¿Habéis leído esto? Está muy bien escrito, con mucha mala leche, y además, ¡siempre hay que conocer todas las versiones de la Historia!
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LA GUERRA DE LAS GALAXIAS: EL PUNTO DE VISTA DEL IMPERIO
Javier Cuevas
EL PORQUÉ DE ESTA CONFERENCIA
Corría el año 1977 y, cuando las letras dejaron de perderse en la distancia, vimos el exterior de un planeta de verdad, con su atmósfera y todo, y luego una nave espacial pasó a toda pastilla y, detrás de ella, otra, un monstruo enorme, increíble e interminable, lanzando cañonazos...
Después de un inicio así, ¿quién no se creería cualquier cosa?
La mayoría de nosotros, en especial los de mi generación, sabemos lo que vino después. El cine cambió. La cf cambió. Y varias generaciones fuimos capturadas por la magia, esperando largos años de rumores y habladurías, leyendo algunas novelas que no sabíamos si eran continuaciones o no y especulando, discutiendo, intentando adivinar... No había Internet, por supuesto, ni publicaciones especializadas, revistas, fanzines o programas de televisión. (Bueno, de televisión, lo que se dice de televisión, apenas había cadena y media...) De hecho sólo nos llegaba, casi de rebote, una pequeña parte de la catarata de mercadotecnia que estaba inundando el mundo. Aun así, uno se daba cuenta de la importancia del efecto
Star Wars sobre un montón de cosas.
Recuerdo, como si fuera hoy, aquel año en que un muchacho del colegio que había pasado unos días de intercambio en Estados Unidos nos vino con la falacia de que Vader le había dicho a Luke en
El Imperio contraataca que era su padre. (En aquella época, las películas tardaban meses en estrenarse aquí... ¿Alguien puede creerlo?) No estaba seguro de su inglés, de sus oídos, pero sí, se lo habían confirmado sus asombrados anfitriones americanos... Señor, Señor, menuda paliza le dimos, por mentiroso...
Pero lo cierto, lo que más interesa a la audiencia, es que nos lo creíamos. Todo. A pies juntillas. Quiénes eran los buenos, quiénes eran los malos, qué pasaba en realidad en la Galaxia y de qué lado había que estar. Desde el principio, los narradores de la historia se habían colocado claramente a favor de uno de los bandos y no tenían ninguna intención de ocultarlo. Jugaban descaradamente con la estética, con esos uniformes imperiales, mezcla de soldado nazi, soviético y japonés. Se ensañaban con la estudiada masividad de los entornos imperiales —máquinas y estructuras, empezando por la gigantesca y estudiada desproporción del crucero imperial en la primera escena de la primera película—, y el predominio de colores y luces sombríos en las instalaciones imperiales, frente a los tonos pastel de los uniformes rebeldes.
Y el lenguaje. Desde las letras vagabundas que encabezaban cada película, los términos con que se definía a unos y otros dejaban clara la posición de los narradores respecto a lo que estaban contando. (Homero parece más imparcial en su narración de la Guerra de Troya, y no parece haber muchas dudas respecto a la posición de Homero en ese asunto...)
Y pasó la Primera Trilogía. Y con ella los años. Y con los años llegó toda esa carga de cinismo e incredulidad que marca la pérdida de la inocencia, y que con su desconfianza nos prepara para enfrentarnos al mundo con alguna posibilidad...
Y entonces aparecieron las brechas. Al fin y al cabo,
Star Wars era enormemente atractivo: por muy imaginarios que fueran los hechos y mundos descritos, todo lo allí mostrado tenía una cierta coherencia interna. Y los mundos coherentes adquieren consistencia por sí mismos. Había ya entonces gente que literalmente vivía
Star Wars porque parecía real. Y el problema de las cosas reales es que, por mucho que nos empeñemos, nunca son blancas o negras. La consistencia de los hechos, nacida de la propia coherencia interna de Star Wars, empezó a colarse por entre las grietas del cuadro que se nos mostraba.
Dudas. Las dudas son como las ortigas. Una vez empiezan a crecer, no hay manera de frenarlas, y te pican en cuanto las tocas.
Una de las cosas en las que
Star Wars marcó una diferencia fue en el desarrollo, hasta entonces en pañales, del fenómeno de la mercadotecnia. Lucas y sus empresas no sólo retuvieron los derechos, sino que desarrollaron productos
Star Wars para las nuevas tecnologías y los nuevos mercados en los que los aficionados querían ver reflejado también su universo favorito. Franquicias literarias, nuevas novelas, cómics, juegos de ordenador... La información relativa a
Star Wars empezó a desbordarse a medida que las fronteras de su universo se extendían más rápido que las de esa galaxia muy, muy lejana. Y, a medida que el fenómeno
Star Wars se expandía y crecía en complejidad, apareció una palabra que hasta entonces había tenido connotaciones casi religiosas: canon.
