La receta de Guadagnino para el remake de semejante título, emblemático delirio visual donde el primer asesinado era el guionista, no es sino cargarse todavía más la lógica argumental en un nuevo ejercicio de barroca grandilocuencia que camina por la cuerda floja de la flipadez y de la impostura; tan inflado de metraje como de pretensiones autorales. Se lanza a una mezcla de tonos y de tramas en las que el estilo se impone, pero no como en Argento y su colorido goticismo, sino con imágenes ocres, oscuras y apagadas, las de un Berlín presidido por la lluvia, igual de desasosegante que los interiores de la escuela de danza, con sus pasadizos, salas de espejos, recovecos.
La puesta en escena es extraña, está llena de cortes de montaje, barridos de cámara, zooms como de hace décadas. En ocasiones se aboga por un terror sugerente, pero en otras se opta por unos estallidos de “body horror”, unas truculencias dignas de Raimi o un gore que se reserva para una secuencia ritualística y alucinatoria con el rojo apoderándose del encuadre, sin que por el camino hayan faltado unos insertos pesadillescos de elaborada imaginería visual videoclipera o de spot publicitario, territorio que parece el medio natural de este hombre, mucho más que ese cine europeo tan artístico que se empeña en referenciar una y otra vez. En líneas generales no sabes muy bien qué coño estás viendo, si reírte, asustarte, llorar o qué. Se podrá decir que es una película guiada por la intuición en lugar de por la lógica, pero también que es más confusa que misteriosa; sigue imponiéndose un velo de incertidumbre en torno a esas “tres madres”, pero quizá lo más farragoso y sometido al capricho aquí es precisamente ese concepto de maternidad y de lo femenino.
Sorprendente hallazgo la Dakota de larguísima cabellera pelirroja y pálida piel, que me ha puesto pero que muy malo. Las demás, un poco desaparecidas, en especial una Moretz que parpadeas y te la pierdes (mejor las veteranas). La Alemania dividida, el terrorismo revolucionario, la herida del pasado nazi, todo ello deja de ser mero contexto para adquirir una importancia inusitada, hasta el punto de incorporar un drama como muy oscarizable, muy seriote y detallado, que casi parece una frivolidad el resto en comparación, sobre el paso del tiempo y un anciano destruido por el recuerdo de su esposa, las vidas rotas y separadas por la condenada guerra… y cuidado, que esto evoluciona a partir de una subtrama de personaje racionalista que investiga el tinglado a lo Van Helsing ¿El único inocente y libre de pecado que merece ser perdonado? ¿La gente normal, a quien le toca pasar lo peor? Entre medias, humor macabro, costumbrismo brujeril y toques de “splatterstick”. Entiendo que la trama gira en torno a una crisis de legitimidad, lo viejo y lo nuevo en torno a una autoridad puesta en entredicho y su necesidad de renovación, de ahí que el cisma entre estas malas pécoras equivalga al de un mundo exterior igualmente cuestionado y hecho pedazos desde dentro. Cobra relieve la danza, una especie de comunión (“Volk”, pueblo), el arte en tiempos difíciles, que por reflejarlos es imposible que sea la expresión de algo bello, sino agresivo (¿como lo que haces tú, Luca, querido?…). Un “delirio que habla de lo real”, un epílogo que se antoja innecesario y además lacrimógeno. Al doble papel de Tilda supongo que se le pueden buscar las vueltas… pero a lo mejor es porque sí, mera excentricidad del italiano y porque él lo vale, como el resto de la peli.