Trasversales
Agustín Lozano de la Cruz
Las mil caras del caballero oscuro
Revista Trasversales número 20 otoño 2010
Agustín Lozano de la Cruz es escritor. Su obra más reciente es la novela “Guerra ha de haber”, publicada por Tiempo de Cerezas Ediciones.
“El caballero oscuro se revela, finalmente, un extraño artefacto que se acepta y se niega a sí mismo sin solución de continuidad, que no busca la perfección sino la confrontación, la arritmia, la contradicción, la desmesura, la furia, el caos”.
Carlos Losilla, Cahiers du cinéma nº 15.
Aunque estrenada hace ya dos años, lo cual la convierte casi en una antigüedad cinematográfica habida cuenta de la exagerada velocidad con la que los productos culturales son olvidados y sustituidos por otros, el reciente pase de El caballero oscuro en la Filmoteca madrileña supuso una segunda oportunidad para analizar una película fascinante. Los aficionados al cómic sabemos que Batman es quizá el personaje más maleable de cuantos pueblan la historieta: lo hemos visto luchar contra los nazis, perseguir a Jack el Destripador, desentrañar enigmas en compañía de Harry Houdini, volverse loco en Arkham, pelear contra la versión más fascista de Superman... sus métodos de detective, su uso de la oscuridad y el disfraz para atemorizar a los enemigos le convierten en un superhéroe atípico, tan atípico que ni siquiera es tal, puesto que carece de superpoderes y se basta con una formidable forma física y un buen número de artilugios a su disposición. No es de extrañar, por tanto, que Batman haya servido como pretexto a Christopher Nolan (director también de la extraordinaria Memento y de El origen, ahora en cartelera) para la sorprendente fábula moral que representa El caballero oscuro.
¿Hasta dónde llegaría un ciudadano cualquiera por sobrevivir? ¿La democracia sometida a asedio es igualmente democracia? ¿Debe o no prevalecer la legalidad en toda circunstancia? ¿No hay más remedio que ocultar la verdad para evitar el caos? Las respuestas a algunas de estas preguntas nos parecerán obvias, otras no tanto, pero en cualquier caso lo llamativo es que se realicen bajo el envoltorio de una película de acción hollywoodiense... que resulta ser mucho más que eso.
La ciudad de Gotham (un reflejo deformado de Nueva York) se encuentra bajo el dominio de la mafia, infiltrada gracias a la corrupción en las administraciones y en la policía. Enfrente, sólo dos hombres íntegros, el fiscal Harvey Dent y el comisario Gordon. El primero es una figura muy popular, una especie de juez estrella, elegido democráticamente por sus conciudadanos (a diferencia de lo que ocurre en nuestro país, en Estados Unidos los jueces son cargos electos) y dispuesto a acabar de una vez por todas con el crimen organizado. Lo consigue en un primer momento, ayudado por Batman, pero las consecuencias son nefastas: los líderes mafiosos se ponen en manos del Joker, un loco nihilista que se considera a sí mismo agente del más puro caos. No lo mueve el ansia de poder o de dinero, como a la mafia (memorable la escena en la que el Joker quema la enorme montaña de billetes pagados por la mafia como recompensa a sus servicios), ni siquiera el fanatismo religioso, como al terrorismo islámico; sólo la propagación del caos que pone en entredicho los pilares sobre los que se asienta la sociedad occidental. Y realiza el siguiente “experimento sociológico”: tras colocar cargas explosivas sobre dos buques que están evacuando a los habitantes de Gotham, hace saber al pasaje que llevan con ellos el detonador que hará explosionar al otro ferry, y que, si no lo accionan antes de una hora límite, él mismo se encargará de hacer saltar por los aires ambas embarcaciones. Para colmo, uno de los buques evacua vecinos de Gotham, y el otro a presidiarios, muchos de los cuales son cómplices de la situación desesperada que vive la ciudad. Éstos amenazan con amotinarse, mientras que en el primer ferry el pasaje decide someter a voto la decisión a tomar: el sí al uso del detonador gana por amplia mayoría, como era de esperar.