Cómics, especiales de televisión, maquetas, libros de naves, diseños, reportajes y entrevistas, bandas sonoras, dibujos animados, películas, juguetes, juegos de mesa, de rol, de ordenador, cromos, tarjetas, páginas web... Pronto aparecieron problemas de continuidad, contradicciones difíciles de explicar. Había que definir qué fuentes de información eran autorizadas —canon— y cuáles no... En un complejo rizar el rizo de astucia, Lucas decidió hacerse el sueco. Los productos cumplidores del canon se comercializarían y los que se pasaban el canon por los cánones... también. De este modo, comercializando él mismo falsificaciones y aberraciones
Star Wars y haciéndolas oficiales, hacía imposible ningún tipo de competencia. (O se la hacía a sí mismo, no lo tengo claro, elegid la opción que os parezca más maquiavélica.)
Toda esa creatividad frenética produjo datos. Documentación. Aun descontadas las fuentes fuera de canon, documentación suficiente para encontrar en ella algunas contradicciones. Porque una vez la documentación aparece, puede ser interpretada. Desmenuzada. Comparada. Y la documentación (junto con la arqueología, y si alguien cree que ésta no existe en
Star Wars que se dé una vuelta por Tatooine, en el norte de África) es una de las fuentes del conocimiento, de la Historia. Y la Historia, al fin y al cabo, es el intento de averiguar la verdad una vez contrastados todos los datos y conocidos todos los puntos de vista posibles.
Y así fue como pude vislumbrar un día, con aterradora claridad, casi como una revelación mística no exenta de culpa, el Punto de Vista del Imperio.
DE DÓNDE VENIMOS Y QUÉ SABEMOS: LA REPÚBLICA
En el universo de
Star Wars se nos describía un gobierno tiránico y opresor —el Imperio— que había sustituido por métodos violentos a otro benévolo y liberal: la antigua República. Una Alianza Rebelde cuyo principal ideario político era la restauración de ese dechado de virtudes luchaba, siempre al borde del exterminio, contra el malvado Imperio. La trilogía de Star Wars, en realidad los episodios IV, V y VI de una extensa saga de nueve capítulos, contaba la lucha desesperada de ese grupo de rebeldes y su increíble victoria sobre el Imperio.
Esto es lo mismo que contar la historia cogida por la mitad, que es el peor lugar por el que se puede tomar una historia. Los episodios IV, V y VI dejaban entrever, entre otras cosas, que no todo era como se nos contaba. Pero una vez cambiado el chip de la ciega aceptación, el Episodio I,
La amenaza fantasma , llegó como una auténtica revelación a ofrecernos algo indispensable en todo análisis objetivo de una situación: el conocimiento de aquello de lo que se parte para poder valorar con justicia lo que se tiene, y para poder explicar cómo se ha llegado a ello.
Pocas descripciones de un sistema político han resultado tan útiles y esclarecedoras como las que se nos proporcionan en el Episodio I... La Federación de Comercio, una corporación privada que ejerce como grupo de presión económica y que posee algún tipo de licencia o concesión pública, decide bloquear un planeta entero por las bravas, aislándolo y poniendo en marcha un ejército privado de robots armados hasta las tuercas. Al planeta, un lugar bastante idílico y un poco hortera llamado Naboo, lo van a poner de rodillas en breve a base de bombardeos y desembarcos masivos de tropas de ocupación. La gente de Naboo, que había confiado su defensa a la República, ve atónita como ésta se escaquea entre comité y comité, mientras los blindados les dan caña...
¿Qué sucede entonces en este dechado de virtudes, en este altar de las libertades añorado? O, como diría mi antiguo profesor de Historia, ¿cuáles son las causas y consecuencias?
En primer lugar, tenemos una descripción fidedigna de un Estado que no sirve absolutamente para nada. Un gobierno que no garantiza el cumplimiento de la ley, ni las comunicaciones, ni la libre circulación, ni el libre comercio, ni el libre tránsito, ni los derechos fundamentales de los individuos, comunidades y planetas. Un gobierno que permite que tanto
trusts comerciales poderosos como corporaciones privadas se pasen por el forro los derechos civiles de planetas enteros.
Un gobierno inoperante, inepto, absurdo, en el que un poder legislativo inmenso —el Senado— discute sin fin resoluciones que, una vez tomadas, es incapaz de hacer cumplir. Un ejecutivo impotente, carente de los medios coercitivos necesarios para hacer cumplir la ley porque, en aras de un pacifismo tan increíble como hipócrita, se ha ahorrado los gastos de un ejército y una flota, o lo que es lo mismo, una vez cobrados los impuestos, que cada cual se las arregle como pueda...
Y, por lo que parece, un poder judicial inexistente o inútil —todo queda al final en manos del Senado, que nunca parece capaz de cerrar nada—, incapaz de hacer respetar su intepretación de la legislación, por muy buena que sea.
