La edad de la inocencia
Scorsese firma lo que podría parecer un trabajo mercenario o académico, en la línea de Ivory-Merchant y sus dramas de época, con reparto de impresión y mucho lucimiento de vestuario y ambientes lujosos. En realidad el italoamericano da lo mejor de sí, transmutándose en un Ophuls con una medida puesta en escena, más que mera decoración, recreando con cada detalle un ambiente, un mundo similar a una elegante burbuja por donde se mueven unos personajes subordinados a una rígida moral; cuadros, música (ópera y teatro que hablan por sí solas de la pantomima de semejante modo de vida), decoración, alimentos… la cámara, el hábil montaje, recogen todo ésto sin prisas, en lo que parece una pura observación, una sucesión de diálogos que ocultan bastante (el marido de la condesa, aficionado a “coleccionar porcelana”, sin comentarios), antes que una trama definida… pues aunque estamos ante una historia de amor prohibido que no plantea gran novedad, ésta nunca llega a tener lugar y muere en el mismo momento de nacer (pese a la larga duración, parece que “no pasa nada” en la peli), tan grande es la influencia ambiental de la alta sociedad sobre las dos almas “disidentes” (es un decir).
El estricto código que rige un microcosmos social, poco menos que marginal aún en su opulencia (la mansion aislada en medio de la nada), individuos escindidos entre sus sentimientos y lo que deben al grupo, situados ante una encrucijada de difícil resolución… es ésto lo que remite al autor y a su obra, como el aprecio hacia una Nueva York pretérita. O un elemento disruptivo que procede del viejo continente. O la presencia de una matriarca que lo mismo es implacable en sus juicios, o bien una anciana venerable de cuento. El doble fondo de cada uno de los implicados se extiende a una inocente y sosainas Winona, quien también puede ser el miembro perfecto (y siniestro) de un colectivo que coloca a cada uno en su lugar. Casi una novela decimonónica en imágenes en cuanto al off (yo huiría del relamido doblaje en castellano), cambiamos violencia y bajos fondos por pulcritud, cursilería incluso. Quedaría por mencionar el recital de Daniel Day Lewis, un tipo que sin hacer nada, lo hace todo con cada gesto y compone a un protagonista con múltiples facetas (esa opción final -aunque éste se estire más de la cuenta- de quedarse con el recuerdo... difícil es decir tanto con tan poco).
Estupendos y muy evocadores títulos de crédito, por cierto (la inocencia que dura poco, como las flores, y que se va rápido a hacer puñetas). Y Geraldine Chaplin, como siempre, forjándose una dilatada carrera consistente en no hacer absolutamente nada.