BOARDING GATE
Cine sincrónico Por Antonio José Navarro
Detesto cordial pero profundamente a todos aquellos críticos para quienes la virtud, o la «ética» de un cineasta -y, de paso, la del ejercicio de su propio oficio como críticos, como pensadores-, tiene muy poco que ver con la perfección individual y mucho menos con el resultado artístico e intelectual. La virtud o la «ética» del cine y de los cineastas no se define por sus buenas intenciones, por las (supuestas) estructuras teóricas que la sostienen y justifican, sino por una moralidad de los resultados. Es decir, no por su capacidad de «implicarse» con la realidad a un nivel trivial y delusorio -como lo haría un político-, sino por su coraje y sinceridad a la hora de crear una nueva realidad, una nueva forma de ver y sentir el mundo, sin involucrarse en «causas» o «compromisos». Muchos han olvidado que el cine no pertenece a la vida, a la «realidad», sino a un universo imaginario que únicamente conoceremos a través del film en tanto que discurso del autor a su público. Asimismo, la virtud o la «ética» del cine y los cineastas no adquiere más rigor porque hipotéticamente medite sobre los límites formales del propio medio, sino porque existe un coherencia entre aquello que se dice y el cómo se dice. Pero,
principalmente, por su osadía a la hora de violentar aquellas áreas de visibilidad que no están disponibles, tal y como aseguran algunos neocatecúmenos de la crítica llamémosle diacrónica, esa que, dicen, relacionan sin «subjetivismos» modelos de cine confrontándolo con su pasado y, desde luego, con su presente. El auténtico artista-cineasta debe superar toda clase de dificultades para mostrar aquello que no quiere dejarse ver: las imágenes «invisibles» que construyen una voz auténtica, profunda, molesta, como si fuera la verdad misma, en el caso de que la verdad existiera. Cualquier otra cosa es inacción y mediocridad escondida afanosamente bajo un ejercicio estilístico árido y esnob que algunos confunden con «la desaparición del autor» (¿?). Y en esta línea están sus exegetas, cuya jerga en muchas ocasiones ininteligible, niegan cualquier conciencia estética que nos aliente a superarnos como personas y espectadores, que nos ayude a desarrollar nuestras potencialidades emocionales y mentales, que nos estimule a ser hombres / mujeres más plenos.
Olivier Assayas, otrora crítico de «Cahiers du Cinema» y autor de películas como Irma Vep (1996), Finales de agosto, principios de septiembre (Fin août, début septembre, 1998), Les destinées sentimentales (2000), Demonlover (2002) o Clean (2004), es uno de los ídolos de esa idea tramposa del auteur cinematográfico que falsea y simplifica la complejidad del cine, del arte, esgrimida por los críticos diacrónicos. Por un lado estos, hipócritamente, definen a ciertos autores como «artesanos» cuando, en realidad, sus intrincados panegíricos los elevan a la categoría de «intelectuales»; por otro, se esfuerzan en hallar forzosamente una entidad cultural a películas, a realizadores, carentes del necesario misterio y rigor como para escapar a la unificación, a lo previsible. Assayas, al igual que otros ilustres iluminados -Manoel de Oliveira, Theo Angelopoulos, Tsai Ming-liang, José Luis Guerín-, no propone una estudiada reflexión sobre el propio cine y sobre su relación con el ser humano (sic), sino que busca acomodarse en un espacio contracultural típico y, por qué no decirlo, obsoleto, donde abundan los consumidores rebeldes, los cazatendencias, los filósofos de pacotilla -o sea, los hijos tontos de Gilles Deleuze-, los cuales con sus peroratas acaban convirtiendo lo diferente en un cliché. El cliché del cine «resistente» contra el cine «monoforma», hollywoodiense para más señas, que fomenta una «visión imperialista del mundo y (…) unos increíbles grados de violencia, sexismo y racismo (…) actitudes militaristas y políticas consumistas que siguen devastando nuestro planeta» (1).
En Boarding Gate, Olivier Assayas deja al descubierto sus limitaciones como cineasta, ya puestas de relieve en Les destinées sentimentales o Clean, a la hora de tomar como contenido lo que los no-artistas llaman forma. Boarding Gate no es más que un vulgar thriller hipofuturista que juguetea a su manera -fría, distante, confusa…- con las convenciones del género según (horreur!) Hollywood. En este sentido, no solamente la relación sexual entre la protagonista, Sandra (Asia Argento) y el decadente financiero Rennberg (Michael Madsen), nos remite al peor erotic thriller de los noventa -sus escenas «tórridas» son de chiste-, con su artificioso tono cosmopolita, sus rudas explosiones de violencia -que dan pie, sin embargo, a uno de los mejores momentos del film: aquel en el que Sandra simula por unos minutos ser el cadáver de su amiga, desconcertando al sicario que la persigue-, su idea chata y monocorde de la aventura protagonizada por un personaje carente de humanidad.
Assayas, deseoso de hacer un film comercial, harto quizá de tanto «reflexionar», se dedica a jugar con su estilo faux-verité, con su pija idea del cine para elitistas desnortados, mediante bruscos cortes de montaje, equívocos primeros planos muy cerrados, y rugosos movimientos de cámara típicos de una home movie. Opta por articular una película sincrónica, no sujeto, por tanto, a cambios históricos y sin atender a las razones que motivaron que un fenómeno sea de tal o cual manera. Pero, sobre todo, se rinde visceralmente a la tensión sexual que desprende Asia Argento, atento a su grosera lascivia -cf. el instante en que empieza a toquetearse la entrepierna en el despacho de Rennberg-, a su cuerpo desnudo, a sus tatuajes, a sus mohines de femme fatale perpetuamente cabreada. Pero ni tan sólo eso sirve de suficiente estímulo para salvar de la quema un bodrio de la calaña de Boarding Gate.
(1) «Peter Watkins. Historia de una resistencia», Angel Quintana Ed. Festival Internacional de Cine de Gijón, 2004. Pág. 117.
Francia, 2007. T.O.: «Boarding Gate». Director y guionista: Olivier Assayas. Productor: François Margolin. Producción: Canal +, MK2 Prod., Margo Films, October Pict., Rectangle Prod., Samsa Film, TPS Star, Wild Bunch. Fotografía: Yorick Le Saux. Montaje: Luc Barnier. Duración: 106 minutos. Intérpretes: Asia Argento (Sandra, Michael Madsen (Miles Rennberg), Carl Ng (Lester Wang), Kelly Lynn (Sue), Alex Descas (André), Kim Gordon (Kay), Joana Preiss (Lisa), Samantha Veyne (La secretaria de Miles).
Articulo publicado en el número 380, Julio-Agosto 2008.