Corrupción. Caos. Ineptitud.
Y, sin embargo, tienen que saber lo que está ocurriendo en Naboo. Lo cual hace que uno se pregunte: ¿Es que no tienen telediarios? ¿No hay informativos? ¿No hay opinión pública? Y si la hay, y ésta no está enterada, ¿qué ha pasado con la libertad de expresión?
Hay otra posibilidad, y lo cierto es que a estas alturas uno ya no sabe cuál de las hipótesis es más aterradora: a todo el mundo le importa un pimiento lo que esté pasando en el resto de la galaxia. Y, en verdad, uno llega a preguntarse cuál es la dimensión moral de una sociedad —y de un sistema político— que permite que en sus fronteras se practique la esclavitud sin tapujos (Tatooine), que a la gente se le coloquen en el cuerpo dispositivos secretos para tenerlos dominados, que planetas enteros estén en manos de mafiosos que organizan actos públicos y presiden grandes acontecimientos deportivos, que salteadores, contrabandistas y piratas dominen sistemas enteros, que niños de nueve años conduzcan sin límite de velocidad (para qué vamos a hablar del seguro) y participen en carreras en las que se realizan apuestas, que los peatones se líen a tiros con el tráfico...
A uno le da la impresión, viendo el Episodio I, de que en la República todo el mundo se considera demasiado importante como para mezclarse en asuntos tan cotidianos.
Empezando por los propios Caballeros Jedi...
SOBRE LOS JEDIS (ANTES JEDÁIS)
Habíamos oído hablar mucho de estos Jedi. En los episodios IV, V y VI nos los habían descrito como nobles guerreros sacerdotes, los guardianes de la paz y la justicia en la Galaxia... Luke, nuestro héroe de entonces, quería ser un Jedi como su padre (sí, lo sé, contemplado desde la perspectiva del Episodio II puede llegar a quitar el sueño). Además, estaba Kenobi, que no dejaba que nadie le tosiera en las tabernas pese a estar jubilado, y que se expresaba y movía como si hubiera recibido una magnífica educación británica. Los Jedi usaban espadas de luz, dejaban a todo el mundo pasmado con sus declaraciones absolutamente obvias y evidentes que parecen enormemente trascendentes dichas tan despacio y con solemnidad, y no consentían que nadie les pusiera una multa de tráfico. Movían un dedo mirándote a los ojos y estaban invitados. Todos queríamos tener un padre Jedi, en vez de perito agrónomo.
Sólo que... Bueno, esa capacidad de Kenobi de retorcer los argumentos hasta extremos increíbles para justificar sus propias acciones, ese uso de la verdad en porciones debidamente dosificadas como herramienta, ese sentido pragmático... Hubiera debido darme cuenta antes, pero por aquel entonces yo estaba estudiando con los jesuitas y no encontraba nada extraño en el concepto de la ética variable de Kenobi. (Luego empecé a frecuentar a gente más normal, y me di cuenta de que algo olía a podrido, y no precisamente en Dinamarca.)
No sé. Sencillamente, puede que se trate de un problema de etnocentrismo cultural propio y exacerbado, pero la idea de una orden religiosa guerrera tan próxima a un gobierno supuestamente democrático le produce a uno escalofríos. Deja muy en el aire una relación poco transparente entre el ejecutivo y una clara opción religiosa, y hace que uno se pregunte sobre la concesión de licencias de construcción de templos, el papel de la religión en el sistema educativo público o la casilla de elección por defecto en la declaración de la renta...
Por otra parte, los Jedis ¿obedecen siempre al ejecutivo? ¿De qué viven los Jedis? ¿De dónde extraen sus ingresos? ¿Cómo han conseguido un enorme complejo de edificios en el mismo centro de Coruscant, al precio que debe estar allí el suelo? ¿Quién les paga los viajes, la manutención, las naves, las espadas láser y el lavado de esos trapos espesos y sucios que siempre llevan puestos?
¿Cuándo deciden intervenir y cuándo no?
Si, en palabras de uno de los Jedis que llega a Tatooine, ellos no están allí para liberar a los esclavos, ¿para qué demonios están? ¿Supeditan tan a menudo las acciones morales a las necesidades políticas? ¿Y por qué se pasan todos esas órdenes por el forro cuando se les cruzan los cables? ¿Quién controla a los Jedis?
O, lo que es mucho más grave, ¿qué controlan los Jedis?
Porque hay algo oscuro y sucio en esta extraña alianza religión–Estado que parece hacer innecesaria la existencia de un ejército y una flota mientras existan tan extraños sacerdotes. Existe una extraña reminiscencia mafiosa en la política de enviar a un par de tipos que susurran cosas incoherentes a los lugares donde surgen problemas, tipos que no se sabe muy bien qué hacen ni qué buscan, pero que a la postre sólo rinden cuentas a un consejo de conspiradores en túnica sentados en un ático carísimo y cuyas decisiones no están sometidas a ningún control. Tipos que siempre parecen a punto de hacerte una oferta que no podrás rechazar. Cuando se van, un montón de cosas han volado por los aires y un montón de seres han dejado de existir.
