Pesadilla en Elm Street 5: El niño de los sueños, de Stephen Hopkins
Mal asunto cuando en una saga nos cuelan al “hijo” del ente terrorífico de turno en el asunto… porque si la cuarta parte aún se mantenía en pie, creo yo, ésta no hay por dónde cogerla. Pura repetición y una trama próxima al todo vale y al refrito descarado y carente de gracia, aunque la idea no deja de tener su potencial: la maternidad y los temores a ella asociados son el punto de partida, con un niño aún por nacer que recibe los influjos maléficos de Freddy Krueger (se intuye un fin de ciclo con la graduación del instituto, responsabilidades adultas, etc.), pues el de la garra busca regresar con otras estrategias, corrompiendo a los inocentes, perpetuándose con las generaciones, etc. pero en fin, que ésto no lo manejan nada bien y no saben por dónde tirar, retomando incluso al espectro de la monja, los orígenes del mal y su lucha eterna contra el bien...
Se nos reserva aún algún sueño potente y marca de la casa. El de la comida puede que esté entre lo más truculento de la saga y el final vuelve a ser un disfrutable desparrame de efectos… pero los chistes de Freddy son tan malos que ya no son ni chistes, y gran parte de las escenas se basan en reciclar sin disimulo lo que estaba de moda por aquel entonces: el videoclip de Take on me, las escaleras escherianas de Dentro del laberinto, los superhéroes comiqueros, la moto ciberpunk… tirando de técnicas animadas que se han quedado muy viejas. Por cierto, muchas incoherencias (la confusa secuencia del accidente al principio, la facilidad de la peña para dormirse al volante incluso cuando aún ni sospechan de la vuelta de Krueger), y eso sí, lo que no puede faltar son los malvados padres de los chavales, como siempre tontisimos y jodiendo todo lo que pueden.
Pesadilla final: La muerte de Freddy, de Rachel Talalay
Aquí se hace lo único que puede hacerse con una sexta entrega, nada más y nada menos, que es tomársela a cachondeo. Ante el agotamiento de la fórmula, esta “pesadilla final” (como reclamo se anuncia ya en el título que van a dejar descansar en paz al pobre Freddy, con créditos finales a modo de homenaje incluidos) a lo que más puede recordar es a Sam Raimi. Se sacan de la manga una explicación definitiva y mitológica del porqué de la existencia de nuestro chamuscado amigo como asesino de las pesadillas y volvemos al pueblo donde comenzó todo (tampoco es que tuviéramos la sensación de habernos ido de allí, por cierto). La peli se puede definir como un carrusel de disparates a ratos delicioso, a ratos (los más) infumable y desde luego carente de pies y de cabeza desde el minuto uno, con ese homenaje al mago de Oz (el retorno a hogar y eso). Protagonizan una panda de niñatos conflictivos que son muy malotes y muy grunge, como corresponde a la moda noventera (al menos nos deleitan con algún tema guitarrero que no está mal)… el caso es que les deseas la muerte desde el principio.
Lo del “videojuego” es de largo la cosa más tonta de toda la saga, difícil cuando menos idear una parida de tal calibre, y otra vez parte del afán descarado de meter como sea las cosas que molaban entre la juventud… como esas gafas de 3D, o un montón de efectos cutre-fantásticos que no aportan nada. Más simpático, por pasado de vueltas, me pareció lo de los alfileres, que es cartoon en estado puro (incluso en horas bajas encuentras una perla que otra). O la idea absurda de todo un pueblo de pirados obsesionados con los crímenes del pasado. La peor de las siete, por mucho que su predecesora no se quede muy atrás.
La nueva pesadilla de Wes Craven
Cuanto menos curioso e inesperado apéndice de la saga que contribuye a dignificarla tras las dos chapuzas anteriores, con una apuesta por el metacine en la que vemos a los propios actores y personal implicado en las películas sufriendo su particular pesadilla en su vida real. Mucha autoconsciencia y un retorno, a manos del autor de la original, a la más pura esencia; la que surgía de los terrores atávicos, de los cuentos de hadas, de un mal que cobra vida y que penetra en mundo material y de lo cotidiano (en tal sentido, la idea de lo “meta” es del todo coherente). Al homenaje a la saga se le añade una reflexión sobre el fenómeno cinematográfico, el paso del tiempo, Freddy como icono pop, ídolo de fans… cierta mala conciencia y miedo al legado que se lleva a cuestas, del que no puedes librarte, aunque no falta la crítica hacia quienes contemplan con moralismo el género de terror y a sus artífices. También es como si esos adolescentes de las pelis se hubieran convertido en adultos, con la vida hecha; han pasado a ser por lo tanto en la fuente de todo mal, lo que tanto se ha despreciado a lo largo de la saga.
El problema está en que Craven intenta hacer algo distinto, pero cayendo en los mismos convencionalismos (como la médico malvada… disimulados, eso sí), pues es la obra de un señor un poco flipado consigo mismo (¿un dios despiadado, incluso?), que no duda en exponer su discurso (lo pillamos, Wes), convertido en demiurgo, en el auténtico Krueger de la función. La relación materno-filial, que vendría a ser el núcleo de la peli… es precisamente lo que peor funciona (fallo mortal), pues en lugar de resultar entrañable, humana, acaba cayendo en lo pasteloso, pues Wes no es un Spielberg, y por si fuera poco, el niño da mucha cosica (al menos eso ayuda cuando pretende dar miedo). Menos mal que remata con un enfrentamiento final épico y fastuoso, entre el fuego y el agua, con Freddy siendo por fin el coco o la bruja del cuento que siempre ha sido; al final todo es puro espectáculo, pura representación… propuesta fallida, la de un tipo a veces con más ideas geniales que habilidad para plasmarlas, pero merece un elogio por el riesgo y que nos quedemos con lo bueno.