Respuesta: The tree of life de Terrence Malick
Malick o cómo darse de bruces contra el cielo
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/16/cultura/1305544318.html
Obra maestra o gran fraude? Probablemente, las dos cosas.
Terrece Malick ha entrado ya, definitivamente, en la categoría de artista infectado de sí mismo.
'The tree of life' (El árbol de la vida), probablemente la película más esperada de los últimos tiempos, es de principio a fin eso: un desaforado y autoindulgente empeño de ser más grande que la propia 'GRANDEZA' (así en mayúsculas). Y, claro, eso no siempre juega a favor. Es más, siempre lo hace en contra. En la declaración de intenciones de la película se puede leer: "... es un
himno a la vida, que busca las respuestas a las más intrincadas y personales preguntas a través de un caleidoscopio desde lo más íntimo al cosmos; desde las emociones de una familia en un pequeño pueblo de Texas a las fronteras infinitas del espacio y del tiempo; desde la pérdida de inocencia de un niño al encuentro con la trascendencia de un hombre". Si empiezan a sentir mareos, nos vamos entendiendo. El inglés original es mucho más engolado incluso. Y, además, es inglés, que siempre da más prestancia. Uno se imagina a Alec Guinness declamándolo y, claro, llora.
Arranca la película con una sinfonía en la que cabe todo. Así vemos cómo los volcanes echan llamas, los planetas emiten lucecitas de colores, los ríos se desbocan, las galaxias 'galaxean' y, atentos, unos dinosaurios aúllan (o lo que quiera que hagan los iguanodontes).
Es, o debe ser, la historia del tiempo; quizá de la misma vida. Pero, cuidado, no de una parte de ella, sino de toda ella. A lo bruto. Por el medio, una familia, con
Brad Pitt a la cabeza, se debate contra las miserias de, también, la vida y, necesariamente y como parte indisoluble de ella, de la muerte.
El problema no es la perfecta composición de imágenes, sino el despiste. La narración navega sin rumbo entre una composición anárquica de frases perdidas dictadas en 'off' con la nada velada intención de la profundidad. Cueste lo que cueste.
La dimensión de un genio
¿Es eso todo? Gracias a dios, no. De repente, la película se detiene, baja el ritmo lírico y se ilumina. Por fin, aparece el director obsesivo y profundo en la descripción de personajes que diera a luz obras maestras como
'Badlands' o 'La delgada línea roja'. De repente, decíamos, el relato se hace fuerte en el drama cotidiano de una familia anclada en el profundo Medio Oeste americano allá por los años 50. Y es aquí, en el detalle, en las escalas mensurables que caben en la mirada, donde se aprecia el verdadero tamaño del genio.
No en balde, 'El Quijote', por poner el ejemplo más grande a mano, no es otra cosa que la historia de un loco, y 'Hamlet', por poner el ejemplo más grande a mano, también. También está de atar, queremos decir. De paso, las dos historias son mucho más, pero de entrada no son nada más que los relatos vagabundos de dos hombres solos. Y no hace falta más.
Malick, sin embargo, está
convencido de que el exceso de claridad resta profundidad. Así que añade todo los recortes dejados sobre el escritorio de National Geographic y se mueve a tientas por un impreciso ejercicio de sugerencias. Todas vagas, casi la mayor parte prescindibles.
Raptado por una suerte de lírica 'new age' de sonajero, la película apenas acierta a retratar el sentimiento de pérdida con una falta de rigor y de honestidad ciertamente preocupante. Es cierto que la
caligrafía rota, sensible y precisa que ordena la filmografía del director arrolla cuando aparece. La mirada del chaval que descubre en la violencia de su padre el rigor de su amor es capturada con una certeza que asusta. Es en esos instantes, directos y vacunados contra la pedantería, cuando aparece la sensación de reconocimiento. El director pasa de hablar de la vida (así en general) a referirse a la vida de cada uno de los espectadores (así en particular). Y claro, en ese momento, hiere. Que es de lo que se trata.
Inspiración cristiana
Pero no se entusiasmen. La sensación de reencuentro con el Malick que entusiasma, y que provocó
una cola a la entrada del Grand Théâtre Lumière una hora antes del comienzo de la proyección, se desvanece pronto. El cineasta apenas presta atención a la familia más que para ilustrar la tesis del continuo de la vida. Tesis, por otro lado, tan obvia. No basta con ahuecar la voz y poner de fondo una sinfonía de Mahler (más concretamente, la primera) para construir una teoría del mundo. La filosofía, pese a lo que enseñan en bachillerato (que no la enseñan), no tiene nada que ver con los ojos en blanco, de la misma manera que la literatura es ajena a los concursos de relatos cortos de la radio.
En la comparecencia ante la prensa, Pitt se vio ante la necesidad de responder por la probable inspiración (o aspiración) cristiana de la cinta. Y, claro, dejó la respuesta como los ojos, en blanco. "Cada espectador tiene que hacer su propio ejercicio de interpretación. Es una obra abierta". Al final, el chaval de 'The tree of life', ya maduro y en la piel de
Sean Penn, se reencuentra con su pasado en una playa por donde desfilan, atentos, los retazos de su memoria perdida.
¿Cómo se quedan? Y de repente, un largo puente hacia... ¿la eternidad? ¿el cielo? ¿el más allá? ¿un seguro de vida Mapfre? ¡Qué fraude es éste! ¿Es esto todo lo que tiene que interpretar el espectador?
Definitivamente,
Malick, de pura ambición autoindulgente, se estrella, pero hacia arriba.
Como darse de bruces contra el cielo.