Además, luego sienten extrañas perturbaciones en la Fuerza. (Como para no sentirlas, con la cantidad de gente que han enviado al Otro Lado.)
Porque ésa es otra: el lado místico del asunto, que también hace aguas. Y es que se supone que los Jedis son capaces de detectar la presencia de la Fuerza a su alrededor. Los Jedis, de hecho, detectan la presencia de la Fuerza en los niños pequeños, y proceden entonces a separarlos de sus familias (no me atrevo a preguntar cómo) para entrenarlos. Son capaces de detectar la presencia de la Fuerza, incluido el potente Lado Oscuro, en personas y lugares... Y, sin embargo el Consejo Jedi en pleno se pasa el día alternando con un Lord Oscuro de Sith en Coruscant y no se enteran de lo que tienen enfrente, a pesar de que los Sith usan la Fuerza con igual o mayor intensidad que un Jedi.
Aunque salen mucho más baratos, todo hay que decirlo. Al parecer, dos Sith hacen la misma fuerza que un montón de Jedis tirando en sentido contrario, y desde luego gastan mucho menos en luz, agua, ropas, viajes o alimentos. Darth Maul incluso utiliza dos sables de una vez para optimizar recursos. Y viven en los extrarradios (véase el Episodio II,
El ataque de los clones).
Por otra parte, tal y como vemos en el Episodio I, cuando un muchacho extraordinariamente dotado para percibir y manejar la Fuerza es puesto en sus manos, el Consejo Jedi se encabezona en no entrenarlo porque se supone que es demasiado mayor, pese a haber reconocido en ese mismo consejo el peligro que el muchacho representa.
Lo cual nos lleva a preguntarnos qué iban a hacer con él. ¿Liquidarlo?
Un lugar encantador, esta República. ¿Le extraña a alguien que un hombre honesto intentara ponerle remedio?
LA GUERRA DE LAS GALAXIAS: REBELIÓN E IMPERIO
Poco después de dar forma a estos pensamientos impíos y heréticos, decidí efectuar un visionado crítico desde, digamos, una nueva perspectiva, de los Episodios IV, V y VI. Permítanme compartir mis impresiones:
Un montón de tipos con armadura abordan una nave. En la nave capturan a una muchacha bastante pizpireta que resulta ser una senadora que ha robado los planos de unas importantes instalaciones de su mismo gobierno. La chica intenta pasar esos planos a un grupo terrorista que está haciendole la vida imposible al Imperio al que ella representa, y para cuyo Senado había sido elegida por un planeta de incautos. Hay un par de robots que escapan con los planos.
Un joven campesino sin muchas luces compra esos robots a unos reventas. Lo hace sabiendo que son robados, pero le importa un pimiento porque lleva haciéndolo toda la vida. Por si había alguna duda, uno de los robots emite una grabación de su anterior dueño en su taller, a lo que toda la familia responde alegremente que un borrado de memoria y como nuevos.
Intrigado de todos modos, el muchacho decide largarse, dejando solos a sus indefensos y ancianos tíos, que lo han cuidado toda la vida, y después de que su escapada dejando la puerta abierta les cueste la vida los entierra como si tal cosa (parece un fremen, no llora ni aunque le pise un bantha) y decide unirse a un viejo a quien se ha encontrado unas horas antes, al que no conoce de nada y que se esconde en el desierto. (Con el tiempo sabremos que probablemente se trate de un criminal de guerra que pone a prueba la tolerancia del Imperio, escondiéndose en el primer lugar donde lo buscarían si alguien se interesara por él lo suficiente como para intentar encontrarlo.) Como veremos más tarde, el viejo miente más que habla, y engaña al muchacho como a un chino. Le niega el conocimiento de sus auténticos orígenes y, en un arranque de diabólica malignidad, intenta que sea el chico, convenientemente aleccionado y entrenado, quien se cargue a su propio padre sin saberlo.
De momento todos están de acuerdo en escapar del pozo de arena infecto en el que están metidos. (Los robots robados propician una buena oportunidad de hacerse un hueco en un planeta con más estilo.) Para lograrlo, ambos buscan la ayuda de una criatura salvaje cuyos tristes aullidos a lo largo de la trilogía nadie comprende (en una galaxia llena de traductores automáticos nadie parece interesado en saber qué demonios le duele al wookie) y que trabaja (no sabemos en qué condiciones, puede que ahí esté la clave de los tristes aullidos) para un famoso pirata, contrabandista y asesino: Han Solo. El pirata, además de ser un evasor de impuestos y un desertor, tiene nave propia gracias a una partida de cartas fraudulenta en la que logró robársela a su entonces mejor amigo, a quien dejó en la miseria. Enseguida averiguamos que este individuo, con quien ninguna persona sensata iría ni al cine, se encuentra un poco apurado, pues ahora, además de tener problemas con la ley, es perseguido también por sus patrones de la mafia, a quienes hizo perder una fortuna con su incompetencia en el arte del contrabando. Poco después de ser contratado vemos cómo asesina a sangre fría a otro sujeto de su misma ralea, un estúpido extraterrestre que intenta matarlo a él a pesar de estar aquejado de una conjuntivitis monstruosa.
