Las constantes Shyamalan permanecen en su último guión, es decir, la crisis a la que se enfrentan los protagonistas sirve de fondo a sus conflictos personales. En esta ocasión, dicha crisis es la súbita liberación de una toxina natural que provoca ganas de suicidarse a todos aquellos que la respiran. En el centro de toda esta pesadilla se encuentra el matrimonio entre Elliot y Alma (Mark Wahlberg y Zooey Deschanel), que se encuentra en el filo, al borde de la ruptura.
Cuando empieza a morir gente, Elilot, Alma y su amigo de la infancia, Julian (John Leguizamo) escapan de Philadelphia (de nuevo, la ciudad recurrente y natal del director) sin destino a no se sabe bien dónde, ya que todo el país (y el mundo entero) están dominados por esta toxina mortal. Shyamalan no escatima con el horror y los planos apocalípticos en lugares reconocibles como Central Park o algunas calles de Washington. De hecho, es la primera de sus películas que posiblemente reciba la calificación No Recomendada para Menores de 18 años.
Y, con todo, es un film con un alto componente humano y personal que no escatima en dar respuestas a lo que está sucediendo, siempre desde una base científica –y un segundo plano, levísimamente religiosa–. Una obra que muestra a un director trabajando hasta el máximo de sus posibilidades tras su reciente traspiés con La Joven del Agua.