El villano no es que sea la panacea (como decís, es parecido al del tan denostado Mandarín de Iron Man 3) pero casi que me ha parecido lo mejor de la función: una especie de “coach” moderno que recurre a gente fracasada (como él mismo) y que representaría tanto la desinformación, el relativismo y lo engañoso de las últimas tecnologías, como la vena más paródica y manoseada de los superhéroes (los tópicos grandilocuentes en torno a la venganza y la pérdida, que ya producen entre risa y cansancio). Su principal arma no son sus drones, trajes, etc. sino la fragilidad de un Peter Parker que aún se niega a sí mismo como superhéroe y que se resiste a aceptar que ahora es parte de una nueva generación de tipos en mallas que salvan el mundo. La secuencia psicodélica del edificio en ruinas me ha parecido una sacada de chorra que funciona muy bien y que destaca en una película, en general, carente de grandes sorpresas y que se limita a concluir la fase, ciclo o lo que sea de Marvel, de manera digna y tirando de lo ya sabido.
Lo que no sé es si toda la primera parte antes de la “sorpresa” es así de tontaina y previsible de manera asumida o no. Las dos escenas post-créditos cumplen a la hora tanto de generar expectativas para la próxima entrega (cameo nostálgico incluido) como de justificar uno de los puntos más inverosímiles de la trama (por qué razón Nick Furia parece haberse vuelto tonto de repente y se la cuela un matado cualquiera). La cosa la levanta el Holland con su desparpajo (aprovecho para decir que no es lo único que levanta, al menos para un servidor), así como un puñado de secundarios cómicos (muy bien los dos profesores). Por lo demás, otra vez las dificultades del protagonista para conciliar sus dos identidades (ahora con una responsabilidad que le viene grande y un mentor cuya sombra es alargada) y un romance con M. J. que sí, es muy moñas (producto Disney 100%), pareciendo el beso bajo la lluvia de la de Raimi porno duro en comparación; tampoco es que desentone dentro del tono inocentón del asunto.