Todos juntos emprenden así el típico viaje iniciático/místico que cambiará sus vidas; viaje que los llevará a asaltar vandálicamente unas instalaciones del Gobierno para liberar a la senadora del principio, una princesa niñata, sabelotodo y engreída, que ha decidido hace tiempo que no seguirá representando a todos esos sucios votantes plebeyos en ese coñazo de Senado (que ha ayudado a hundir, por cierto). El muchacho, un campesino sin instrucción ni experiencia, llega rápidamente a la conclusión natural de que él esta perfectamente capacitado para decidir qué es lo que le conviene a la Galaxia y convence al asesino contrabandista fracasado para que lo ayude. Al liberar a la niñata, acaban con un bloque entero de celdas de detención —se supone que algunas ocupadas por presos— y liquidan a todos los guardias, reclusos e incluso a un pobre animal oculto que se alimentaba de basura. Todo ello sin pestañear y, sobre todo, sin avisar al viejo, que entretanto se había ido a quitar los fusibles para que pudieran escapar...
Después de dejar que el viejo se las arreglara solo con un tipo al menos dos veces más grande que él, lo ven caer de lejos partido por la mitad y, al grito de «hagamos que su sacrificio no sea en vano», se largan a toda prisa. Debidamente manejados por la histérica princesa, logran unirse al grupo terrorista que buscaban (la Alianza Rebelde) y una vez todos juntos pueden al fin dedicarse a:
–atacar y destruir instalaciones públicas, sin importarles el destino de los trabajadores civiles, viajeros de paso y prisioneros que se encuentren dentro en aquel momento. Del personal imperial para qué vamos a hablar, faltaría más;
–atacar y ocupar planetas indefensos, poniendo en peligro su ecología y destruyendo sus bienes culturales sin ningún miramiento. En Dantooine ocupan las construcciones de la selva y cortan a golpe de láser lo que haya que cortar. Por no hablar de los tesoros arqueológicos de los mundos ocupados. De hecho, si estos tipos llegaran a tu planeta, convertirían tu templo más sagrado en un garaje para la princesa antes de que te diera tiempo a pegarte un tiro. Y eso teniendo suerte, porque si deciden que necesitan emplear tu ecología para sus fines, puedes darte por extinguido. ¿Alguien se imagina cómo quedó el helado planeta Hoth después de su paso? ¿O los atroces sufrimientos de los inocentes ewoks cuando acaben las fiestas y celebraciones y descubran que la Alianza, al destruir la segunda Estrella de la Muerte tan cerca de su atmósfera, ha aniquilado su capa de ozono? ¿Se imaginan sus caras cuando vean morir sus preciosos árboles, cuando sus hijos nazcan muertos o deformes, cuando sus cuerpos se llenen de úlceras y se les caiga el pelo, se queden ciegos, no haya nada que comer y su mundo se convierta en un desierto radiactivo?;
–poner en peligro las comunicaciones, bloquear el comercio, restringir el libre tránsito, provocar una permanente carestía, incremento de precios, escasez, paro, depresión económica... ¿Sigo? Ya puestos en temas económicos, ¿de dónde sale el dinero de la Alianza? ¿Luchan contra la flota imperial gracias a donaciones voluntarias. ¿Se han fijado en los equipos que tienen?;
–incorporar y promocionar entusiásticamente en la estructura de mando de la Alianza a todo individuo que acredite una catadura moral dudosa. Para empezar, al muchacho le convalidan el carnet de maquinaria agrícola, que es lo único que había conducido hasta entonces, y le dan un caza de combate estelar para que se entretenga (lo que confirma mis sospechas de que, en realidad, es el robot el que conduce, pilota, dispara y aniquila la Estrella de la Muerte). Al racista Han Solo (¿alguien se ha fijado en que ni siquiera mira a los androides cuando le hablan?), pagado, fichado y ascendido como si fuera un delantero centro, se le añade pronto su amigo (hay gente que no escarmienta) Lando Calrissian, empresario de dudosos métodos, líder de la economía sumergida, antiguo administrador gerente de una ciudad minera en las nubes —¿alguien ha oído hablar alguna vez de un negocio más improbable?— y seguro evasor de impuestos. Cuando Lando escapa con sus nuevos amigos, abandonando a su gente a su suerte, es inmediatamente ascendido a general de la Alianza...
