la buena educación, la confianza mutua, qué son y en qué las hemos convertido, si las distinguimos o no del abuso.
Con una base de cine de género, esto no busca ser sino la crítica feroz de una burguesía europea castrada, esclava de todas las convenciones y por lo tanto indefensa ante el mal. Marcada ante todo por una actitud pasiva que le impide reaccionar ante el abuso más flagrante, rehuyendo el enfrentamiento y prefiriendo mirar para otro lado, engañarse hasta el punto de desconocerse a sí misma, sin saber lo que es ni lo que quiere ser en realidad. Sus intentos de rebelión contra lo inaceptable son tímidos y quienes acaban pagando son nada menos que sus hijos, seres literalmente sin voz y condenados, en definitiva, al silencio y a la mentira.
El planteamiento es despiadado pero invita a pensar la eterna cuestión: ¿Qué harías tú en su lugar? Probablemente lo mismo, y eso es lo triste. Se puede ver como una metáfora de la denominada corrección política, o también puedes pensar que la película se pasa cuatro pueblos culpabilizando a la víctima. Los malos de turno, manipuladores que se sirven de las frustraciones ajenas para seducir y dominar, no dejan de ser una pura excusa, simples ejecutores de la providencia a modo de castigo divino; todo lo malo que te ocurra es culpa tuya por no evitarlo, tal pudiera ser la conclusión.
Una grandilocuente banda sonora nos va dando pequeños avisos de que algo se cuece, aunque de momento no veamos nada. La simbología religiosa se acrecienta en un último tercio que se extravía, finalmente, por las sendas del “shock cinema” y del plano-detalle clínico y repugnante, buscando la agresión del espectador y haciéndolo mediante la violencia como una de las bellas artes; composiciones de un preciosismo pictórico y una pieza musical, el “lamento de la ninfa” de Monteverdi, que adquiere, como el relato, una cualidad espiral y fatalista.