Finalmente, se sobrepasa la hora límite y ninguno de los buques estalla, para decepción de un atribulado Joker. ¿El motivo? En el buque lleno de convictos, uno de ellos se adelanta y se hace con el detonador ante la pasividad de los miembros de la tripulación. Acto seguido lo arroja por la escotilla. En el otro buque, nadie se atreve a ejecutar la decisión tomada democráticamente hasta que un pasajero con aspecto de ejecutivo agresivo toma la iniciativa y el detonador. Duda, trata de reunir fuerzas para activarlo, y al final abandona. Se salvan todos, porque en última instancia Batman logra neutralizar al Joker, impidiendo la anunciada masacre.
¿Qué valor tiene el voto, si está sometido al miedo o a la amenaza, como pone de relieve esta escena? No es difícil recordar cómo, en todas y cada una de las elecciones a las que somos convocados, se apela a tan letales argumentos: el miedo a la inmigración, a la inseguridad ciudadana; la amenaza del terrorismo, de la pérdida del empleo. Y otro apunte: en ambos casos el colectivo prefiere sobrevivir aun a costa de provocar una matanza, pero son los individuos quienes solucionan la papeleta, ya sea por acción (el preso que se redime apartando la tentación destructora) u omisión (el ejecutivo sin la voluntad necesaria para matar).
El caballero oscuro, más que una alegoría de los tiempos que corren, se puede entender como una invitación a reflexionar acerca del poder y sus límites. El siguiente diálogo resulta esclarecedor:
“-Gotham necesita héroes como tú, Harvey Dent. Oficiales electos, no un hombre [como Batman] que se cree por encima de la ley.
-Exactamente. ¿Quién eligió a ese Batman?
-Todos nosotros. Todos los que permitimos que la escoria criminal tomara el control de la ciudad.
-Pero esto es una democracia, Harvey.
-Con el enemigo a las puertas, los romanos suspendían la democracia y escogían a un hombre para defender la ciudad. Esto no se consideraba un honor, sino un servicio público.
-Y el último hombre al que pidieron proteger la República fue nombrado César. Nunca abandonó ese poder.
-Bien, supongo que o mueres como un héroe o vives lo suficiente como para verte a ti mismo convertido en un villano.”
Batman, en colaboración con su socio el ingeniero Lucius Fox, desarrolla un sistema tecnológico capaz de interceptar simultáneamente todos los teléfonos móviles de la ciudad: una herramienta muy útil para detectar a los criminales, y también un atentado contra la intimidad de los habitantes de Gotham. Fox se niega a continuar, pero finalmente accede a utilizar el sistema bajo la promesa de Batman de usarlo una sola vez, ante el grave peligro que representan los planes del Joker, y destruirlo luego. Algo que nos resulta familiar: la libertad y los derechos civiles puestos en suspenso, pero eso sí, sólo en casos de pretendida extrema necesidad. Tanto Batman como su amigo el comisario Gordon son conscientes de estar forzando los límites de la ley en su lucha contra el Joker, de modo que necesitan un héroe, una persona que devuelva a los asustados ciudadanos la confianza en sus líderes: el fiscal Harvey Dent, carismático y elegido por el pueblo. Pero éste acaba de perder a su pareja a manos del Joker, ha estado a punto de morir a causa de una explosión que le ha desfigurado el rostro, y termina por enloquecer para regocijo del Joker, transformado en el villano Dos Caras. Finalmente resulta muerto, circunstancia que Batman y Gordon aprovechan para consagrarle como el héroe que precisaban: sus crímenes se atribuyen al propio Batman, que pese a todo logra capturar al Joker. Harvey Dent es enterrado con todos los honores (sólo visible la mitad sana de su rostro, no la otra mitad desfigurada y corrupta) y, oculta la verdad, la ciudad se salva. De nuevo el paralelismo: cuántas mentiras se han vertido en nombre de la seguridad nacional, cuántos documentos permanecen clasificados indefinidamente, cuántas veces nos engañan en aras de la estabilidad y el orden.
Poco antes de los títulos de crédito, el comisario Gordon rompe a hachazos la batseñal con la que Gotham iluminaba el cielo nocturno para reclamar la ayuda del hombre murciélago: en una película llena de símbolos, éste es el definitivo. Batman huye perseguido por la policía para volver a las sombras hasta que su presencia sea requerida de nuevo por una ciudad que no puede sobrevivir sin él. Batman, convertido así en un proscrito, en un justiciero indeseado y a la vez necesario, en el caballero oscuro.