–cargarse el sistema democrático. El Imperio tenía un Senado que fue disuelto al proclamarse el estado de excepción, al inicio del Episodio IV, herramienta contemplada en sus constituciones por muchas democracias. La Alianza Rebelde acaba con el sistema de garantías y el Estado de derecho con su presión constante sobre la estructura social y económica del Imperio.
Cuantos más elementos del canon iban cayendo en mis manos mientras revisaba las películas, peor se ponían las cosas. A través de otras fuentes, libros y documentación —el juego de rol, los manuales de los sofisticados juegos para ordenador y consola, los libros de regalo con fotos y planos de los artefactos y textos explicativos— iba enterándome de la vida de personajes como el General Dodonna. Dodonna se dio a la fuga con los planos robados de numerosos proyectos —por ejemplo, el caza X-Wing— cuando el Imperio embargó sus empresas (proyectos que habían sido investigados con dinero público cuando era contratista de armas imperial). Cuando esos planos llegaron a manos de los rebeldes, éstos lo nombraron general. Lo que nos lleva a dónde han sido construidos esos cazas, o al hecho de que la Alianza, que en un principio parece disponer sólo de unas cuantas naves, termina por mostrar una auténtica flota, incluyendo varias fragatas tipo Corellia, demasiadas para haber sido capturadas en acciones de guerra...
¿De dónde salen estos equipamientos? Si el Imperio es tan feroz y opresivo como se nos insiste una y otra vez, ¿cómo pudo llegar a existir semejante flota rebelde, con sistemas enteros —pensemos en los calamari— construyendo naves para apoyarla? ¿Qué clase de control tiránico ejerce un gobierno que permite vivir en Coruscant, su capital, a todos los opositores que aparecen tirando fuegos artificiales a la muerte del Emperador en el Episodio VI?
Llegados a esta altura, y con lo que sabemos, ¿no es como para preguntarse si la gente que tanto echaba de menos la República no era, sencillamente, la elite que vivía estupendamente bajo su gobierno, y no el resto de la sufrida población de la Galaxia?
Y A DÓNDE HEMOS LLEGADO...
Episodio VI. La Alianza ha reunido una flota enorme y se dispone a desmontarle al Imperio otra de esas estaciones tan fáciles de destruir que el Gobierno construye de vez en cuando. Esta vez, para no complicarse la vida, van a intentarlo cuando sólo tengan el armazón, porque navegar en caza por los estrechos pasillos terminados resulta un tanto incómodo.
Y además el Emperador viene de visita. Así, no sólo podrán cargarse a cientos de miles de trabajadores civiles, subcontratistas, viajantes, técnicos y operadores, además de a los guardias, sino que también la palmarán funcionarios, cargos políticos y otras gentes. Si tienes que elegir entre un genocidio y un magnicidio no te rompas nunca la cabeza: elige ambas cosas.
Increíblemente, lo consiguen. Aunque en una hábil maniobra, la flota rebelde obliga a las naves imperiales a rodearlos entre su fuego y el de la estación en construcción (pero debidamente armada y protegida), la Alianza lo tiene todo previsto: envian un comando al cercano planeta Endor para cargarse las instalaciones imperiales que generan el escudo que protege la estación. El comando es en realidad un grupo de excursionistas mal organizados que se pierde una y otra vez mientras deja a su paso pequeños incendios forestales, pero que consigue la ayuda de una tribu de peluches con cuya ayuda desarman buena parte de esa extraña ONG galáctica del programa Ayúdalos a Caminar que conocemos como tropas imperiales. Esto les permite desenchufar el campo de fuerza en torno a la Estrella de la Muerte II (a mí me daría muy mal rollo trabajar en un sitio con ese nombre) y permite a los cazas hacer su trabajo cuando ya estaban en las últimas y pidiendo tiempo. Bueno, en realidad todo es más complicado y un poco más extraño, e incluye a la Princesa vestida de esclava sexual de una enorme babosa lasciva, el asesinato de mascotas, contrabandistas congelados, pozos de arena llenos de bichos asquerosos y a Luke Skywalker vestido de negro (al fin ha comprendido que cuando él entra en un sitio se muere todo el mundo) y liquidando ancianos disminuidos.
Pero lo importante es que el Imperio cae, el Emperador muere, la Alianza ha ganado...
¿Qué ha ganado, exactamente?
