Whedon no dirige, por eso la peli vale algo.
Pero no, los méritos son de guión, así que démosle algún crédito. De hecho, es un guión bastante potente que en manos de un buen director hubiera sido una obra maestra. En manos de este hombre, pues es una cosa discretita con aciertos temáticos y guionísticos bastante potentes.
En el humor de homenaje triunfa por completo. En el integrado en diálogo, se va al carajo de todo y hay un buen número de orín. Pero la metáfora que plantea con el público (dioses) cambiante, la idea de dar de comer los últimos resquicios del cine comercial ochentero y noventero para dar paso a otra cosa y, sobre todo, esos veinte minutos finales dan, sin duda, un producto con un primer visionado agradable y posiblemente un segundo majete.
Una sorpresa.