En principio, y a tenor de los que se nos cuenta en las franquicias escritas a remolque de la serie original, controla algunas zonas del antiguo Imperio, pero no de una manera total. Vemos, además, que la Alianza gana sus batallas casi siempre gracias a una sorprendente combinación de ineptitud de sus enemigos, aparición de aliados milagrosos con quienes nadie contaba y raptos de suerte tan escandalosos que más bien parece que sea la Suerte (ningún aficionado que se precie se habrá perdido
La loca historia de las galaxias, de Mel Brooks, supongo, y si no es así hace muy mal) y no la Fuerza el poder que mantiene unida la Galaxia. En la práctica, los comandantes de las fuerzas imperiales presentes en la batalla final —claramente superiores a las fuerzas rebeldes— no tienen por qué quedarse orbitando Endor a la espera de ser desarmados por una fuerza que solo con mucha dificultad logra evitar disparar sobre sí misma cuando se despliega. Es fácil que muchos de ellos emprendieran la retirada de vuelta a sus bases, en busca de mejor fortuna que pasar una larga temporada en un campo de prisioneros gobernado por una raza de ositos de peluche malhumorados.
Como se nos cuenta en las no especialmente buenas e indecorosamente prolíficas novelas que continúan la acción de los episodios IV, V y VI, a los antiguos habitantes de Imperio todavía les queda sufrir la larga cadena de consecuencias desagradables que suceden a la caída de un gobierno central fuerte y ordenado cuando la fuerza que lo derrota no es capaz de asumir las funciones de lo eliminado. Almirantes imperiales que se convierten en señores de la guerra, sistemas enteros caídos en manos de piratas y bandidos, la vuelta al poder de malhechores y mafiosos, aislamiento, barbarie, guerras civiles, vacío de poder, escasez, interrupción del comercio, inseguridad, abusos, hambrunas... Bueno, vista
La amenaza fantasma , ¿alguien se sorprende? Era lo anunciado, al fin y al cabo. La Alianza Rebelde no engañaba a nadie sobre sus objetivos, eso hay que concedérselo: es la vuelta a la antigua República.
Y aún peor, la princesa Leia tiene hijos. Con el pirata asesino, desertor y contrabandista que habíamos conocido antes, nada menos... Da sudores sólo de pensarlo. Si los Skywalker casi habían conseguido destruir una civilización galáctica en dos ocasiones, viniendo de uno en uno y partiendo de orígenes humildes, ¿de qué van a ser capaces estos muchachos, con su actitud aristocrática y todas las posibilidades de una buena educación a su alcance?
UNA FIGURA DE LEYENDA
Se ha hablado mucho, aunque tal vez no lo suficiente, de las muchas influencias, reconocidas u ocultas, de Star Wars. Hay algo de
western, mucho de serie B, no poco cómic y un buen aporte de series de televisión. Y algunas obras literarias de esas que parece que han inspirado a todo el mundo, claro está. Y mitos.
Un muchacho de origen misterioso que poco a poco va revelándose como mucho más de lo que a simple vista se ve. Y una espada heredada de su padre, símbolo de una herencia más profunda. Y un aprendizaje, y un objetivo a alcanzar a través de un viaje iniciático, y un anciano mentor con poderes mágicos que lo guiará a través de una época oscura hacia un renacimiento... Recuerdo exactamente el instante en que todo ese humus de reflexiones acumuladas durante años, convenientemente regado con carajillos con nata en una tarde de invierno, hizo brotar la semilla de una idea en mi cabeza. Estaba mirando el mural que cubre la pared de uno de los lugares preferidos de mi ciudad, viendo en él como la Dama del Lago despedía a Arturo cuando las hadas se lo llevaban a Avalón.
Y entonces lo vi. De una manera tan clara que la revelación estuvo a punto de hacerme caer de mi asiento. (De coñac, el carajillo era de coñac, pero todo el mundo sabe que la bebida no me afecta, aunque no diré lo mismo de la canela...)
Arturo. Se trataba de Arturo. Una auténtica figura mítica, instalada desde la niñez en nuestros sueños, en el inconsciente colectivo de toda la civilización occidental.
¿Skywalker? No, hombre. ¿Quién demonios estaba pensando ahora en Skywalker?
Una época oscura. Una era carente de esperanzas. Un tiempo de poderosos sacerdotes-brujos encargados de mantener los privilegios de unos pocos y congelar un status quo de inmovilismo durante milenios. Un sistema inoperante, indiferente al sufrimiento de miles, millones de seres sometidos, explotados, humillados a lo largo de toda la Galaxia. Un sistema que sólo asegura ley y justicia para unos pocos, negocio para algunos, bienes y seguridad para una minoría. Un sistema en el que puedes vivir en un paraíso de hermosos edificios y naves puntiagudas sin dar golpe mientras los pobres gunganos se pudren en el fondo de los pantanos y los esclavos pasean su triste destino por planetas polvorientos mientras sus amos instalan en sus cuerpos dispositivos antifuga... Un sistema en el que señores de la guerra y magnates mafiosos son jaleados por las multitudes mientras gobiernan planetas enteros a su capricho. Un sistema en el que piratas, contrabandistas, señores de la guerra y planetas fronterizos imponen su voluntad a los débiles. Un sistema en el que las corporaciones privadas industriales y los grupos bancarios deciden la suerte de millones sin temer las limitaciones de la ley...
Y un hombre llega entonces a ese mundo decadente. Un hombre que ocupa una posición elevada, pero que no por ello deja de pensar en la suerte de los otros, millones de otros. Un hombre que tiene que enfrentarse a una orden mítica de brujos todopoderosos que funcionan cono una secta de mafiosos telépatas, a un sistema inmovilista, a una clase gobernante cuyos cargos pasan de padres a hijos.
Y ese hombre empieza a trabajar. Solo. Tiene que aprender artes olvidadas. Tiene que arrancar en secreto el monopolio de la Fuerza de manos de los sacerdotes sin que estos lo detecten. Tiene que abrirse paso en la política y la diplomacia con sumo cuidado, con astucia y un valor a prueba de dudas. Ese hombre solo se ejercita en las artes de un guerrero, adquiere los poderes de un mago, se convierte en un político y al mismo tiempo, en un Maestro de Otros... un Lord de Sith, un guerrero de una orden aniquilada en otros tiempos, probablemente por oponerse al poder único de esa República Jedi, y cuyo nombre ha sido convertido por los vencedores en sinónimo del mal. (¿Acaso los vencedores no hacen eso siempre?)
Un hombre solo intentando darle la vuelta al destino. Intentando hacer retroceder el reloj de la historia. Intentando traer algo mejor para todos. Una luz en la oscuridad para el mañana. Un Arturo. Un Palpatine.
Y lo consigue. La soberbia de los Jedi los ciega, y aunque lo tienen delante no lo ven. Palpatine utiliza el ansia incontrolable de beneficios de la Federación de Comercio para hacer que las partes corruptas del sistema se enfrenten entre sí. A los grupos de presión y banqueros solo necesita proponérselo para que rápidamente traicionen al sistema en el que viven a cambio de mayores beneficios. A lo largo de los episodios I y II vemos como derrota una y otra vez a las fuerzas inmovilistas de esta República de Elites con la verdad que pone una y otra vez ante sus ojos sin que éstos quieran verla.
De hecho, ni siquiera tiene que esforzarse para ir atrayendo a su lado al joven Anakin, la promesa Jedi. Los todopoderosos caballeros sacerdote ni siquiera se han molestado en liberar a su madre por unas monedas que para ellos serían una minucia, y ésta ha sido comprada por un granjero que, al casarse con ella, la condena a muerte sin saberlo. Una de las bandas salvajes que recorre el planeta sin ley de Tatooine la captura y la asesina, como ha venido pasando durante generaciones con los pobres desgraciados indefensos del sistema de vida republicano. Lo que hace preguntarse cuánta gente insignificante e indefensa habrá muerto sin llevar el apellido Skywalker...
Y entonces uno recuerda Star Wars, Episodio IV, y que hay una guarnición imperial en Tatooine. Tal vez Palpatine no haya mejorado mucho una vez convertido en Emperador, y desde luego necesita un buen tratamiento facial y gastarse una pasta en redecorar y renovar vestuario. Y, sin embargo, hay una flota y un ejército, y uno recuerda entonces que la labor de un ejército no es tanto hacer la guerra como disuadir a posibles atacantes con su mera existencia. Y desde luego persiguen el contrabando y la piratería, o de otro modo no se habría puesto precio a la cabeza de Han Solo. Y hasta el Episodio IV, a pesar de los años transcurridos, parece haber un Senado y, por lo tanto, elecciones. Es decir, parece haber conservado los mecanismos de go bierno democráticos de la República, aunque con un Ejecutivo fuerte por primera vez, es decir, con una herramienta de ejecución de la ley. Y esto ya parece una mejora considerable.
Pero sin Jedis.
Esto le hace pensar a uno que tal vez los caballeros Jedi no eran una variante de asociación política proclive a compartir el poder, o al menos a actuar bajo el imperio de la ley como suelen tener que hacerlo el resto de los mortales.
Y sin embargo...
Palpatine, como Arturo, parece destinado a ver evaporarse su sueño cuando había alcanzado las más altas cotas de su gloria. Derrotado por las elites ocultas, perdedor de las últimas batallas desesperadas, traicionado por la suerte y por algunos de los caballeros de su reino (los calamari no parecen precisamente un pueblo pobre y sometido, y no vamos a hablar otra vez del «general» Dodonna, o del «papelón» que le monta Darth Vader al final), este Arturo galáctico ve evaporarse su sueño ante sus ojos. Desaparece a manos de padre e hijo de una estirpe de la nueva aristocracia, traicionado también en esto.
No veremos los episodios VII, VIII y IX... dicen. Lástima, porque estoy seguro de que en ellos Palpatine, como nuestro mítico rey Arturo, también sería recordado. Y quién sabe, puede que su sueño venciera al final...